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Cruyff, Cruyff, Cruyff – EL PAÍS


Johan Cruyff debutó oficialmente con el FC Barcelona el 28 de octubre de 1973, el mismo día en que 113 miembros de la Assemblea de Catalunya, el organismo unitario de oposición antifranquista, eran detenidos en la parroquia de Santa Maria Mitjancera —la policía irrumpió en la iglesia al grito de “todos al suelo”— para ser trasladados posteriormente a Vía Layetana. Las asambleas y movilizaciones de trabajadores y colectivos profesionales se sucedieron en la ciudad durante aquel día del que este sábado, día del clásico, se cumplen 50 años, mientras el equipo azulgrana derrotaba al Granada por 4-0 en partido de Liga.

La exhibición de Cruyff estremeció al Camp Nou después de dirigir el partido como si fuera un urbano —término utilizado por compañeros y rivales— y burlar reiteradamente a una de las defensas más leñeras del campeonato, la que formaban el Negro Aguirre Suárez —ausente aquel día—, el Mudo Montero Castillo y el Policía Pedro Fernández, el mismo que lesionó a Amancio. El neerlandés se ganó en una tarde al estadio y al equipo, entregado como estaba el barcelonismo desde su llegada; provocó la rendición continuada de los rivales por su fútbol imposible de defender; y asumió el papel de líder de Cataluña y por supuesto del Barça.

Cruyff se convirtió el día de su estreno en la conexión del Camp Nou con la comisaría de Vía Layetana. A manos del editor Xavier Folch, uno de los presos de la Assemblea, llegó una fotografía firmada por el futbolista y negociada por Marina Curià con la mediación de Carles Rexach: “Per en Xavier, esperant que aviat pugui veure el Barça” (Para Xavier, esperando que pronto pueda ver al Barça). El jugador comprendió con el tiempo —y así lo escribió en su autobiografía editada por Planeta— que se utilizaba su particular personalidad para “contribuir a la lucha en favor de la libertad de Cataluña frente al poder de Madrid”.

El mediador identificado por el propio Cruyff era Armand Carabén, destacado miembro de la directiva de Agustí Montal y figura decisiva en el fichaje del futbolista, así como mentor del actual presidente Joan Laporta. La amistad de Carabén y su esposa, la holandesa Marjolijn Van der Meer, con la familia Cruyff facilitó unas complejas negociaciones después de que el Madrid intentara cerrar el traspaso con el Ajax y el Barça temiera un segundo caso Di Stéfano. Cruyff vistió de azulgrana por Carabén, por el dinero y porque el entrenador era Michels y antes lo había sido Vic Buckingham, los dos técnicos suyos también en el Ajax.

El famoso gol de Cruyff al Atlético en diciembre de 1973.EFE

El traspaso fue “una jugada inesperada” para el propio Cruyff, tres veces campeón de Europa (1971, 1972, 1973), renovado por siete temporadas y a sus 26 años camino del tercer Balón de Oro. “En el Ajax ganaba un millón de florines y pagaba un 72% de impuestos; en Barcelona cobraba dos veces más y solo tenía que abonar un 25-30%”, explicó después de una operación tasada en seis millones de florines —unos 120 millones de pesetas—: tres para el jugador a pagar en tres años y tres más para el Ajax. Un fichaje récord, consecuente con el cartel del futbolista y su habilidad para el comercio, y también por su asociación con su suegro Cor Coster.

Cruyff se independizó a los 17 años, después de que su padre muriera de un infarto y su madre tuviera que ocuparse de limpiar las instalaciones del Ajax, una vez perdida la tienda de verduras que regentaban en Ámsterdam. Nunca olvidó el mensaje de sus progenitores: “Desconfía de todo el mundo. Si tienes toda la información, no te tomarán el pelo, debes saber controlarlo todo”, de manera que se aplicó en el negocio hasta convertirse en un hombre anuncio, una máquina de hacer dinero con la publicidad, una marca también solidaria —la marca Cruyff—. “Pasamos de recibir un llavero a recibir dinero”, sintetizó un compañero suyo del Barça.

Aparecía en distintos anuncios, a veces acompañado de su esposa; conquistaba el mercado con su confianza y empatía; y era invitado en los restaurantes y tiendas, convertido en un icono antisistema para los barceloneses y catalanes, “un hombre completamente renacido”, en palabras de Danny Cruyff. “Aquí”, apostilló, “la gente es menos tóxica y malhumorada que en Holanda”. Aquel Johan Cruyff de pelo largo, gafas Ray Ban y pantalones acampanados, al estilo de una figura del pop, tenía sex appeal al tiempo que transmitía la imagen de un espíritu libre, inconformista y seguro de sí mismo, la de un “Salvador”.

Así fue como le calificó una publicación holandesa cuando vio el recibimiento multitudinario que tuvo Cruyff el 23 de agosto al aterrizar en Barcelona. Aunque las fronteras se habían abierto a los extranjeros, tardó más de dos meses en disputar un partido reglamentario, al inicio por un bloqueo administrativo a causa de la transferencia del dinero del traspaso —no se sabe si entró como si fuera un semoviente o un vehículo— y después porque la federación holandesa no cedía su tránsfer hasta el 1 de diciembre de 1973. El nudo solo desapareció con una amenaza de Cruyff cuando advirtió que no llegaría en forma al Mundial 1974.

El pase llegó de inmediato para alivio de un equipo que estaba a un punto del descenso después de dos victorias, dos empates y tres derrotas en la Liga. El impacto de Cruyff fue inmediato: “Los jugadores y los aficionados sentían que con Cruyff era imposible perder”, recordaba Carabén. “En todas partes se le esperaba con impaciencia, todo el mundo le quería ver, e incluso los árbitros pasaron de pitarnos en contra a darnos el beneficio de la duda”, evoca Rexach. “Si la autoridad le desafiaba, despertaba su vena contestataria”, convenían en el vestuario del Camp Nou. “Dirigía a los árbitros como si fueran sus empleados”, remató Valdano.

Hubo un momento en que pareció que del 1 al 11 eran Cruyff. Todos le buscaban con la mirada para tener su aprobación en cada jugada y tal era la confianza que transmitía que el equipo se volvió invencible con el vuelo del 9. El juego azulgrana pasó de la quietud de Kubala a la velocidad de Cruyff. El fútbol del holandés era tan natural que parecía jugar sin esfuerzo, único por su visión del juego y distinto por el cambio de ritmo; capaz de frenar y acelerar de cero a cien en un abrir y cerrar de ojos; de esfumarse con su elegancia, agilidad y elasticidad, siempre el más astuto del campo, sintetizado en aquel gol imposible que le coló a Miguelito Reina.

Aquel salto de kung fu se calificó como “el gol imposible” como “igualmente imposible” pareció el 0-5 del Bernabéu. No se recuerda un marcador de mayor trascendencia y que generara tanta literatura en el Barça. “Botifarra de pagès”, coreaba La Trinca mientras los seguidores culés cantaban como grillos “Cruyff, Cruyff, Cruyff” y Perich proponía en una caricatura que el FCB se pasara a denominar Cruyff de Fútbol Barcelona. “Ha hecho más Cruyff por la causa catalana en un partido que muchos políticos en años”, relataba The New York Times. “Los catalanes crearon un mito a su medida” apostilló años después el periodista Auke Kok.

“En Cataluña no me daban la enhorabuena por ganar, sino las gracias. Ganar la Liga significó descubrir Cataluña”, confesaría el rebelde Cruyff, el mismo ciudadano que doblegó a los funcionarios para registrar a su hijo con el nombre de Jordi y no de Jorge y también el primer capitán que lucía la senyera en su brazalete a partir del 1 febrero de 1976 en un partido ante el Athletic. “A pesar de su apatía política, su personalidad le convirtió en el símbolo de una nueva Cataluña asertiva y antifascista, un anuncio andante de la modernidad europea y de la libertad de expresión, un contestario nato”, rubricó Simon Kuper.

“Devolvió la sonrisa al país”, escribió Manuel Vázquez Montalbán sobre el desacomplejado y optimista Cruyff. El Barça volvió a ganar la Liga después de 14 años (la última había sido en 1960) y el público asoció al jugador con una edad de oro que a veces no lo fue, pero consta como tal en el imaginario colectivo”, insistía el escritor y periodista que construyó el relato del Barcelona. Aunque ya nada fue igual a partir de aquella temporada 1973-1974, dejó “una memoria dorada de jugador excepcional y la esperanza de que un día volvería” —anuncio de Vázquez Montalbán—. Así fue porque regresó como entrenador y creó el Dream Team.

Aunque la obra como técnico sobresalió a la del jugador, los culés jamás olvidarán aquel 28 de octubre de 1973 en que Cruyff se convirtió en el símbolo de la victoria y de la libertad que tanto tiempo andaban buscando culés antifranquistas y catalanistas como Carabén o Folch.

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Marc Valldeperez

Soy el administrador de marcahora.xyz y también un redactor deportivo. Apasionado por el deporte y su historia. Fanático de todas las disciplinas, especialmente el fútbol, el boxeo y las MMA. Encargado de escribir previas de muchos deportes, como boxeo, fútbol, NBA, deportes de motor y otros.

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