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Guerra mundial y salud: la impotencia de la política internacional – La Voz del Interior


Quizás no exista realidad más dolorosa que una muerte evitable. Por enfermedades, sobran los ejemplos; por guerras, sólo entre 1995 y 2015 murieron más de 10 millones de niños menores de 5 años, además de mujeres y ancianos.

Hoy, sin superar el Covid-19, asistimos a una nueva guerra mundial (¿alguien lo duda?), pregonada como entre el Oeste democrático y el Este autoritario. Desde nuestro terruño sureño, ignaros de la realidad histórica, somos adiestrados a tomar partido en la longeva pelea entre el Super Agente 86 y Kaos, que no decae, mientras los desplazados suman millones.

El mundo se conmueve con “Rusia versus Ucrania”, reducción que excluye al partenaire oriental y a la irritante complicidad occidental. Es claro, el conflicto no se limita a dos países revoltosos. Otras guerras: Camerún, Malí, Etiopía, Mozambique, Chad, Sahel Occidental, Uganda, Congo Este, Somalia, Sudan, Afganistán, Myanmar, Irak, Siria, Yemen, Palestina-Israel, etcétera, alejadas de grandes titulares, suman incontables muertos y refugiados. Sin contar agresiones “pacíficas” en Latinoamérica.

El denominador común, debacle sanitaria en todos los niveles y rol estelar del periodismo. Para ennoblecer o defenestrar, elogiar o sepultar, destacar o maquillar realidades poco digeribles. Una parte del periodismo juega como personaje destacado en escenarios bélico y sanitario.

El primer desafío pandémico fue la colaboración global entre científicos y el primer reto de esta guerra fue la negociación, ambos rotundos fracasos. El riesgo de conflicto nuclear también tiene responsables, mientras los científicos creen marginarse no colaborando con países beligerantes.

Amenaza nuclear y salud

Los expertos en riesgo nuclear informan que las regiones más seguras serían Australia y Argentina. ¡Bien por nosotros! También comunicaron que el peligro nuclear nunca fue tan grande desde la Guerra Fría y que su control es totalmente ineficiente. Desde la matanza premeditada de Hiroshima y Nagasaki, de 1945, o la Crisis de los Misiles en la Cuba de 1962, abundaron los “accidentes” nucleares. Rusia y Reino Unido en 1957, Estados Unidos en 1979, Argentina en 1983, Chernobyl (actual Ucrania) en 1986, Brasil en 1987, Japón en 1999 y en 2011, y otros poco divulgados, siempre por “errores involuntarios”.

El actual poder nuclear alcanzaría para destruir 10 veces el planeta. Pero una guerra “limitada”, con sólo 250 de las 13 mil bombas disponibles, convertiría la Tierra en un páramo inhabitable por efecto directo y el “invierno atómico” resultante. Algunos datos: la bomba de Hiroshima en 1945 tenía un poder explosivo de 15 kilotones (1 kt = 000 toneladas de TNT), hoy considerada “táctica” o de bajo poder. Bombas del orden de megatones (1 Mt = 1 millón de toneladas de TNT) son “estratégicas”, más potentes, superando los 100 Mt.

La reciente estimación de un ataque nuclear de 100 kt sobre 10 ciudades del globo, relacionado con su capacidad de respuesta sanitaria, concluyó que en ningún caso podrían afrontar las consecuencias sobre la salud humana. Esto, sin considerar el impacto de incendios masivos, lluvia radiactiva posterior, simultáneo pulso electromagnético que inactivaría equipos de comunicación, computadoras, aparatos médicos, suministro eléctrico y de agua potable, ni las consecuencias a largo plazo sobre salud y ambiente.

El número de heridos necesitados de asistencia médica en cada ciudad sería muy superior al número diario de pacientes con Covid-19 en todo el país, además de olas de hambrunas y millones de desplazados.

En las primeras 48 horas, la lluvia radiactiva mataría la mitad de la población y el 30% de tierras del hemisferio norte estarían envenenadas, lo que haría difícil la sobrevida. En el hemisferio sur, las condiciones no serían mucho mejores. Una extinción de seres vivos, la sexta, de difícil recuperación debido a los cambios ambientales.

De salud universal y mundo multipolar

En 1978, la Declaración de Alma-Ata fijó como objetivo la Salud Universal desde su atención primaria. Fue firmada por la OMS, Unesco y la mayoría de países, e instituciones médico-sanitarias. Aquel propósito ‒reforzado en 2018 con la Declaración de Astaná‒ marca dos períodos de completos fracasos.

Mientras líderes mundiales repiten una “cándida” expresión de deseos, no parecen advertir el interés del poder real en la minoría más rica del planeta. Como resumió la socióloga Saskia Sassen en su Ciudad Global: “Al principio, el neoliberalismo necesitó sujetos consumidores, hoy el exceso de millones de personas es expulsado del sistema porque sobran como clientes-consumidores”. Tanto en salud como en las guerras.

Por tradición o mandato expreso, sólo los estadounidenses pueden ser presidente del Banco Mundial o director de Unicef, y con poder de veto en el Consejo de sida, tuberculosis y malaria, y de la Alianza de Vacunas Covax, siempre fueron europeos o estadounidenses. Y muchos se preguntan: ¿la pandemia inconclusa y la actual guerra marcarán el fin hegemónico de una superpotencia y el rumbo hacia un mundo multipolar?

¿Las instituciones mundiales de salud seguirán ese camino? La actual respuesta internacional refleja injusticias que la salud global no puede ignorar.

Como recordó Noam Chomsky: “La inteligencia humana desarrolló medios para autoaniquilarse, pero no capacidad moral para evitarla. ¿Qué podemos hacer? La única opción es trabajar, educar, organizar y comunicar las amenazas, y movilizarnos en conjunto. No es tarea fácil, pero es necesaria para sobrevivir”.

* Profesor Emérito (UNC), investigador principal (Conicet) jubilado y comunicador científico (UNC)



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Marc Valldeperez

Soy el administrador de marcahora.xyz y también un redactor deportivo. Apasionado por el deporte y su historia. Fanático de todas las disciplinas, especialmente el fútbol, el boxeo y las MMA. Encargado de escribir previas de muchos deportes, como boxeo, fútbol, NBA, deportes de motor y otros.

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