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Y los dioses escucharon nuestras plegarias – El Tribuno


Argentina acaba de votar. Lo primero que hay que decir, fuerte y claro, es que el país no se equivocó. Los votantes tampoco. Me parece necesario desterrar esta clase de juicios temerarios, autoritarios y erróneos. La ciudadanía eligió -dentro de las pobres opciones que nosotros mismos nos permitimos crear- en función de sus miedos y de acuerdo con sus mitos y creencias. Y resultó ser que la primera minoría del país emitió un llamado de rescate al peronismo. Otra vez. A un peronismo que ha devenido «criatura mítica” de proporciones inconmensurables; ya me referiré a esto.

Durante los próximas semanas y de seguro, hasta pasado el balotaje, se realizarán una infinidad de lecturas, comentarios, análisis fácticos y contra fácticos sobre esta elección y sobre la infinidad de resultados alternativos que se podrían haber obtenido si los líderes de los diferentes espacios políticos en pugna hubieran hecho tal o cual cosa; hubieran tomado tal o cual decisión; hubieran mostrado tal o cual conducta; hubieran forzado o declinado tal o cual alianza. Creo que todo eso es, ahora, irrelevante. La única verdad es la realidad y la única realidad que es Sergio Massa obtuvo casi el 37% de los votos; muy por encima del escaso 30% que obtuvo Javier Milei; o el penoso 24% que obtuvo Patricia Bullrich. Voy a dejar estos análisis a especialistas en estos temas y yo me voy a focalizar, en cambio, en un par de preguntas que, creo, debemos hacernos.

La gran “inelasticidad”

En economía, el término “elasticidad precio” de la demanda mide cuánto varía la cantidad demandada de un bien cuando su precio cambia. Se dice que esta relación es “elástica” cuando un pequeño cambio en el precio ocasiona un cambio importante en las cantidades demandadas. De igual manera, se dice que la relación es “inelástica” cuando una variación de magnitud en el precio no afecta las cantidades demandadas.

Históricamente, en Argentina y en el mundo, el voto es sensible a la marcha de la economía y esto se hizo explícito cuando el jefe de campaña de Bill Clinton acuñó la famosa frase “Es la economía, estúpido”. Todos los politólogos argentinos suelen ilustrar esta elasticidad con una serie histórica donde se muestra el poder adquisitivo promedio de la población por un lado versus el voto, por el otro; a menor poder adquisitivo, menores votos para el oficialismo y viceversa. En esta elección y por primera vez en la historia argentina, la población votó en contra de esta famosa serie histórica. Nuestro voto ha sido refractario a la inflación; a la pérdida del poder adquisitivo y a nuestra situación económica.

Vivimos en un país con un nivel de pobreza del 43%; una pobreza infantil del 67%; una inflación interanual que acumula el 103% a septiembre; una informalidad del orden del 45% y un desempleo por encima del 20%. El sistema sanitario público se encuentra desmantelado y, en educación, tenemos chicos de tercer grado que no saben leer, ni escribir, ni hacer cálculos matemáticos elementales. El nivel de inversiones con respecto al PBI es el más bajo de la historia argentina y el nivel de deuda sobre ese mismo PBI es el más alto registrado jamás.

Pero el voto fue inelástico a esta realidad. También fue inelástico respecto a la inseguridad; a la debilidad institucional; o a los bochornosos escándalos de corrupción. En Lomas de Zamora, Federico Otermín superó los números que había obtenido en las PASO obteniendo casi el 50% de los votos; a pesar de la polémica desatada por el viaje a Marbella de su jefe político Martín Insaurralde y al escándalo de la detención de Julio “Chocolate” Rigau. Me pregunto qué dice de nosotros -como sociedad- esta brutal inelasticidad.

Se podrían ensayar muchas explicaciones. La que me parece más sencilla de todas -aunque duela- es que somos una sociedad nada empática y profundamente conservadora. Natascha Strobel en su libro “La nueva derecha; un análisis del conservadurismo radicalizado”, sin saberlo, nos retrata. El conservadurismo es el mantenimiento del estatus-quo. “Su exigencia más importante es la conservación de las condiciones existentes, tanto en lo material como en lo ideal”. El voto de un número muy alto de gente reflejó eso. Un conservadurismo que “no negocie derechos”; que no permita cambiar nada.

Asimismo, la explicación más empática que a mí se me ocurre para justificar este conservadurismo es aquella que se encuentra en el corazón de la pirámide de necesidades de Maslow. Una persona se va a preocupar por la calidad institucional, la educación o la salud cuando tiene qué comer; dónde vivir y dónde trabajar. Cuando algo o todo de eso le falte, el voto quedará condicionado hacia quien le asegure esa comida, el trabajo y la vivienda. La salud, la seguridad, el transporte vendrán después. Y, más tarde, la cloaca y la educación.

Después podremos analizar y discutir por qué tanta gente prefiere que le den resueltas estas cosas en vez de resolverlas por sí mismos pero habrá gente que adhiere por comodidad; otros por necesidad y muchos otros por falta de herramientas. No creo que sea justo generalizar ni juzgar a todos por igual.

El fracaso total de la política es no dimensionar nada de esto; ser inelásticos a cómo viven sus votantes. La necedad de Juntos por el Cambio y las vergonzosas y autodestructivas peleas internas que llevaron a esa coalición a lugares absurdos e insultantes para quienes los apoyaban, podrían explicar parte de su patético desempeño. Mauricio Macri será el máximo responsable -no el único- de la inevitable implosión que les espera. Por el lado de Milei, un 11% de sus votantes “le tenían miedo”. Un 20% de ellos creía que dolarizar significaba que pasarían a tener los mismos ingresos que tenían en pesos, en dólares. Un 30% de su intención de voto reconoció lo impracticable de sus ideas y cambió su voto. La desinformación y la incertidumbre que sembró -a propósito- fue poco empática hacia la realidad cuando, por ejemplo, con la promesa de la dolarización echó nafta al fuego de la preocupación en todos aquellos que pelean por la subsistencia diaria.

Ante esto, el peronismo, mutante y camaleónico como nunca, resolvió la situación a su favor. Renació de sus cenizas y mostró -una vez más- que dentro del peronismo la lucha por el liderazgo es cruel y a muerte pero que, una vez dirimida, fuera del peronismo no existe posibilidad de acceder al gobierno. Tampoco de gobernar. La “criatura mítica” agiganta su apología y se asegura de reforzar el mito sobre su indestructibilidad.

Peronismo, “criatura mítica”

Para Alessando Baricco, “las criaturas míticas son productos artificiales con los que los seres humanos se dicen a sí mismos algo urgente y vital. Son figuras en las que una comunidad de seres vivos organiza el material caótico de sus miedos, creencias, recuerdos o sueños”. Y, aunque construcciones artificiales, no deben ni pueden ser imaginados como fábulas o como cosas irreales; nada más equivocado. “El mito es la criatura más real que existe”, afirma Baricco. Para él, una criatura mítica evoca “lo que hemos diseñado”; “lo que invocamos a los gritos”. Cuando invocamos a una «criatura mítica» como el peronismo; ¿qué queríamos decirnos a nosotros mismos cuando la diseñamos? Y si, hoy, la convocamos a los gritos; ¿qué gritamos y por qué? La respuesta admite muchas posibilidades; ninguna fácil de admitir.

Quizás, en su momento, el peronismo fue diseñado como movimiento revolucionario de derecha. Hoy, autoerigido guardián y garante de los “derechos adquiridos del pueblo trabajador”; la revolución devino conservadurismo. El grito clama por una continuidad que sólo se radicaliza en el grito; en el modo.

Y, “lo que dejamos que suceda, lo que queríamos que sucediera”, es el choque postergado e inevitable -usando reglas democráticas- entre el viejo orden y uno nuevo, ganando la conservación del viejo orden. No ganó el grito de cambio de sistema por medio del voto antisistema rupturista y desarticulado; tampoco el otro grito que apelaba a una mayor educación e institucionalidad.

De un lado, unos clamaban por un cambio que lo rompiera todo; que dejara una tierra arrasada sobre la cual, según ellos, se va a construir algo mejor. Es raro combatir a una denunciada disolución bajo la amenaza de otra mayor disolución. Me cuesta creer que se pueda construir sobre la base de una gran destrucción.

Por el otro lado, la otra fuerza me parece que añora un país que no existió jamás. Un país que nunca fue tangible ni real. Más una esperanza y un deseo; una añoranza de esbozos de país que no se llegaron a concretar jamás. Una fuerza que clamaba por un “deber ser” que, por lo visto, muy pocos reconocieron como algo urgente y vital. Un “deber ser” también conservador, tan rancio y añejo como la que representa el peronismo anterior.

Así, esta elección, mostró un campo de batalla sobre el cual se desplegaron dos ejércitos conservadores -el peronismo por un lado y Juntos por el Cambio por el otro-; ambos clamando por cambiar el modelo de país. Y se enfrentaron por años en una grieta sin fin. Como en “La Ilíada” donde París, Héctor y los troyanos por un lado, y Agamenón, Aquiles y los aqueos, por el otro, guerrearon diez años entre ellos primero antes de enfrentarse al Otro en el instante final; así se enfrentaron estos dos conservadurismos dogmáticos. Milei fue un Caballo de Troya que ayudó al conservadurismo radicalizado oficial.

“Cuando los Dioses nos quieren castigar, escuchan nuestras plegarias” dice el protagonista de “Un marido ideal”, la obra de teatro del escritor Oscar Wilde. Nuestra plegaria clamó por la continuidad de la continuidad y, por ahora, parece haber sido escuchada. Ojalá no sea que los dioses busquen castigarnos, otra vez.

 





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Marc Valldeperez

Soy el administrador de marcahora.xyz y también un redactor deportivo. Apasionado por el deporte y su historia. Fanático de todas las disciplinas, especialmente el fútbol, el boxeo y las MMA. Encargado de escribir previas de muchos deportes, como boxeo, fútbol, NBA, deportes de motor y otros.

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