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Una derrota convertida en bochorno: Harden, 27 triples y el triunfo de los Warriors – AS


Ningún equipo estuvo tan cerca de esos Warriors que los Rockets. Nunca, por mucho que entre 2015 y 2019 la dinastía cayera en dos ocasiones en las Finales. Los Cavaliers de LeBron James confirmaron una revolución inédita en 2016, una de esas que se da una vez cada nunca. Y los Raptors de Kawhi Leonard, por muy merecido que fuera el anillo de 2019, despidieron a Kevin Durant entre aplausos y suspiros de alivio y contaron luego también con la lesión de Klay Thompson. Eran plantillas, sobre el papel (siempre sobre el papel) diferentes que la de unos Rockets que iban lanzados hacia el título. Era un año, su año, en el que lo tenían todo: el fichaje de Chris Paul apuntalaba el proyecto, James Harden demostró ser un MVP que además ganó, Mike D’Antoni tenía el recuerdo de las derrotas del pasado y la intendencia era perfecta: Eric Gordon, PJ Tucker o Trevor Ariza, campeón en 2009 con los Lakers, daban la veteranía, la defensa y los triples. La rotación era la suficiente (Gerald Green, Ryan Anderson, Luc Mbah a Moute, Joe Johnson, Nené…) y el momento era el perfecto para dar el salto al anillo, con pruebas frustradas en torno a Harden desde su llegada en 2012 (Dwight Howard, Jeremy Lin…) y con la estrella por fin rodeada con lo que parecía que necesitaba.

La era de los triples, esa en la que emergieron los Warriors y a la que se apuntaron los Rockets y, posteriormente, el resto de la NBA (por mucho que le pese a Gregg Popovich), tiene varios prismas. Ninguna forma de jugar va a tener nunca el beneplácito unánime de la opinión pública, ese lugar en el que se ganan y se pierden las batallas que deciden las guerras, tan potenciada por las redes sociales pero en la que entonces participaron de forma notoria exjugadores y puristas del baloncesto. Si bien los Warriors representaron la parte más atractiva del estilo, la de los Rockets fue la más aburrida. Con Daryl Morey, un genio de las matemáticas que hoy es parte de un sonado divorcio personal con Harden a pesar de convertirle en un jugador ofensivo históricamente bueno, en los despachos, el equipo texano explotó lo peor de esta era: eliminó los tiros de media distancia, utilizó el triple de forma indiscriminada, abusiva, casi molesta y se limitó a lanzar desde fuera y debajo de la canasta. Además, con un ritmo de una lentitud vasta y mayúscula, con posesiones eternas en manos casi siempre de Harden que finalizaban con un triple del mismo o una asistencia final.

Los Rockets hicieron de ese estilo su logotipo, su santo y seña, e ignoraron las opiniones en su contra. Era, para Morey, el camino hacia el anillo. También para D’Antoni, un revolucionario constante, que pasó del Seven Seconds or Less de los Suns de Steve Nash, ese que permitió a la NBA volver a presumir del juego más cautivador del planeta, a la lentitud y el tedio de los Rockets, con triples a mansalva y la lentitud sustituyendo a la presteza. El equipo texano juntó ese año la tercera mejor defensa de la Conferencia Oeste, una de las 10 mejores de la competición, con el segundo ataque de la NBA, sólo superado por los Warriors. Y lanzaron más de tres (42,9 intentos), que de dos (41,9), aventajando en casi siete triples intentados a los Nets, los segundos que más lanzaban, y en más de 13 a la dinastía de Golden State, que se quedó esa temporada, la 2017-18, en 28,9. El pace (ritmo de juego) de 97,6, era el 13 de la Liga, alejado de los primeros puestos y con un estático que duraba muchos segundos, por mucho que no se renunciara al contraataque. Tenían claro a que jugaban y el plan era firme. Eso sí, no había más variables, algo inherente a un D’Antoni que nunca hizo gala de esa opción b que a veces se necesita en playoffs. En ese estilo, si un día a los Rockets no les entraban los triples… ¿Qué harían?

James Harden, hoy denostado, acabó con 30,4 puntos, 5,4 rebotes y 8,8 asistencias de promedio, que con las 7,9 de Chris Paul son más de 17 de las 21,5 que repartió el equipo en su totalidad (los quintos peores en ese apartado), una muestra más de lo que se monopolizaba el juego en Houston. La Barba logró el primero de sus tres títulos de Máximo Anotador, que llegarían de forma consecutiva, y el MVP de la temporada, el premio más importante que ha recibido en su carrera. Y los Rockets se fueron a 65 victorias, 8 más que los Warriors, segundos del Oeste; y 6 más que los Raptors, que lideraron el Este en el último año de Dwayne Casey en el banquillo, enterrado por LeBron James. El Rey, de hecho, se encargaría de su espectacular viaje personal en una de las hazañas más espectaculares del siglo XXI, la de meter a esos Cavaliers en las Finales de la NBA. Algo a lo que fueron ajenos los Rockets, que se dedicaron a celebrar el premio de Harden antes de encarar los playoffs, confiar en su poder ofensivo y convencerse a sí mismos de que el sistema defensivo del asistente Jeff Bzdelik, gurú de esa parte táctica de los Rockets a la sombra de D’Antoni, tendría el resultado esperado.

Una serie estupenda

Los Rockets no tuvieron problemas en deshacerse de los Timberwolves (4-1) y los Jazz (4-1) en las dos primeras rondas. Tampoco sufrieron muchas dificultades los Warriors, que pasaron por encima de Spurs y Pelicans con idénticos resultados. El duelo anunciado, ese que todo el mundo esperaba, iba a tener lugar. Y con ventaja de campo contra los vigentes campeones, que afrontaban por primera vez una eliminatoria sin un teórico séptimo en casa desde 2014, un año antes de la llegada de Steve Kerr. En ese momento, en la Bahía intentaban confirmarse como una dinastía, lo que harían con el que fue su primer back to back y el único que han tenido en sus 4 anillos y 6 Finales, 3 y 5 en la parte más asombrosa del proyecto, en la que se convirtieron en uno de los mejores (o el mejor para algunos) equipos de la historia. Con Kevin Durant, que llegó el año anterior, podían recurrir al quinteto de la muerte que formaba el alero con Stephen Curry, Klay Thompson, Andre Iguodala y Draymond Green. Y ese curso estaban por ahí David West, Shaun Livingston, un joven Kevon Looney, Quinn Cook…

El orgullo del campeón de los Warriors golpeó primero, un 106-119 que demostró que no estaban para bromas. Los Rockets respondieron en el segundo asalto, con sus rivales pensando en el Oracle (127-105). La paliza del tercer asalto a favor de los Warriors dejó malas conclusiones en los texanos (126-85), que tendrían que mejorar mucho de un duelo a otro para mantenerse vivos y no estar virtualmente eliminados. Lo consiguieron: ajustaron en defensa, dejaron a los de Steve Kerr en 92 puntos, 12 en el último cuarto, y se encomendaron a los 30 tantos de Harden y a los 27 de Paul, que disputaba con 33 años y en su 13ª temporada en la NBA la primera final de Conferencia de su carrera. Una espera demasiado larga que contó con la misma fortuna que antes…. y que después. Porque el Toyota Center acogería el quinto partido, uno clave para el devenir de la eliminatoria… y ahí se desencadenó todo.

A menos de un minuto para el final y con 95-94 en el marcador, Chris Paul realizaba una penetración que erraba y pisaba mal al tocar el suelo. Se quedó tendido y los Warriors tuvieron la oportunidad de hacerse con el encuentro, pero el triple de Nick Young, sólo, no entró. Los Rockets prevalecieron, pero pronto se hizo evidente que Paul no jugaría el sexto asalto en San Francisco, que los visitantes llegaron a dominar por 17 al término del primer cuarto (22-39). No bastó: los Warriors ganaron ese encuentro y el séptimo, también sin Paul, que los Rockets llegaron a dominar por 15 tantos en casa. Y si bien la ausencia del base causó estragos, hubo algo aún peor, los 27 triples consecutivos fallados por el equipo local y ante su público. Esta fue la secuencia de errores: Harden, Harden, Gordon, Gordon, Harden, Harden, Tucker, Harden, Harden, Harden, Ariza, Gordon, Harden, Tucker, Gordon, Ariza, Ariza, Green, Ariza, Gordon, Ariza, Harden, Johnson, Gordon, Ariza, Gordon, Harden. En total, Harden falló 10 en esa racha, 11 en un partido en el que acabó en 2 de 13 tras conseguir un ignominioso 0 de 11 en el quinto y un 19 de 58 en toda la serie, 6 de 36 en los tres últimos encuentros. Los Rockets acabaron con un 7 de 44 ese séptimo asalto, 0 de 14 en el tercer cuarto. Al final, se demostró que no había plan b: cuando los triples no entraban, la solución era tirar más triples. Nada más.

Los Rockets se quejaron de los árbitros (hubo dos acciones consecutivas sobre Harden en acciones de triple durante el segundo cuarto bastante polémicas) y aludieron a la baja de Chris Paul, pero la realidad es que la pelea que perdieron entonces los texanos fue contra sí mismos. La situación aumentó el aura de inmortalidad de esos Warriors, con Curry apareciendo en el mejor momento (27+9+10) y Durant anotando 34 tantos. Igual que los Lakers de Shaq y Kobe o los Spurs de Tim Duncan, el recuerdo de las victorias del pasado les permitió salir indemnes de una situación complicada y volaron hacia su tercer título (4-0 ante los Cavs a pesar de los 51 puntos de LeBron en el primer asalto). Los Rockets cayeron de nuevo ante su máximo rival al año siguiente, esta vez en semifinales (4-2). Nunca volvieron a estar tan cerca de un anillo que rozaron a pesar de no llegar a las Finales, una contradicción válida para un Harden que estuvo más cerca entonces que en 2012, cuando pisó la ronda definitiva con los Thunder. Una serie que constató la superioridad de un equipo sobre otro, pero también la maldición de Chris Paul, la de Harden, la de D’Antoni y las limitaciones de un estilo que sumó victorias y pasó rondas, pero en el que confluyen al mismo tiempo su mayor virtud y su mayor defecto. Una derrota impregnada del recuerdo de los 27 triples errados de forma consecutiva que Paul, ahora en los Warriors, se ha encargado de mencionar. Los Rockets dijeron adiós… y de la forma más dolorosa posible.

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Rohit Palit

Periodista deportivo y graduado en Ciencias de la Comunicación de Madrid. Cinco años de experiencia cubriendo fútbol tanto a nivel internacional como local. Más de tres años escribiendo sobre la NFL. Escritor en marcahora.xyz desde 2023.

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