Hubo un tiempo en el que toda España estaba pendiente de Gran Hermano. Media España no sabía por qué el programa se llamaba así, pero eso daba lo mismo. El show era revolucionario y muy atractivo. Era difícil encontrar a alguien que no supiera los nombres de sus participantes. Un amigo mío presumía (perdón: se lamentaba) de saberse de carrerilla los nombres de todos los concursantes de las primeras ediciones del programa. Eso son muchos nombres.
Con Operación Triunfo también nos pasaba. Hicimos un personaje hasta de Juan Camus. Y una estrella de Ania Iglesias.Gran Hermano es una pieza fundamental en la transformación que sufrió la cultura de la celebridad con el cambio de siglo. Como decimos ahora muchos, aquello del “experimento sociológico” que gritaba Mercedes Milá a los cuatro vientos era cierto. Pero ese experimento no estaba teniendo lugar dentro de la casa-plató de Telecinco, sino en las casas de los millones de telespectadores que seguíamos el programa.
En mi círculo nadie está viendo las ediciones actuales, los múltiples GH que la cadena plantea periódicamente. Algunos se llaman de otra manera, en un pueril intento de querer convencernos de que no son una (no) nueva y desesperada derivada de lo mismo. Las versiones reservadas a famosos (“famosos”) ahora están en una posición kafkiana: es muy probable que su presupuesto no les dé para contratar a personajes cuya fama procede de los primeros GH de anónimos (“anónimos”).
Pienso en Kiko Hernández, por ejemplo. Su Gran Hermano yo ya no lo vi. En esa época prefería esperar a que el programa destilase a sus frikis más vistosos y me los sirviera como plato único: Inma, Bea la marquesa, Nicky, Bea la legionaria, Aída Nízar, Fresita o aquella sitcom potencial que eran Aritz y Han. Los demás no sé ni qué cara tienen.
El experimento sociológico también consistió en hacer creer a cientos de personas que TODAS se convertirían en famosas. Dice la leyenda urbana que a los concursantes de El Bus, el formato con el que Antena 3 intentó replicar el éxito de su competidor, les advertían de que, cuando salieran de, ejem, el bus, tendrían que volver a su vida cotidiana. Que el programa no los había hecho famosos, que la máquina no había funcionado, que España estaba pendiente de otras cosas. Los concursantes de El busno le importaban a nadie entonces, cuanto más ahora. Espero que no hayas interpretado el título de este texto literalmente.
