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Paco Gómez: Los libros lo último – www.lagacetadesalamanca.es


Era una de esas noches en que vuelves a casa con ganas de poco ruido. Única aspiración, llegar lo antes posible a la cama sin más contratiempo. En el ascensor, consultaba el móvil como acto reflejo, como quien se fuma ya sin ganas el último cigarro, y de repente reparé en que el habitáculo estaba invadido por una musiquilla. Levanto la mirada del móvil e identifico como origen una pantallita que la empresa del ascensor debe de haber colocado al lado del panel de botones. Una pequeña fuente de información que lo mismo te dice la hora y la temperatura como te aporta temas de reflexión profunda: «al contrario de lo que se cree, el cruasán no nació en Francia, sino en Austria».

Comprobado que su instalación no conllevase reparar el exclusivo conteo de pisos (ya saben: 1,1,2,3, B,-18, 6) que ya es uno de nuestros hechos diferenciales como comunidad histórica, guardaba alguna reserva sobre su utilidad. Hasta que al poco coincidí con un vecino en el ascensor y lo entendí.

Típica situación de segundos interminables de trayecto con una persona con la que no tienes mucho que conversar. No hay problema: los dos mirando la pantalla y dejando que su musiquilla invada el silencio incómodo. Otra cosita es.

Aunque desde la pandemia ya lo de compartir viaje es una cosa muy extraña en mi edificio. Estás esperando el ascensor y ves a gente remoloneando por el portal, invirtiendo un tiempo absurdamente largo en el trayecto, como zombis contando baldosas o rebuscando en el buzón. ¿Sube? No, majo, sube tú que… bsesesieee.

Aun así, para casos de resistencia llega la pantallita y su música salvífica. Un cuidado menos, de momento, para esa gente que te asalta con cualquier excusa empeñada en conocer tu opinión sobre cualquier asunto y, a menudo, exigirte posicionamiento.

No sé si les pasa, pero la prudencia que en determinados temas guardan los amigos es inexistente en gente con la que apenas tienes confianza. Estos días me preguntan mucho por la amnistía (se define sola la cuestión), por nuestros representantes (lo mismo) o, muy recurrente, por el lío de la Plaza Mayor. Creo que la misma noche que descubrí lo del ascensor una amiga me mandó un audio incendiario contra las casetas de la Feria del libro. Esos mensajes que solo se pueden contestar con el muñequito que se encoge de hombros.

Ya en torno a un café expuse mi posición. Apoyaría un uso absolutamente restrictivo de la plaza. Fuera conciertos, instalaches de todo tipo, nocheviejas… Pero si todo ese guirigay va a seguir, los libros también. Que es lo que menos molesta. Es más, si alguna vez comienza a retirarse todo eso, que los libreros sean los últimos en irse de la Plaza. Pero ya se sabe, a veces es mejor llamar el ascensor y esperar a que llegue la música con su pantallita: ¿sabía que Cervantes sigue siendo uno de los autores más vendidos en las ferias del libro?



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Marc Valldeperez

Soy el administrador de marcahora.xyz y también un redactor deportivo. Apasionado por el deporte y su historia. Fanático de todas las disciplinas, especialmente el fútbol, el boxeo y las MMA. Encargado de escribir previas de muchos deportes, como boxeo, fútbol, NBA, deportes de motor y otros.

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