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100 años de cine y teatro en euskera


Erlea –abeja– fue la primera palabra que se pronunció en euskera en una pieza audiovisual. Corría el año 1930 y el sonido acababa de ser introducido en el cine. En ese contexto, un documentalista francés recorrió Euskal Herria con la videocámara a cuestas para registrar las vidas de las gentes que la habitaban. Y se encontró con la siguiente estampa: un baserritarra informando a las abejas del panal que trabajaba su padre, que acababa de fallecer, de que él era su nuevo dueño, amo y señor. 

Esta escena fue descubierta por el ‘arqueólogo’ del cine vasco y profesor en la UPV/EHU Josu Martínez, quien ha participado este viernes en la jornada ‘Euskal antzerkiaren eta zinegintzaren nondik norakoak XX. mendean’ (Historia del teatro y del cine vascos en el siglo XX) organizada por la Fundación Sabino Arana, en colaboración con el Ayuntamiento de Bilbao, junto a la actriz, directora y dramaturga Aizpea Goenaga. 

Ambos han repasado de cabo a rabo la evolución de las producciones teatrales y cinematográficas confeccionadas en euskera en el último siglo. Tanto las unas como las otras comparten, de acuerdo con Martínez y Goenaga, problemas como la precariedad o el desprestigio. “El teatro profesional se trabajaba, y se trabaja, en ambas lenguas, porque las obras en euskera han sido siempre percibidas como amateurs”, ha denunciado la intérprete y escritora. 

Un teatro comprometido con la identidad

En ese sentido, también ha señalado que el teatro vasco, desde sus orígenes a principios del siglo pasado, ha sido impulsado por personas “que sienten verdadera pasión” por este arte escénico. Según Goenaga, esos orígenes tuvieron una intención política. “Hay que nombrar a Toribio Altzaga –1861-1944–, que trabajó tanto aquí como en el exilio y entendía el teatro como una herramienta de identidad y de desarrollo en un contexto en el que la mayoría de la gente euskaldun era analfabeta”, ha indicado. Así, la mayoría de las representaciones –sobre todo las que se interpretaban en suelo vizcaino– estaban dirigidas a la creación de una conciencia nacional colectiva y a la movilización social en clave nacionalista.

En la década de los 60 se produce un cambio de paradigma en el teatro vasco. A partir de ese momento, las compañías se sumergen de lleno en un modelo más vanguardista, en constante contacto con las iniciativas que se estaban desarrollando en Madrid o Catalunya. Y todo ello tiene una consecuencia: la profesionalización. “Fue difícil”, ha reconocido Goenaga, “porque el espectador no estaba acostumbrado a ver un teatro tan diferente, tan de vanguardia”, ha alegado. Además, tampoco existían espacios de creación y “las puertas de los teatros estaban cerradas para los creadores locales”.

¿Pagar por ver teatro? ¿En serio?

El tejido social tampoco entendía que era necesario rascarse los bolsillos para disfrutar de una representación teatral. De hecho, la artista subrayó que a las compañías que iban de pueblo en pueblo se les ofrecía, a lo sumo, una cena o una docena de huevos como pago por su trabajo, que no se consideraba como tal. Por eso, el contexto del teatro vasco –especialmente de aquel que apostaba por el euskera– era de una precariedad absoluta. Una precariedad que no se ha atenuado con el paso de los años. “Me da vergüenza decir lo que me van a pagar por un trabajo. Tengo 64 años y no gano ni 1.000 euros al mes”, ha confesado Goenaga. 

Por otro lado, según la creadora, a lo largo de toda su historia este arte “ha tenido que vivir, crecer y desarrollarse con otras dos lenguas más”, el castellano, en Hego Euskal Herria, y el francés en Iparralde. Esta no ha sido una convivencia que se haya producido en igualdad de condiciones, ya que las representaciones, en ocasiones, tenían que favorecer el castellano en detrimento del euskera. “El modelo que se seguía era el siguiente: a las 19.00 horas se actuaba en castellano y a las 10.00, a la peor hora, en euskara”, ha censurado. 

Aún con todo, Goenaga no ha querido perder la oportunidad de honrar a todas las personas que han hecho posible un teatro vasco: “Afortunadamente, el teatro vasco, de la mano de profesionales de alto nivel y con una afición infinita, ha dado como fruto creaciones espectaculares. Y lo mismo ha ocurrido con el sector audiovisual que, de la mano de tremendos profesionales, han conseguido dar a nuestro cine una gran visibilidad”

El cine, diabólico

Hoy día el cine vasco –y el grueso del sector audiovisual– cosecha éxitos tanto dentro como fuera del territorio comprendido entre los Pirineos y el Ebro. Una buena prueba de ello son las 15 nominaciones a los Goya que ha recibido 100.000 especies de abejas, de Estíbaliz Urresola; el histórico taquillazo de Irati, la película en euskera que más entradas ha vendido hasta la fecha, o el estreno en Netflix de Itxaso, la última teleserie en lengua vasca protagonizada por Nerea Mazo y Jon Plazaola. 

Hace 100 años, sin embargo, el cine no fue muy bien recibido en Euskal Herria. Sus pobladores ni siquiera sabían cómo nombrarlo y en la prensa de la época se aventuraban a tratar de acuñar términos para este fin que son irreproducibles para un servidor. Así lo ha expuesto este viernes el profesor de la UPV/EHU Josu Martínez, quien ha señalado que ciertos sectores incluso lo consideraban un invento diabólico. “La percepción de los curas estaba muy generalizada y no había una buena opinión del cine. Ahora, siempre ha habido personas con más amplitud de miras y este caso no es una excepción”, señaló Martínez antes de proceder a ‘cartografiar’ la historia del cine vasco a través de 16 fotogramas. 

En su ponencia, el profesor e investigador se ha referido al audiovisual del País Vasco en su conjunto (Hegoalde e Iparralde) y a la diáspora. Entre aquellos pioneros con amplitud de miras, citó a Yhchausti y su ópera prima, Euzko Ikusgayak y a Maddi Elizaga y su obra, Mirentchu. Ha destacado, de esta manera, la labor de protagonistas de la escena vasca que no suelen citarse en los libros, y en especial, de las mujeres cineastas. Todavía ha tenido tiempo tiempo para avanzar unas décadas en la cronología del audiovisual euskaldun para llegar hasta la década de los 80, momento en el que se comienza a perfilar la profesionalización del séptimo arte en el País Vasco, ya que, hasta ese momento –y al igual que en el ámbito teatral–, “la mayoría de los trabajos rodados por vascos han sido amateurs”.

Tik-Tok a la vasca

Al término de las jornadas, los dos ponentes se han unido al profesor de Dantzerti Mikel López y a la Directora de Promoción de la Cultura del Gobierno vasco, Aitziber Atorrasagasti, para tomar la temperatura al ámbito de la industria audiovisual vasca. Todos ellos han coincido en la necesidad de avanzar en la mejora de las condiciones de los creadores y en el impulso de los contenidos en euskera, incluidos los que se hacen las redes sociales como Tik-Tok, YouTube o Instagram.

Lo ‘amateur’ se profesionaliza

“En ese momento, entre finales de la década de los 70 y principios de la de los 80, se da inicio a la cultura cinematográfica en Euskadi, indicóz+. Con este término el profesor no solo se refiere a la producción de películas de manera profesional, también engloba la creación de publicaciones en las que se hacen críticas de cine. Destacó, por ejemplo, el espacio que tomó Joseba Sarrionandia en una revista, Zinekologoaren Bulegoa –el despacho del cinecólogo–. En este, el escritor y poeta vizcaino analizaba las películas que iban llegando a los cines del territorio, a veces en clave humorística. Mientras, la década terminó con 21 películas rodadas en Euskadi. Tan solo una, según Martínez, en euskera. No fue hasta 2005 cuando los productos audiovisuales en lengua vasca recibieron un sólido impulso, aunque todavía hay trabajo por delante



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Antea Morbioli

Hola soy Antea Morbioli Periodista con 2 años de experiencia en diferentes medios. Ha cubierto noticias de entretenimiento, películas, programas de televisión, celebridades, deportes, así como todo tipo de eventos culturales para MarcaHora.xyz desde 2023.

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