Ciclismo

20 años sin el Chava, el ciclista de la afición: “Eusebio, me siento con unas patas que no hay quien me pare, vamos a … – Relevo



El 6 de diciembre de 2003 un escalofrío paralizó el cuerpo de los aficionados al ciclismo: “Chava ha muerto”. El mundo del deporte estaba de luto por tener que despedir, a sus 32 años, a José María Jiménez, un ciclista que fue un icono mucho más allá de la bicicleta, uno de los deportistas españoles más carismáticos de finales del siglo XX y principios del XXI. 20 años después, en las carreteras que unen los pueblos cercanos a El Barraco (Ávila), donde nació y vivió, sus seguidores se rebelan ante aquel fatídico titular. “Chava vive”, se lee en numerosas pintadas en el asfalto y en las rocas. Una frase que sirve para recordarle y que refleja el sentir popular. “Aún hoy, al decir que soy de El Barraco, me dicen ‘el pueblo del Chava’. Eso me llena de orgullo. Niños que no le han visto ni correr le tienen en su móvil como si fuera un rey”. Habla Juanjo, más conocido como Pinchote, el mejor amigo de José María fuera del pelotón. “Se fue hace 20 años pero todavía está aquí”, dice Santi Blanco, uno de sus fieles compañeros en el ciclismo.

¿Quién fue el Chava Jiménez? A principios de los años 90, en los corrillos ciclistas, comenzó el runrún de que en la escuela creada por Víctor Sastre (padre de Carlos, ganador del Tour de 2008) había un grupo de chavales que apuntaba maneras. Entre ellos destacaba José María, apodado Chaba (el nombre le venía por su abuelo y después él cambiaría la ‘b’ por la ‘v’). “En sus comienzos con una bicicleta era gordito, un tío de 80 y pico kilos ganando carreras. Tenía muchísima fuerza, un cuerpo de sprinter que acabó convirtiéndose en uno de los mejores escaladores de la historia”, recuerda David Navas, que también salió de la escuela de Sastre y fue el mejor amigo del Chava en el pelotón (coincidieron en Banesto). “Desde que pasó a amateur, en el 91, destacó. Ese año ganó el Circuito Montañés, que en aquellos momentos era una de las grandes referencias del ciclismo por vueltas en amateur. Era muy dura, en Cantabria, y ahí ratificó su condición de hombre de montaña. Por perfil, ser escalador no se correspondía con su cuerpo, que era de rodador. Pero sus grandes días han sido en etapas de montaña. Sorprendía pero es así, en el llano y en contrarreloj era un corredor normal. Y en montaña con 72 o 73 kilos ganaba a escaladores mucho más livianos”, recuerda Eusebio Unzúe, que le dirigió en Banesto durante toda su carrera (nunca cambió de equipo).

En su paso a profesional (1993) pronto empezó a destacar y al año siguiente llegaron sus primeros triunfos en etapas (Subida a Urkiola) y generales (Vuelta a la Rioja). Así se podría hacer un repaso, temporada a temporada, a un palmarés plagado de victorias en alto, aunque valorar su carrera a través de sus triunfos sería pasar de puntillas por lo más valioso del personaje: el amor de la afición por su figura. “Es un ciclista que ha alcanzado unos niveles de éxito, de gloria, muy superiores a otros que han tenido más triunfos. Es uno de los nuestros, de los suyos, de la gente”, explica Javier Ares, uno de los periodistas que más de cerca siguió su carrera y que forjó una gran amistad con él, hasta el punto de ser de las últimas personas que lo visitó en la Clínica San Miguel (en la calle Arturo Soria de Madrid), donde murió en 2003 víctima de un infarto.

Seguir al Chava significaba emociones fuertes. “Decía que el segundo es el primero de los perdedores. Para ser segundo, se dejaba caer y ya ganaría mañana”, recuerda Pinchote. Una definición en la que Ares coincide: “Era ese ciclista capaz de romper, de atacar a lo grande, de montar el espectáculo”. “Se convirtió en un generador de ilusiones y felicidad para tantísima gente cuando ganaba… Sus victorias, casi todas fueron espectaculares. Era increíble”, cuenta Unzúe. El actual director de Movistar Team, que lo dirigió en Banesto, narra ese carácter que le hizo tan especial para la gente y tan querido dentro del pelotón: “A veces consideraba por la mañana que no tenía el día y luego venía al coche ‘Eusebio, que me siento con unas patas que no hay quien me pare, vamos a armarla'”. 

En ocasiones encontraba el punto durante la carrera y otras marcaba una etapa en rojo y la preparaba a conciencia, para desgracia de sus rivales, que esos días tenían pocas opciones. “Daban la táctica por la mañana en el autobús y nos decía: ‘Tranquilos, que hoy voy a ganar, yo me las apaño’. Lo decía… y ganaba. La presión no podía con él. Tenía un porcentaje de acierto muy alto, diría que de un 80%, nunca vi algo así. Sabía perfectamente cuándo estaba para ganar”, asegura Santi Blanco.

“Decía ‘hoy voy a ganar’… y ganaba”

Santi Blanco

Ese acierto del 80% deja un 20% de error. Esos días que la gente esperaba al Chava y las cosas no salían como habían planeado porque las piernas no respondían. “No le podías pedir que apretase el culo para ser quinto, ese no era él. Apretaba si era para ganar”, dice Blanco. Uno de esos días que parecía que sí y que acabó en desastre lo tiene grabado a fuego Unzúe: “Recuerdo una etapa que terminaba en el Mont Ventoux (una de las grandes cimas del Tour de Francia). Había una fuga de siete u ocho con Chente y Arrieta (sus compañeros de equipo). Tenían tres o cuatro minutos, hubiera llegado la fuga sin duda. Me dice: ‘Eusebio, no tengo ninguna duda, vamos a ganar’. Echamos la fuga abajo, paramos primero a Chente y luego a Arrieta. Llegamos al inicio del Mont Ventoux, se salió Chente del relevo y con él, el Chava. Después de haber echado atrás la fuga y de parar a los dos corredores de la escapada se quedó y decía ‘no te lo puedo explicar, ha empezado el puerto, mi terreno, y ya no iba’. Ese era el Chava. Otros días realmente le salía y su nivel de efectividad cuando apuntaba a diana, cuando marcaba un objetivo, era difícil que se equivocara”.

Un mito en la Vuelta a España

Esa imprevisibilidad y la grandeza de las etapas que ganó lo convirtieron en un icono, sobre todo en España, porque para el Chava la Vuelta siempre fue especial. “Era el ciclista más famoso que había en España en aquel pelotón”, asegura Navas. “Ni Tour ni nada, él quería estar con su gente. Se sentía el rey de la Vuelta”, dice Pinchote. Navas, que tantas horas compartió con él, hace un análisis más allá del calor de la gente: “Antes el ciclismo era distinto, te preparabas para un objetivo y el suyo era la Vuelta. En el Tour estuvo cerca de ganar alguna etapa. Pero es que antes la primera semana del Tour era llana, con esas carreteras de rotondas… No podía ir motivado con ese recorrido, es que la primera semana el Chava ya estaba fundido física y psicológicamente en Francia”.

Su palmarés en la Vuelta es lo que le hizo grande: nueve victorias de etapa, cuatro veces campeón de la montaña, una vez de la regularidad y un tercer puesto en la general de 1998, año en el que ganó cuatro etapas. Esa edición del 98 la recuerda bien Fernando Escartín, que quedó segundo (ganó Olano y Chava fue tercero): “Venía con Heras y conmigo (ambos en Kelme), nos hacía el último relevo y nos remataba al final. Se aprovechaba de que tenía de jefe de filas a Olano, nosotros endurecíamos la carrera y luego nos ganaba”. A pesar de aquello, Escartín habla de Chava con el mismo cariño que casi todos sus contrincantes: “No le he visto nunca hacer una jugarreta a ningún rival. Era muy querido dentro del pelotón: abierto, amable, bromista…”. Ese carácter extrovertido lo trasladaba también al público: “Disfrutaba de la gente, era muy cercano”, dice Pinchote.

Tal era su carisma y su llegada que a pesar de que nunca ganó una gran vuelta de tres semanas, fue durante muchos años el ciclista español mejor pagado del pelotón. “¿Quién vende más en España, Zulle o yo? ¿Tú quién crees que debe ganar más? Sí, gano más que Zulle”, contaba Jiménez en una entrevista en ABC en el 2000, tras renovar con Banesto. En esa misma entrevista aseguraba que “dos años más y me retiro”, un pronóstico que, por desgracia, se cumpliría incluso antes de lo esperado.

Tres victorias… y una depresión

La Vuelta de 2001, en la que ganó tres etapas, fue la última vez en la que se vio al Chava Jiménez de manera oficial sobre una bicicleta. En 2002, con contrato en vigor con Banesto hasta final de año, comenzaron unos problemas psicológicos que le condujeron hasta una profunda depresión. Navas fue una de las personas que lo vivió de cerca y reflexiona sobre lo que ocurría entonces: “En aquella época decir que necesitabas un psicólogo podía ser un problema, podía ser duro. Recuerdo cuando yo corrí en el AG2R, nos pusieron un psicólogo y lo ignoramos. ¿Para qué necesitamos un psicólogo en ciclismo? Necesitaremos un biomecánico, un nutricionista, más fisios… Qué me va a decir a mí un psicólogo sobre lo que es el sufrimiento en una bicicleta. Lo veía extraño entonces y ahora me doy cuenta de que es fundamental, porque he visto muchos problemas en compañeros. Ahora es al revés, es impensable pensar en que no haya un psicólogo”.

“En aquella época decir que necesitabas un psicólogo podía ser un problema; ahora me doy cuenta de que es fundamental”

David Navas

El Chava hizo varios intentos por volver, pero su cabeza pudo más que sus piernas. Mientras él peleaba por salir del túnel, aumentó la leyenda sobre ese carácter de vividor que le acompañó durante su carrera y que él mismo alimentó al no salir nunca al paso de algunos rumores: “Le gustaba disfrutar y no le importaba que se dijera que había salido de fiesta porque luego respondía”, dice Pinchote. La retirada (en 2003 anunció definitivamente que lo dejaba) y la depresión le condujeron a una tristeza que terminó por vencerlo. “El Chava nunca ha sido como acabó. Yo he salido de fiesta con él y nunca fue como acabó. El problema es la gente de la que te rodeas en esos malos momentos”, dice Blanco. “Al faltar, se han hablado muchas cosas sobre él que son mentira. Era una vaca débil y los carroñeros, a por él. Hay gente que no es buena y que se ha quedado con esos últimos años, pero a cualquier amigo que le preguntes te dirá que ha sido magnífico siempre”, coincide Navas. “Era muy sensible. Le dolían muchas cosas. Se han dicho cosas que son verdad y otras muchas que no tienen ni pies ni cabeza. Algunas noches le habían visto a la misma hora en Burgos, en El Tiemblo y en Serranillos. Han contado cosas en las que yo estaba y alguien que no había estado me venía a contar lo que había ocurrido”, reflexiona Pinchote.

Tras abandonar el ciclismo, la pelea era recuperar a la persona. Jiménez se casó con Azucena, su novia de toda la vida, siguió viviendo en El Barraco e intentó buscar aficiones con las que llenar el tiempo (pintaba, hacía manualidades, daba largos paseos por la montaña…). Sin embargo, cada poco tiempo, la sombra de la depresión le devoraba de nuevo. “Se encerraba en casa, no quería que lo viéramos mal. Le llamaba al timbre y le decía ‘será por tiempo'”, dice Pinchote. Consciente de su delicada situación, ingresó en la Clínica San Miguel para curar de una vez por todas su enfermedad. “La última vez que le vi le dejaron salir de la clínica y le vi mejor. Reconoció que tenía un problema y estaba dando los pasos correctos para solucionarlo”, recuerda Blanco. Otro amigo que lo visitó durante ese periodo fue Javier Ares: “Lo vi francamente bien, con ganas de vivir. Muy vital, sólo tenía que convencerse de que ya no era ciclista. Nunca pensé que su fallecimiento podía llegar tan pronto, de hecho fue un accidente”. “Le vi una semana antes de su muerte. Vino a pasar el fin de semana al pueblo y el domingo por la noche (30 de noviembre de 2003) volvía a la clínica. Le vi mejor. Me dijo que había quedado la semana siguiente con el padre de Nacor Burgos (exciclista abulense) para ir a por boletus, que iba a empezar a andar, a hacer deporte…”, recuerda Navas.

Sin embargo, tras varios días con un fuerte dolor de muelas, el 6 de diciembre sufrió un infarto cerebral en la clínica, mientras bromeaba y enseñaba las fotos de sus hazañas a otros internos. Una muerte temprana, trágica, que arrebató a la persona a sus seres queridos pero que deja para siempre la leyenda de uno de los ciclistas más queridos de la historia de España. “Se ha sido muy injusto con él”, reflexiona Navas. “Era todo bondad, siempre que necesitaba algo, ahí estaba”, dice Santi Blanco. “Era tan entrañable, cercano, carismático… Noto más la ausencia del ser humano que la del deportista”, rememora Ares. Un recuerdo que sigue vivo en muchas carreteras abulenses y también en algunas etapas de la Vuelta, como aquel mítico Angliru que él conquistó por primera vez en la historia. Un ciclista irrepetible, carismático como pocos y con un corazón inmenso que se paró cuando volvía a ilusionarse con la vida.

Sergio Santos

Sergio
Santos
se
encarga
de
cubrir
para
Relevo
toda
la
información
sobre
el
Real
Madrid
y
la
Selección
española
de
fútbol.
Natural
de
Madrid,
estudió
Periodismo
en
la
Universidad
Complutense



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Julieta Elena

Tiene más de 5 años de experiencia en la redacción de noticias deportivas en línea, incluyendo más de cuatro años como periodista digital especializado en fútbol. Proporciona contenido principalmente relacionado con el fútbol, como avances de partidos y noticias diarias. Forma parte de marcahora.xyz desde abril de 2023.

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