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Tomás Jofresa y el dilema de compartir taquilla con su hermano Rafa: «Me hacía daño, me rebelaba y ahí encontraba … – Relevo



Tomás Jofresa (Barcelona, 1970) cambió la velocidad a la que cruzaba la cancha por la calma de una isla como Menorca. Allí reside desde que decidió colgar las zapatillas en 2006 tras ser uno de los símbolos del baloncesto español durante la década de los 90. Su pelo rapado al estilo militar, su energía en la cancha y su papel de revulsivo le convirtieron en el rock&roll de un deporte marcado entonces por la pausa y la calma. Dos características que le costaron más de un ‘palo’, como en la derrota en la primera Euroliga de la historia. Un jugador fabricado fuera del molde (fue de los primeros en acudir al psicólogo) que hoy intenta que el resto no pierda su esencia en la lucha por sus objetivos. Mientras, él disfruta de esa tranquilidad que a veces parecía faltarle en el parqué.

¿Qué ha sido de Tomás Jofresa durante todos estos años, desde que dejó el baloncesto?

Desde el momento en que dejas de jugar, te insertas en la vida cotidiana y en el mundo laboral. Tienes que buscar opciones que no solo te permitan vivir, sino también que te permitan crecer como persona y realizarte. Yo desde antes de dejar de jugar ya tenía algunas ideas. Inmediatamente después de abandonar empecé a entrenar equipos de gente joven, niños y niñas. Era todo baloncesto de formación y ya estaba haciendo los campus de baloncesto, tanto en Menorca, que es donde vivo, como en Mallorca también.

Luego, poco a poco, todo ha ido evolucionando. He estado inmerso en proyectos educativos con el Consejo Superior de Deportes y la Agencia Antidopaje. He estado colaborando con empresas, para hacer eventos. Y ahora todo va dirigido ya a la parte más de conferenciante, tanto a centros educativos y sobre todo ahora mismo, más especializado en empresas.

Esa es la vida que llevo, una vida tranquila en Menorca, y puedo decir que soy una persona que tengo una vida sencilla, muy bonita, no exenta de dificultades como todos tenemos, pero con un recuerdo fantástico de mi etapa como jugador.

Su imagen, con el pelo pincho y ese lanzamiento bombeadísimo tan característico, le convirtieron en seña de identidad del baloncesto en los 90 y en un personaje muy popular. ¿Cómo llevó la fama?

Nosotros pertenecemos a una familia, tanto por parte de los Jofresa como de los Prats, muy numerosas y ese protagonismo que tuvimos Rafael y yo en el mundo del deporte lo llevábamos bien porque en nuestra tribu éramos uno más. Siempre hemos medido el grado de las personas por su parte humana y no por la popularidad.

Obviamente fue una parte muy bonita de nuestra vida en la que todo tenía mucha resonancia. Una etapa en la que el impacto mediático o público pues era alto. El recuerdo es muy bonito, porque todo lo que hacíamos tenía, repito, una repercusión que llegaba más allá del propio mundo del deporte.

¿En algún momento sentiste que esa popularidad pesaba demasiado?

No, nunca me pasó. Aunque sí tuve quizás más problemas a la hora de entender que yo tenía una forma de jugar muy diferente a la tipología de los bases que existían en la época. Y eso me llevó a muchos momentos de frustración porque yo quería más, aunque en ese momento el juego era uno determinado.

Pude hacerme hueco y tuve unos roles tanto en el Joventut como en Unicaja, como en Girona o en Treviso de nuevo con Zeljko Obradovic. También pude hacerme hueco en la Selección española y tener unos roles importantes.

Tenía un estilo veloz y más físico en un baloncesto donde primaba la pausa en la posición de base. ¿Crees que fuiste un poco un adelantado a tu tiempo?

En ese momento yo lo que sí percibía es que tenía un tipo de juego explosivo, pero que iba más allá de la rapidez, iba más allá de del hecho de tener más pausa mental. Sobre todo por la energía que llevaba mi propia forma de ser. Siempre explico que mi incidencia en el juego o en los equipos donde estuve, pero sobre todo en el Joventut, iba más allá del propio juego. Era esa energía que yo dotaba a mis compañeros. Dotaba de ese carácter y esa personalidad que necesita todo equipo para ser campeones. Pero de alguna manera no era del todo consciente que en esa época eso no se llevaba. Sí veía que los argumentos que me llegaban para jugar más minutos eran que no tenía que tomar tantos riesgos en mi juego. Eso sí que me llegaba por parte de mis propios entrenadores.

“En esa búsqueda, de alguna manera, ralenticé y ahí perdí un poco esa esencia, perdí un poco ese sello de identidad que caracterizaba a Tomás Jofresa.”


¿En algún momento pensaste en pisar el freno, en bajar las revoluciones, o ya no serías Tomás Jofresa?

Sí, lo hice. En el año 95 antes de ir a Málaga, todavía en Badalona, acudí a un psicólogo deportivo porque yo tenía muchas ansias por poder atesorar más minutos, tener más protagonismo tanto en el equipo como en la Selección Española. Y en esa búsqueda de alguna manera ralenticé o intenté trabajar, en algunos aspectos del juego a los que quería estar más atento. Pero sí que es verdad que ahí perdí un poco esa esencia, perdí un poco ese sello de identidad que caracterizaba a Tomás Jofresa.

De hecho una de las charlas que doy a gente joven en el mundo del deporte se titulan ‘No pierdas tu esencia’ va en base a eso, tener el deseo y el hambre de querer pulirse, de querer mejorar dentro de nuestro ámbito, pero nunca perdiendo nuestra esencia.

Una vez que eres consciente de que estás perdiendo esas señas de identidad, ¿pasas por momentos de frustración, de pensar ‘por qué estoy haciendo esto’?

Sí. Recuerdo que en Málaga tuve un primer muy buen año, en el que sigo yendo a la Selección. Luego en el segundo año yo creo que ya no me encuentro tan cómodo y a partir de ahí, cuando quieres recuperar esa frescura que tienes, esa explosividad, esa improvisación, ahí ya me costó un poquitín más.

Luego con Obradovic en Treviso creo que lo recupero, pero fue más por los propios motivos del equipo, en los que se necesita que yo esté en pista muchos minutos porque Davide Bonora pasa varios momentos del año lesionado. En ese momento tengo que tener una tipología de juego muy explosiva, que es lo que me pedía Zeljko, pero también un conocimiento del juego y un rol más de distribuidor.

“Dentro del propio club se miraba con ojos como platos y recibía las típicas bromas de la época por ir al psicólogo”


Me hablabas de que recurriste a un psicólogo deportivo en el año 1995 pero no era muy normal en aquella época que un deportista de élite recibiera esa ayuda, ¿verdad?

No, no, para nada. De hecho a mi se me juzgó bastante en el entorno más cercano. Dentro del propio club se miraba un poco con ojos un poco como platos y recibía las típicas bromas de la época. Pero ya sabéis que esto en la actualidad es el pan nuestro de cada día y en aquella época ya se trabajaba así en la NBA. Los jugadores, los deportistas de élite acudían a terapeutas para poder reencontrar su esencia y a veces saber dónde estás, cuál puede ser el papel o el rol que tú puedes tener en el equipo y cómo puedes tener más incidencia. Yo en ese sentido sí que quizás fui un pionero en la época. Todas las evoluciones que hay dentro del mundo del deporte existen a partir de gente que ha tomado decisiones de este tipo.

Y tú, ¿cómo llevabas esas bromas que te hacían tus compañeros? Porque tú acudes al psicólogo porque necesitas ayuda

Yo en ese momento acudo a un psicólogo deportivo para que me oriente para poder canalizar, dibujar y plasmar un poco cuáles eran mis sensaciones, cuáles eran mis cualidades y qué era lo que me faltaba para poder tener más protagonismo y más efectividad. Rebajar un poquitín el nivel de peligrosidad en el juego. Es decir, equilibrar un poco todo. Al final yo estaba convencido de ello, titubeé bastante poco. De hecho estuve trabajando un par de años con el terapeuta y fue un trabajo formidable. Me fue muy bien, pero sí que es verdad que a nivel de juego, tiempo después me di cuenta que había perdido un poquitín la esencia.

¿Qué piensas cuando ves a un deportista al que seguramente conoces porque se ha criado en la misma cantera que tú, como Ricky Rubio decir que tiene que parar porque su cabeza se lo pide?

Yo nunca llegué a este punto. El baloncesto era mi vida. Propiamente el baloncesto era mi evasión. La lucha por querer más minutos, la lucha por ser mejor jugador de baloncesto, por mejorar mis habilidades, la técnica individual y la táctica colectiva… Todo eso me llevaba a trabajar más, pero llegué a tener momentos en los que percibía que no podía trabajar más ya no sólo con el grupo sino también fuera del equipo. Pero para mí el baloncesto era el propio analgésico para eso. Por tanto cada uno, sus emociones y cómo las gestiona y lo que le producen son diferentes. Entonces cuando he visto, no sólo a Ricky sino a otros deportistas de élite que han pasado por esos momentos siento una empatía total.

Yo en la época adolescente ya había acudido por orientación de mi madre y ya trabajé con el mundo de la psicología. Por tanto es algo que me ha parecido siempre súper familiar, súper necesario para mí. Ahora, cuando veo que está sucediendo y que está aflorando un poco y se hace público, pues no tengo más que sentir satisfacción de que eso salga a la luz y de que los propios deportistas sean capaces de explicarlo. Yo en esa época lo expliqué claramente y me abrí mucho y sí que es verdad que quizás ahora ellos no tienen que luchar contra esas burlas, esos chistes en el entorno más directo del equipo, del club o de la masa social. Ahora no, ahora se respeta muchísimo eso. En aquella época no, pero a mí no me importaba. Yo sabía lo que quería hacer y sabía dónde quería llegar.

Me hablabas ahora de que el baloncesto fue un analgésico para ti. Desde que lo dejas hasta hoy, ¿cuántas veces al día echas de menos el baloncesto?

Pocas, porque eso sería síntoma de que mi evolución como persona no ha sido la que yo querría. A ver, lo que tenéis que entender es que cada vez que veo un partido -todas las semanas veo dos o tres partidos- o cuando veo noticias o cuando leo los tuits, sí que es verdad que la adrenalina que recuerdas que sentías es increíble. O la competencia, la competitividad en los entrenos, el deseo casi enfermizo por mejorar cada día. Eso siempre se va a echar de menos.

Hablo por mi, al menos la vida que tengo con mi tribu, con mi red, aquí en Menorca donde vivo o en Barcelona donde vive mi familia. Toda esta red es la que conforma mi vida actual y estar de alguna manera pensando en la etapa de jugador no sería lo más apropiado. Me siento muy feliz de la vida que tengo. Luchar por mi día a día, por mi vida laboral es fenomenal, con todas las adversidades que cada ser humano tiene, porque todo el mundo las tiene. Pero bueno, para eso estamos aquí para ir solventando y luchando.

Empezamos a echar la vista atrás ¿cuándo y cómo empieza Tomás Jofresa a botar un balón de baloncesto?

Pues no lo sé. Diría que desde que nacemos porque nuestro padre, Josep María, ya era jugador de la Selección española. Además jugó en el Manresa y fue jugador de división de honor. Por tanto el balón de baloncesto en casa fue algo con lo que crecimos. Sí sé que en las escuelas Pías de Diputación, que es donde estudiábamos con 6-7 años ya formé parte del equipo Prebenjamín y desde ahí ya, pues toda la vida.

¿Y en algún momento pensaste durante todo ese camino en no dedicarte al baloncesto profesionalmente, o siempre lo tuviste claro?

Jamás tuve claro que podría llegar a ser jugador profesional de baloncesto. Sí que es verdad que en edad infantil, el Joventut de Badalona, como consecuencia de que habían captado a Rafael, formó parte de su equipo con la mítica escuela de baloncesto de la cantera, coordinada y dirigida por el gran Enrique Campos. Luego, dentro del club vas viendo que vas evolucionando y aquel segundo año de infantil ya voy a la selección española infantil, con Miguel Ángel Martín y Pepu Hernández como entrenadores. Más tarde, en etapa juvenil ya me pilla el entrenador más mítico de los míticos que es Miquel Nolis y con él ya voy también a la selección juvenil. Quiero decir que sí que es verdad que vas evolucionando, pero es que es muy complejo llegar arriba.

Repito, y no me quiero poner pesado porque siempre cuento lo mismo, pero es la percepción que hemos tenido nosotros, que hemos pertenecido a una familia con los pies en el suelo, que no eran fans radicales de sus hijos que jugaban a baloncesto. Al contrario, estaban muy pendientes de la parte académica, pero también de fortalecer nuestras seguridades, nuestra autoestima como personas y también en el mundo del deporte.

Entonces vas viendo y poco a poco vas evolucionando y lo que sí que tienes muy claro es que te apasiona, que quieres trabajar al máximo y que quieres comprobar cuál es tu tope, cuál es el máximo jugo que puedes sacar a ti mismo. Esa es la grandeza Luego ya es verdad que vas viendo más cerca posibilidades de llegar al primer equipo y ahí sí que te das cuenta de que has hecho lo menos difícil. Luego viene lo otro que es subir el nivel y mantenerlo ahí. Eso ya es otro cantar.

“Me gustaba. Yo era feliz jugando como jugaba, era feliz animando, era feliz transmitiendo, era feliz dotando al grupo de una energía determinada”


Tú eras el rock&roll de la Penya y de la Selección, mientras que tu hermano era más la música clásica. ¿Cómo llevabas esa etiqueta que se te puso como jugador?

Me gustaba. Yo era feliz jugando como jugaba, era feliz animando, era feliz transmitiendo, era feliz dotando al grupo de una energía determinada. Era muy muy feliz. Además tengo que contaros la anécdota que siempre contamos con Rafael, que es esa percepción de estar en el yo en el banquillo y Rafael jugando, saliendo de titular, y yo tener un hambre por salir, unos deseos bestiales por jugar. Pero al mismo tiempo sufrir para que Rafael jugara lo mejor posible contra Nacho Solozabal, contra Montero, contra Corbalán, contra Azofra. Y al mismo tiempo cuando él estaba en el banquillo, a pesar de deseara jugar, quería que su hermano Tomás lo hiciera bien.

Esta fue, creo, que una de las claves. Teníamos unos roles tan bien estipulados, tan diferenciados que yo me sentía feliz siendo quien era.

¿En algún momento te pesaron las comparaciones con tu hermano Rafael?

Sí, claro que te afecta. Te afecta porque además es el hermano mayor . Es el hermano mayor que además también tiene una incidencia importante en la familia, cuando nuestro padre fallece siendo nosotros muy jóvenes. Tener que partirte la cara con tu hermano metafóricamente hablando, y en algunos momentos no metafóricamente sino literalmente, para ganarte el puesto, con todo ese esfuerzo diario y jugando en la misma posición, llega un momento en el que sí me pesan esos inputs que me llegan de “cuando pierdas menos balones” o “cuando tengo menos riesgo tu juego”… Toda esa comparativa me dolía, me hacía daño, no me gustaba, me rebelaba y ahí encontraba a mi analgésico, trabajando más.

Con ese juego que tenías, veloz, agresivo y un poco más físico, ¿tuviste alguna vez oportunidad de ir a la NBA?

Sí. De hecho después del Campeonato de Europa con la Selección en Alemania en 1993, a principios de julio me fui a Atlanta y estuve con los Atlanta Hawks en el campus de la liga de verano de Orlando y estuve allí una semana. Pero bueno, obviamente las cosas no funcionaron como para que yo pudiera jugar en la NBA. Sí que es cierto que tenía una explosividad en el juego más similar al juego americano, pero bueno no sé, visto ahora, mi opinión es que no era posible hacerme un hueco a la NBA. En aquellos momentos el jugador que iba a la NBA era un jugador que aquí en Europa era un jugador diferencial.

El momento que más se recuerda de Tomás Jofresa es aquella Final Four en Estambul. Héroe y villano en apenas unos segundos. ¿Cómo recuerdas esa secuencia, primero anotando y luego recibiendo la canasta de Djordjevic?

Es el episodio deportivo más traumático que hemos vivido. Sin lugar a dudas. Porque fue un gran año de juego, un gran año de desbancar a los grandes de Europa como el Barça y Madrid. Y llegar a una final contra un equipo como Partizan, tener el partido prácticamente ganado después de una canasta mía y recibir un mazazo como el que nos infligió Sasha… Pero esto es deporte. Esto es baloncesto y no se puede parar de trabajar. Aunque ganes hay que seguir trabajando para seguir demostrándote que tienes ese hambre de querer mejorar, de querer pulirte y así pudimos hacerlo dos años después.

¿Cuántas veces ha visto Tomás Jofresa esa secuencia y cuántas veces ha pensado que no tenía que haber ido a taponar a Djordjevic?

La he visto muchísimas porque la conferencia que doy a empresas lleva como hilo argumental y como base audiovisual esta jugada, con lo cual la veo cada semana. Eso por un lado. En segundo lugar, hay muy pocas formas diferentes de defender esa jugada, porque al final lo que tengo que hacer yo con un jugador como Sasha, con lo seguro que era tirando tiros libres quedando tres segundos, provocar una falta personal era no tener prácticamente tiempo nosotros para anotar. Él con toda probabilidad iba a anotar los dos tiros libres con los que se pondrían un punto por arriba.

Juanan (Morales) viene en mi ayuda pero un pelín, bueno, no digo tarde, pero en un momento que en el que Sasha está levantándose ya. De hecho yo me tropiezo con su pie, yo me tropiezo con Juanan y no me da tiempo a levantarme y puntear bien el tiro.

La jugada es de un gran mérito de Sacha y poco más que decir, más que a lo mejor haber tenido la capacidad de arrinconarlo un poco más, pero ahí también tienes el miedo de que los árbitros te sancionen con una falta.

Hace poco Danilovic dijo que recordaba las caras de los jugadores del Joventut llorando tras esa final. ¿Cómo fue esa primera imagen dentro del vestuario?

Es quizás el episodio más traumático a nivel deportivo que he vivido. Y no sólo fue la llegada al vestuario. Ya en la misma pista varios jugadores varios de nosotros rompimos a llorar. La decepción fue muy grande.

Teníamos la percepción de que los grandes de Europa como Barcelona, Madrid o Philips Milán, que habían sido desbancados de esa final, iban a hacer una inyección económica tremenda a las secciones de baloncesto. Por tanto, creíamos que habíamos desaprovechado una ocasión histórica. La sensación era que sería muy difícil volver a llegar a una final de Liga Europea.

“La Euroliga del 92 es el episodio más traumático que he vivido a nivel deportivo. Jugadores como mi hermano, Villacampa, Thompson… estábamos totalmente rotos”


La decepción fue máxima para jugadores de la talla de Corney Thompson, de Harold Pressley, de Rafael, de Jordi Villacampa. Estábamos rotos, muy rotos. Jugadores emblemáticos en Europa, auténticos números uno totalmente rotos. Pero esta es la grandeza del deporte como mencionábamos antes y el grupo tuvo la capacidad de reponerse en horas, porque teníamos partido de playoff en Badalona al cabo de tres días.

El trabajo es la medicina más maravillosa que hay. Continuar trabajando, volver a la pista, volver a entrenar con la vista puesta en el objetivo de lo que importa, que son los títulos, podemos decir que ahí supimos levantarnos.

Dos años después, también en un final apretada, ganásteis la Euroliga con un triple de Corney Thompson y después de unos segundos que parecían interminables ante Olympiacos. ¿Qué supuso ese momento?

A nivel intercontinental, el logro de la Euroliga es el momento más mágico. Pero también es verdad que nos quedamos ahí con ese sabor de que el partido fue gris. La forma de jugar de Olimpiacos nos iba demasiado bien y fue un partido un poco tosco. Nos hubiera gustado que fuera un partido un poco más brillante.

Pero bueno, al final ese triunfo es producto del trabajo y de la constancia, de la perseverancia. Poder cuando llegas a una final de Liga Europea de nuevo te das cuenta de que la clave es perseverar, la clave es tener un sacrificio continuado para poder llegar como mínimo a estar con posibilidades de luchar por los títulos. Esa es la clave. Luego ganas o pierdes porque te enfrentas a grandes equipos, pero el fracaso es no poder estar allí, no ser competitivo.

Y entre medias de esas dos finales, unos Juegos Olímpicos y un enfrentamiento contra el Dream Team. Ese día, ¿se disfruta o se sufre?

Se disfruta porque eran nuestros ídolos y era un equipazo súper profesionales con mucha clase y la verdad es que fue un disfrute. Sabes perfectamente que no vas a poder ganar y entonces lo único que intentas es poder mostrar tu mejor versión. Eso sí que es verdad, pero sabes perfectamente que no vas a poder ganar.

“Juanan viene en mi ayuda pero viene un pelín, bueno, no digo tarde, pero en un momento que en el que Sasha está levantándose ya. De hecho yo me tropiezo con su pie”


Después ya sales de casa y empiezas un periplo por Málaga, Treviso, Gijón, Girona… ¿Cómo recuerdas esos años menos asentado, haciendo la maleta de un lado para otro?

El año de Treviso quizás es uno de los años mágicos de mi carrera deportiva con Obradovic, con David de Bonora, Pitis, Rebraca, Henry Williams o Denis Marconato. Un equipazo de jugadores y un equipazo de personas con el que pudimos ganar también otros títulos, ser subcampeones de la Lega.

Sí que es verdad que siempre me quedé con la ilusión, a lo largo del resto de mi carrera, de poder volver al Joventut. Fue quizás uno de los objetivos que me marcaba cuando trabajaba cada día trabajar para mi equipo, pero soñaba con volver a la Penya. Eso nunca sucedió y para eso están los sueños para que a veces también se queden en sueños y lo tengas ahí, idealizado.

Grecia y Portugal fueron etapas más duras. ¿Qué pasó en esos años para que les tengas ese recuerdo?

En Grecia estuve jugando en Panellininos. Un equipo que después estuvo en A1, pero cuando yo fui estábamos en A2. Era un gran equipo de muy buenos jugadores pero no fuimos nunca un equipo. Era un baloncesto muy duro, la competición era muy agresiva, rozando los golpes. No me gustó jugar porque no me gustaba ese nivel de dureza, rayando la agresividad. Luego, el último año en Benfica, un club enorme, pero con inestabilidad ese año por muchos motivos. Esos dos años no conseguí dar lo que yo esperaba de mí.

¿Te queda mal sabor de boca de esos últimos años de carrera?

No, porque el intento fue el máximo y por tanto me lo pasé muy bien y pude jugar buenos partidos, pude disfrutar de clubes potentes como fueron Panellininos y Benfica. Tendría un sinsabor si ahora pensara que me podría haber esforzado más, pero eso nunca pasó en mi carrera, con lo cual el nivel de satisfacción es grande es enorme.

Una vez cuelgas las botas pasas del estrellato durante los 90 al anonimato, ¿te afecta este cambio?

No, porque mi vida fuera del baloncesto es la misma que yo llevaba cuando jugaba. Sería muy poco inteligente que algún jugador de baloncesto que va intuyendo por edad, por rendimiento y por los contratos, el final de su carrera no pudiera tener el nivel de reflexión y análisis de cara a lo que se viene. No te puede pillar de sorpresa. El jugador tiene que ser consciente de que está ahí y el paso a persona no deportistas para mí fue correcto. De hecho fue bueno. Soy una persona feliz, una persona que disfruta de la vida y disfruta también de las adversidades, como te decía antes, que todos tenemos.

Me decías antes que utilizabas la jugada final de la final de la Euroliga del 92 en tus charlas. ¿En qué consisten esas charlas y en qué te ayuda tu experiencia como jugador de baloncesto?

Lo que hago en las charlas es, a partir de mi carrera deportiva, de lo que ha significado para mí y lo que significa el trabajo en equipo, plasmar todo eso en el mundo de la empresa. Poder transmitir valores importantes como el sentido de pertenencia al equipo, el trabajo en equipo, la comunicación. Y a partir de ahí trabajo dependiendo un poco de las necesidades de cada grupo.

“Echo de menos, ya que vivimos en España, gente de aquí. Echo de menos gente de España. Eso es lo que nos pone cachondos”


¿Ayudar a los demás te ayuda a ti?

Yo siempre explico que no soy ningún solucionador de los problemas, ¿no? Pero sí soy un inspirador, quizás. Porque por medio del deporte se pueden ver de una forma muy gráfica cuáles son las formas en cómo afronta un deportista el fracaso. O más que el fracaso, la adversidad.

La adversidad puede estar en el día a día, en un entrenamiento, en no haber llegado a ofrecer en un entrenamiento determinado nivel que tú querías o que el equipo necesita de ti. Esa es una adversidad y ahí está el tema, en cómo superarla al día siguiente. Y esto en el mundo laboral, en el mundo de la empresa es diario.

De todas las acciones que hacemos cada día o que ejecutamos cada día no todas van a ser exitosas. ¿Cómo podemos conseguir que eso no nos frustre, que no haga que paremos en nuestro esfuerzo por mejorar lo que nosotros vamos ejecutando? Ahí hay aspectos muy importantes como el sentido de pertenencia a la empresa, al grupo, al equipo y son básicos para que no caer en el desánimo.

¿Has querido en algún momento volver a baloncesto como entrenador o nunca te lo has planteado?

No he tenido nunca una propuesta y lo que he hecho siempre ha sido estar en categorías inferiores, en edades de formación. Por lo tanto si te refieres a lo que es el baloncesto de élite, pues no he tenido ni tampoco nunca una propuesta, ni yo me he sentido demasiado inclinado a ello, porque en un momento determinado, cuando dejo de jugar, estoy bastante agotado mentalmente de viajar y ser entrenador sobre todo viajar. No se ha dado así. No es que no haya querido tampoco, pero no se ha dado así.

Me decías antes que sí que ves baloncesto. Actualmente, ¿qué o a quién ves que te llame la atención a día de hoy?

Veo jugadores, sobre todo los formados aquí en las canteras en España. ¿Qué te voy a decir? Echo de menos, ya que vivimos en España, gente de aquí. Echo de menos gente de España. Sí, es verdad que algunos clubes trabajan muy bien lo que es la cantera, pero echo de menos más gente nacional. Porque eso es lo que genera una identificación de la masa social con el equipo, ¿no? Tener gente de aquí. Eso sí que, hablando en términos deportivos, es lo que nos pone cachondos. Ver a gente nacional, joven, formada aquí, que no solo debuta, sino que debutan y que sostienen en el tiempo. Eso es lo bonito.

¿Sigue siendo el Joventut la gran referencia en ese aspecto, la gran cantera de España?

Sí, bueno, ha pasado unos años en los que ha habido un porcentaje enorme, apabullante, de jugadores del primer equipo foráneos y no solo americanos. Ahora vuelve a ser un equipo que apuesta por el joven y ese para nosotros es el sello de identidad. Es importante, porque hace vibrar ver a toda esa gente joven, fabricada en la casa, que no solo suben al primer equipo, sino que se consolidan.

Cuando echas la vista atrás, ¿qué ve Tomás Jofresa?

Doy gracias a la vida de haber podido disfrutar de un oficio, de un deporte, que me ha encantado y que me ha dado todo. Me ha dado la posibilidad de formarme como persona y como deportista. Ha sido un privilegio haber tenido una repercusión pública y una repercusión deportiva, no solo aquí en España, sino también a nivel europeo, y haber tenido las vivencias que he tenido. Una gran parte de quien soy ahora se ha generado a partir de esto.

Y cuando miras dentro de ti, de Tomás Jofresa, ¿qué ves?

Veo a una persona feliz, una persona que lucha por ser consecuente consigo mismo, que lucha por tener un equilibrio en la vida y tener siempre presente que no todo se acaba en el deporte. No todo se acaba en la vida como jugador de baloncesto.

Guillermo García

Apasionado
del
baloncesto
desde
niño,
Guillermo
García
ha
conseguido
hacer
del
deporte
de
la
canasta
su
profesión.
Licenciado
en
Humanidades
por
la
Universidad
Carlos
III
y
con
un
Master
en



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Rohit Palit

Periodista deportivo y graduado en Ciencias de la Comunicación de Madrid. Cinco años de experiencia cubriendo fútbol tanto a nivel internacional como local. Más de tres años escribiendo sobre la NFL. Escritor en marcahora.xyz desde 2023.

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