Hundimiendo de Wembanyama – AS

Muy lejos quedan las tres victorias en los primeros cinco partidos que los Spurs lograron esta temporada. Más aún los días de gloria del equipo texano, perteneciente casi a una epopeya, a un cuento imaginario que sería una ficción más que inventada para los oídos que lo escucharan actualmente. Pero no deja de ser cierto: hace menos de una década que Gregg Popovich conseguía el quinto y último anillo de su carrera, poniendo el broche de oro a su dinastía y consiguiendo entrar en el Olimpo de los más grandes entrenadores de la historia del baloncesto. Tim Duncan hacía lo mismo en el listado de jugadores. Kawhi Leonard lograba su particular MVP de las Finales e iniciaba un camino al estrellato, la franquicia se convertía en histórica y el estilo ejercido en uno de los más atractivos de la historia de baloncesto, uno de esos que permitió a la NBA volver a presumir del juego más cautivador del planeta.

Nada queda de aquello. Bueno, sí: un Gregg Popovich que se aferra a su puesto y no lo suelta, que escribe las páginas más horrendas de la historia de la franquicia con el mismo puño con el que escribió las más increíbles. El entrenador con más victorias de siempre en la mejor Liga del mundo es el que encadena cuatro temporadas consecutivas sin playoffs (que serán cinco), otras tantas por debajo del 50% (que serán cinco) y unas sensaciones que, si bien han sido malas de forma constante y sostenida en los últimos tiempos, jamás lo han sido tanto como ahora. Un bochorno perpetuo que daña la reputación del mandamás, que camino de los 75 años renovó por cinco temporadas el pasado verano, confirmando así su intención de quedarse para siempre y no retirarse hasta que él quiera. La franquicia, que ya ha dicho que la decisión es suya y no tiene prisa, no se hace ningún favor manteniéndole en el puesto. Ni Popovich tomando la decisión de quedarse. Todo el mundo pierde.

Ante los Jazz y de nuevo en Texas, los Spurs volvieron a perder (118-130), logrando así su quinta derrota consecutiva, y la 23ª en los últimos 24 partidos, así como la 25ª de la temporada. Esa victoria ante los Lakers les salvó del desastre total, pero nada ni nadie les salva de ellos mismos. Lauri Markkanen, con 31 puntos y 12 rebotes, fue el mejor del partido y hasta seis jugadores de los visitantes superaron la decena de puntos. Dio igual que los Spurs llegaran a ganar de 15 o que los Jazz perdieran 14 balones, el equipo de Popovich se mantuvo inoperante y se mostró incapaz de ganar el partido por el mismo motivo que los demás: son peores y la inercia les empuja a ello. Ni los 26 tantos de Keldon Johnson o los 22 de Devin Vassell fueron suficientes para inclinar la balanza. O incluso (al menos) para que alguien pensara que podían hacerlo. Imposible.

Tampoco Victor Wembanyama está disfrutando. El jugador, con aires de promesa, un teórico futuro jugador generacional, está estancado. Algo que puede ser común en un rookie pero que no deja de estar más acusado en él, por las esperanzas que genera y las expectativas que le acompañan. Ante los Jazz, 15 puntos, 7 rebotes, 4 asistencias, 1 robo y 5 tapones, números correctos pero que no dejan de ser circunstanciales. Y una hoja estadística que va bajando paulatinamente mientras los Spurs acumulan desgracias, algo de nada positivo. La situación podría obligar a la NBA a decantarse por Chet Holmgren como Rookie del Año, privando a los texanos de un premio que no ganan desde Tim Duncan. Eso lo veremos al final de temporada, pero Wembanyama ya lleva unos meses en la NBA y en los albores de 2024 no parece que se haya hecho merecedor del entorchado. Y, por mucho que deje muestras de su talento, este sería el único consuelo que le quedaría a San Antonio Spurs. Un equipo que no para de perder. En una crisis absoluta. En ruinas.

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