La obsesión de Rafael Nadal por competir y ganar me ha traído alguna que otra discusión con gente cercana, familia, compañeros de oficina y amigos. ¿Qué hace Nadal con casi 40 años queriendo volver? ¿Qué le mueve? ¿Es un buen mensaje para la sociedad un deportista que convive a diario con el dolor para perseguir un sueño? Son sólo tres ejemplos de las preguntas que suelen salir en esas conversaciones.
Y casi siempre aparecen también aquellas declaraciones de Iván Ferreiro y su “es un ejemplo de mierda para los niños”. La frase exacta del cantautor en la entrevista con Esquire en abril de este año fue: “Me toca los huevos, para mal, Nadal. El ejemplo de mierda que da yendo a jugar un partido hecho polvo. Y todo el mundo dice: ¡Qué buen ejemplo para los niños! Pues yo creo que es un ejemplo de mierda“.
No sé si a Iván Ferreiro le gusta el deporte. Muchas veces, desde fuera, se tiende a idealizar la figura del deportista de élite, como si los millones que ganan taparan el resto. Como si el deporte de élite no estuviera impregnado de dolor físico y psíquico. Como si el deporte de élite fuera sano. Habrá ejemplos para todo, pero no, el deporte de élite no es sano. Castiga muchísimo los músculos, los huesos y la cabeza. Los mejores son los mejores porque son mejores, valga la redundancia. Claro que sí. Pero no sólo son los mejores empuñando una raqueta, lanzando triples o regateando por la banda, sino que son los mejores llevando su cuerpo y su mente al límite. Eso implica dolor, mucho dolor. Que se lo digan a Nadal, a Phelps, a Ali, a Biles o a Serena. No diría que son malos ejemplos para los niños. Al revés. El que no pueda o no quiera, que pare. El que pueda y quiera seguir, que siga.
A mí cuando me preguntan siempre digo lo mismo: Nadal vuelve porque quiere. Porque le pierde competir, ganar, superarse, porque es lo que lleva haciendo toda su vida. Algún día se cansará y dejará la raqueta. Y ese día llegará pronto. Quizás sea en 2024. Ojalá que no. Con 37 años y medio y ese historial de tiritas, hay pocos clavos a los que agarrarse para pensar en un Nadal a medio-largo plazo. El único clavo es que se llama Rafael Nadal. No parece mal clavo.
Recuerdo una conversación con un amigo en los primeros días de enero de 2017 en Melbourne cuando Nadal volvía de otra lesión. Me costaba confiar en que volviera. Llevaba casi tres años sin levantar un grande. Pues bien: desde entonces ganó ocho más y jamás se me ha vuelto a ocurrir dudar de él.
Por eso este lunes no entendía bien las palabras de Nadal en el vídeo que había subido en sus redes sociales. “Espero de mí no esperar nada”, nos dice. “Espero tener la capacidad de no exigirme el máximo“, continúa. ¿Alguien se imagina a Nadal volviendo sin dar el máximo? ¿Sin autoexigirse el máximo? Ese no sería Nadal. Por eso hay que leer entre líneas.
Nadal siempre ha sido muy prudente delante de los micrófonos, usando expresiones como “me voy a dar la oportunidad de pelear por” cuando le preguntan por sus expectativas en los torneos. Incluso en Roland Garros, ese torneo que ha ganado 14 veces, da respuestas de ese estilo.
Nadal está dejando claro la dificultad que tiene este último doble mortal con triple tirabuzón que va a intentar.Volver cerca de los 40 tras un año sin competir y ganar es una utopía. Pero es Nadal, ya lo saben. Y más allá de rebajar la euforia sobre su regreso, en los vídeo que ha subido hay otros mensajes que le delatan. Como la música épica que utilizó para anunciar su regreso. Como esa frase en la que habla de su gasolina particular: las ganas de superarse. “Espero saber que puede haber un futuro no muy lejano en el que las cosas puedan cambiar si mantengo la ilusión y el espíritu de trabajo”, dice Nadal. Y ese sí es Nadal: el que se va autoexigir como siempre para intentar volver como nunca.
