Rugby

El último rescatado de ‘La sociedad de la nieve’: «Llevaba en la maleta a mis 27 amigos muertos y prometí que de ahí … – Relevo



A pesar de los numerosos contenidos que se han realizado sobre el accidente aéreo de Los Andes, el film de Bayona está batiendo todos los récords. Todo el mundo habla de la película ‘La sociedad de la nieve’, como si el universo se dividiera en dos: el que la ha visto y el que no.

Para encontrar el sentido a su éxito, Relevo ha viajado hasta Uruguay para compartir tiempo con algunos de los supervivientes del accidente de aquel viernes 13 de octubre de 1972. Viajaban 45 personas, la mayoría jóvenes de apenas 20 años que mientras compartían colegio, barrio y equipo de rugby, se convirtieron en los protagonistas de uno de los mayores milagros de la historia. Sin embargo, lo trágico y lo milagroso son conceptos que pueden alejarse de lo que realmente pasó. Por el cómo pasó.

Hasta entonces, antes de tomarse el avión que les llevaría a Chile para disputar un encuentro al otro lado de la cordillera, el rugby les había enseñado que no se puede ganar sin la ayuda del compañero, sin la solidaridad, la amistad y el amor al prójimo. Que aceptar las reglas del juego, placar a la muerte y querer disputar el partido hasta el final, puede ser la única salvación.

Los valores del rugby se instalaron en aquella cordillera, creando una sociedad en la nieve, una organización casi perfecta que sus jugadores quieren seguir transmitiendo en este mundo individualista que carece de esos principios. Y tal vez ahí puede estar el sentido de todo: de la película, del deporte, de la muerte y sobre todo, de la vida.

Hoy todo el mundo habla de ‘La sociedad de la nieve’, pero ¿cómo sería el mundo si un día te abandonase? En ninguno de los 33 accidentes en Los Andes había habido un sólo superviviente, así que, al décimo día de la desaparición del avión, escucharon por radio que finalizaba la búsqueda al determinar que era imposible que hubiera algún superviviente. Marcelo había ejercido de capitán hasta ese día, animando y protegiendo a los suyos. Ese día le pesó demasiado la culpa, él era quien había organizado el partido. Pero fue el momento de entrar a la cancha y jugar el partido, no quedarse a esperar. Lo hicieron en equipo, unos salieron de la montaña y otros no, pero todos acabaron siendo imprescindibles.

Relevo habla con Gustavo Zerbino, uno de los 16 supervivientes. Nos recibe en Montevideo, en el barrio de Carrasco, de donde era el equipo y donde siguen viviendo los que lograron regresar. Nos abraza al llegar y con la calidez y orgullo del uruguayo, nos comparte todos los recuerdos que conserva por todos los rincones de su casa.

Zerbino dedicó su vida a llevar el rugby por el mundo, volvió a jugar con los Old Christians, por todos los compañeros que no pudieron, fue convocado con la selección uruguaya 10 meses después de perder 40 kilos, sabe el secreto para salir del infierno. Lo hizo en equipo, como buen rugbier, por eso se negó en rotundo a subirse al helicóptero que les rescató si no lo hacía con su maleta. En ella estaban todos los recuerdos que habían ido dejándole sus 27 amigos muertos. Durante aquellos 73 eternos días y sus noches en Los Andes, les prometió llevarlos a casa y entregarlos a sus familiares. Cumplió con su palabra.

¿Vive todavía en la ‘Sociedad de la Nieve’?

La gente me pregunta si me costó adaptarme porque nunca tuve interés de adaptarme, aprendí a vivir en una sociedad solidaria, donde los bienes pertenecían a la comunidad y éramos todos amigos. El único objetivo era sobrevivir, por eso en 73 días no se murió nadie por frío, hambre, o por falta de amor y cariño.

¿Sirvió el rugby en aquella montaña?

Sí, nos enseñó las reglas del juego: que en la vida hay que levantarse. En el rugby, el juez siempre tiene razón, aunque se equivoque. El juez en la sociedad de la nieve era la realidad, y no la puedes cambiar, tienes que cambiar tú. Frente a la carencia debes crear la abundancia. No quería ser un cadáver cinco meses después como dijo la radio que vendrían a buscarnos. Me quedé ciego en la primera expedición cuando queríamos cruzar la montaña a buscar el resto del avión. Nos congelamos porque fuimos con mocasines, sin comida, ni guantes… Fuimos inconscientes, subimos sin consultar a nadie, me rebelé. Me acompañó Numa. Donde estábamos, a 4.500 metros de altura, nunca había pisado un pie humano. Después de pasar la peor noche de mi vida aprendí que la diferencia entre la noche y la oscuridad es que la noche termina cuando sale el sol, y la oscuridad es cuando pierdes la fe y la esperanza.

¿Usted nunca la perdió?

Nunca. A mí me salía un sol cada mañana. Soy muy impulsivo, vivo como si la vida se acabara mañana, pero aprendí, la información es lo que te dice la gente, y el conocimiento es poner el dedo en la vela y ver que te quemas. Eso es aprender de tus errores, que son el punto de referencia y hay que agradecer cuando te equivocas, como aquel día que intentamos subir solos.

Después de vivir una experiencia límite como aquella, en los años siguientes, ¿no le ha faltado adrenalina en la vida?

Yo no busco, por ejemplo, tú me llamaste y te atendí. Me hablaste desde un punto de vista vivencial, buscabas una experiencia y viniste a Uruguay tirándote a una piscina que no sabes lo que hay adentro, seguiste una intuición, estás permeable a sentir. Eso es lo que importa.

“Éramos una sociedad, un equipo, y nos regulamos por reglas: prohibido quejarse, y aceptar lo que decía el juez, que era la realidad”


¿A qué cree que se debe el éxito actual de la película de Bayona?

La emoción tiene cinco mil veces más energía que un pensamiento, la película transmite la emoción de estar vivo. Estamos dejando de lado el agradecer cada mañana, y que se llama estado de gracia.

Una vez fuera de la sociedad de la nieve, ¿uno no se corrompe de nuevo y deja de valorar lo que tiene?

Después de que con 19 años el mundo entero te abandone, que digan que estás muerto y tú luchas para vivir o que para que te crean lleves documentos del avión o la cédula de alguien… Al arriero que informó de que había visto a Nando Parrado y Roberto Canessa, le metieron preso al principio de la noche porque no le creyeron. Llegó a Santiago de Chile, contactaron con un amigo del padre de Parrado, pero pedían que no molestaran a las madres con falsas ilusiones. Cuando llegó, agarró la carta y vio la letra que era como la de su hijo, que también iba al colegio irlandés. Empezó a temblar, porque era la misma caligrafía, los irlandeses escriben en cursiva. Cuando vio eso se dio cuenta que era verdad lo que decía el arriero.

Después de Los Andes, fundé ‘Rugby sin fronteras’. Jugamos el primer partido después de 100 años de la Guerra Mundial, el ‘Partido por la Paz’, entre judíos y palestinos, en Gaza. El Papa dio el primer pase en el partido de Malvinas que organizamos entre Argentina e Inglaterra. Intento ser la mejor versión y sé que sólo no puedo. Practico la gratitud y este gorro representa a los 45 que íbamos en ese avión.

¿Cuánto de rugby había en aquella sociedad de la nieve?

Eran muchos factores: salimos todos de este barrio de Carrasco, éramos todos amigos, íbamos al mismo colegio, teníamos la misma religión y jugábamos al rugby, un deporte muy democrático, juega el gordo, el flaco, el alto, bajito, rápido, lento… Un jugador de rugby pasa todo el partido fingiendo que no tiene nada para seguir jugando. El fútbol es muy lindo, pero se lo pasan fingiendo una lesión para sacar ventaja. Le protestan al árbitro, en rugby el que insulta a un juez no juega por 99 años.

Así que lo primero es aceptar las reglas del juego, el rugby me educó a respetar. Es como el eco, doy lo que quiero que exista en los demás. El fuselaje de este mundo necesita reglas claras y que todos juguemos el mismo partido. No se puede responder una agresión con otra agresión. Ghandi derrotó al imperio inglés con una lucha pacífica, se tiraban al suelo cuando venían a por ellos.

Cuando vamos a enseñar rugby a las cárceles, los primeros en llegar son los jugadores de la selección uruguaya. Quieren estar con los presos, se comprometen a darles lo que no les dieron: cariño y amor. La vida me dio una segunda oportunidad, no le pedimos a la virgen que nos saque, sino que nos diera fuerza para trepar la montaña.

“Me quedé ciego en la cordillera y me vendé los ojos, la luz era como espinas…”


¿Ninguno se reivindicaba en la nieve?

En la cordillera no importaba lo que dijeras, sino lo que hacías. Si decías que había que caminar, debías caminar tú. Nadie le dijo a Parrado o Canessa que fueran. Canessa era muy inteligente y sabía que tenía piernas, le llamaban ‘El Músculo’. Parrado tenía allí a su madre y hermana muertas, y quería abrazar a su padre.

En Los Andes, ¿se respetaba al capitán, Marcelo Pérez del Castillo, igual que en el club? ¿Qué pasaba con las opiniones del resto?

No importaban las opiniones del resto, en el rugby solo habla uno y el otro obedece. No porque sea más inteligente, sino porque hay que ordenar las cosas. Marcelo sabía pedir ayuda cuando no sabía algo, y en la montaña no te podías equivocar. En ese contexto tan hostil, había que apagar la cabeza y perder los umbrales.

¿Llegó a perder el umbral del dolor?

El dolor existe cuando soy consciente de que molesta algo que no puedo cambiar. Si no, lo tengo que aceptar. En la cordillera no había miedo porque vivíamos dentro del miedo. Lo único que tienes es esa voz interior que te dice que se puede cuando la mente te dice que no. Es el amigo que se te arrima un poco más, o te golpea para entrar en calor. Todos nos poníamos al servicio, y cuando hay gratitud, todo se devuelve.

¿Nunca discutían?

Sí, las discusiones demoraban un segundo y terminaban con un grito o un golpe. ¡Basta! En el caos sólo tienes que hacer algo para salir del caos, por eso estaba prohibido quejarse. Todos queríamos a mamá, pero ninguno la llamábamos, todos teníamos frío pero ninguno lo decía.

Yo no tengo termostato, lo perdí. Me pongo una chaqueta en verano, me preguntan si no tengo calor, y cuando me la saco me doy cuenta de que era eso lo que me molestaba. Allí la temperatura era siempre molesta. Me quedé ciego en la cordillera y me vendé los ojos, la luz era como espinas en los ojos. Después de subir la montaña, ni Numa ni yo dijimos nada de lo que habíamos visto para no deprimir a nadie. Luego vino el alud, nadie hablaba, era la oscuridad total y sin oxígeno. Lo que sabíamos era que, si nos quedábamos tranquilos y respondíamos por la información de dentro, la íbamos a pelear. Y aquí estoy hablando contigo.

¿Ninguno tiró la toalla?

Sí, Francois no quería vivir porque no quería molestar. Para que tu sangre se caliente, te frotaba los pies, pero para que tú me hagas lo mismo. Si no me haces eso, yo me muero. Así que sintió que era útil y necesario para todos. Es dejar de ser víctima y hacer las cosas por el otro con amor.

¿Cómo eran los roles del equipo en Los Andes?

Cada uno hacía lo que podía. Carlos Páez decía que era un boludo y no sabía hacer nada, a esa edad tenía ‘nani’, pero en la cordillera sabía que manejaba bien las manos y se puso a tapar el avión para que no entrara el frío. Necesitaba hacer algo por los demás. La primera expedición con Numa fue una locura, nos rebelamos, en la cordillera lo cerca parece lejos, lo único que te da noción es la escala humana. Lo blanco es todo igual, no tiene profundidad, es como un farol que te encandila. Si lo miras desde arriba sí. No teníamos punto de referencia en lo plano, y en la altura sí. Aprendimos que la naturaleza es previsible. Lo que no lo es, es el hombre.

“Francois no quería vivir porque no quería molestar. Para que tu sangre se caliente te frotaba los pies, pero para que tú me hagas lo mismo…”


Esa resistencia, ¿cree que en gran parte se la dio el rugby?

Sí. El trabajo en equipo también existe en el básquet, fútbol, hockey, etc. La diferencia del rugby es que cuando acabas el partido, haces el tercer tiempo con el adversario, que no es más que el que permite mejorarte. Yo no juego contra vos, juego contigo a ver cómo podemos mejorar como personas y como jugador. Si me ganas, mi equipo te va a hacer un túnel para aplaudirte. Aprendimos la lección, hoy me ganaste, y la próxima te gano, le dices.

Digamos que el rival le hace sacar su mejor versión. ¿La cordillera fue donde sacó la mejor versión de su vida?

No, la mejor fue la que puedo vivir mañana, sino para qué vivo. Puedes ver un problema o una oportunidad. Creo en Dios, pero no pienso que haga milagros. Mientras que hay ilusión y esperanza, es vida. Hay gente con esperanza de vida y no juega el partido.

Yo solo tenía una certeza: no me iba a morir sin luchar. Estaba seguro de que un día me iba a morir, pero no se la iba a hacer fácil. Es como pelear con Mike Tyson. Sabía que me iba a levantar todas las veces que pudiera. El físico hace lo que le dice el espíritu, pero tiene que apagar la mente. La garra charrúa es espiritual, es un orgullo pelear hasta el final, está en el inconsciente colectivo. ¿No te sorprende que el elogio más grande es cuando en otros países nos gritan ‘uruguayo’?

Justamente le iba a decir… Como si faltara algún ingrediente, «encima son uruguayos».

No encima, esta es una historia de uruguayos, por eso en la película se habla en uruguayo, y es su cultura. No somos mejores o peores, sino distintos. No da una pelota perdida. Mira a Luis Suarez, que volvió después de 15 días tras ser operado porque le dijeron que no podía, y le hizo dos goles a Inglaterra. ¿Quién es el tipo que me dice que yo estoy muerto? Sólo si yo le creo estoy muerto.

¿De dónde salían ciertas ideas de supervivencia?

No te das cuenta, tenemos toda la información dentro del ADN. En las que se animan a ver más allá de la oscuridad, y no todo el que mundo mira, ve. Hay que honrar la palabra, que es mucho más que no mentir. Yo me comprometí con Gustavo Nicolich a entregar la carta a su novia. Numa sabía que no le quedaban más de tres días de vida, yo le sacaba litros de pus, él no hablaba, estaba muy mal. Me miró a los ojos y vi que se estaba despidiendo. A la mañana se había muerto, y nos había dejado escrito “No hay amor más grande que el que da su vida por sus amigos”.

Dicen que las madres logran sentir si su hijo sigue con vida.

Vení que te enseño (me lleva a su altar donde están distintos recuerdos de Los Andes). Esa foto es la que mi madre tuvo con una vela prendida siempre, creía que así yo sabría que me estaban esperando. Mis hermanos decían “¿Dónde estará este loco? No puede estar muerto, seguro que está por ahí cagándose de la risa”. Todo esto son símbolos, ahí salgo con mi hija de 5 años, la más joven en ir a esa montaña. Fui y dejé la bandera de Uruguay. Los símbolos sirven para conectarte.

Las verdaderas videntes de la cordillera eran las madres. Las que dijeron que estaban vivos, lo estaban. Las que decían que estaban muertos, lo estaban. Es una energía que sale de las entrañas.

¿Cuál es la parte de la película que más le ha conmovido?

La que valora y justifica todo el dolor es cuando nos encontramos con el mundo que nos había abandonado y les decimos a esas madres que están muertos, pero viven para siempre porque tienen algo que transmitir. Nos pidieron que siguiéramos hablándolo, que lo contáramos. Marcelo murió espiritualmente antes de que le matase la avalancha, porque el día 10 que anuncian que se suspendía la búsqueda, se había jugado el rescate al mundo exterior. Nos quería contener, nos decía “quédense tranquilos”, que no saliéramos para protegernos. Cuando se suspendió la búsqueda, me dijo “Gustavo, ahora hagan lo que quieran”.

¿Cree que se le pesó demasiado la culpa?

Sí, creyó que nos había decepcionado por haber organizado ese viaje para ver a su novia chilena. Se lo hicimos saber que no era así. El mismo día que muere, cinco años atrás había fallecido su padre. Y su madre cuenta que sintió el momento en el que su hijo murió. Otro superviviente, Eduardo Strauch, compañero de clase de Marcelo, fue a verla, yo le llevé las cartas de su hijo y me pidió que no fuera más. “Cada vez que te veo me acuerdo de que mi hijo está muerto”, me dijo. Somos la voz de los que no tienen voz y después de haber visto esta película, ha sentido que su hijo está vivo porque está en nosotros. Bayona no sólo es un director increíble, sino un ser humano extraordinario.

Antes de la experiencia en la montaña, ¿era muy creyente?

Tenía una novia y quise meterme a cura. Rompí con ella, pero lo que nunca entendí es por qué no me podía remangar la sotana y tener una familia. Así que no jugué ese partido.

¿Ese cambio espiritual lo sintió ya en la montaña o al regresar?

Todo mi cuerpo padecía el dolor, el frío, el hambre… Mi mente me decía que no se podía, que me iba a morir. Lo único que nunca me abandonó fue mi esencia, mi energía espiritual.

¿Puede decirme qué significa este escudo para usted?

Es el trébol del colegio irlandés. Llevo este escudo siempre, lo tuve 73 días en el pecho. Es un símbolo que une a todos los que estamos detrás. Cuando el ‘yo’ se transforma en nosotros, la fuerza del ser humano es ilimitada. No creo en la lucha de clases, Uruguay es un país socialdemócrata, por ejemplo, nadie es más que nadie. El presidente viaja en colectivo, se toma un chivito en cualquier lado, va sin escolta…

¿Por qué la llamaron ‘la sociedad de la nieve’?

Porque éramos una sociedad. Nos regíamos por reglas, estaba prohibido quejarse y la única que no se podía romper porque si no, no te daban agua ni te masajeaban los pies. Todos estábamos al servicio de todos, todos éramos el poder. Y había amor, porque éramos amigos. Nos entregábamos el cuerpo los unos a los otros, todos hicimos ese pacto. Aprovechá esta entrevista porque sé cuál es el impacto de abrir el corazón y la mente, no sólo es una película sino un trampolín para que cada día más gente juegue con esas reglas, acepte los desafíos, no deje a nadie afuera. No es una utopía.

No iba a regresar sin su maletín, ¿verdad?

Por supuesto, fui el último y me habían dicho que no podía ir en el helicóptero por el sobrepeso, yo les dije a los rescatistas que sí. Me gritaba un oficial que el bolso no, y yo le hacía un corte de mangas. Una persona de la tripulación bajó y se quedó hasta el día siguiente para yo poder ir. En ese bolso iban 29 amigos. Gustavo Nicolich antes de morir en la avalancha escribió una carta a su novia y su madre, me pidió que se la diera. Cerré el cuaderno donde escribían lo que íbamos viviendo, yo lo cerré porque pensé que si escribía esa carta era firmar mi partida de defunción. Siempre hay que tener algo pendiente y yo tenía que llevar todo eso y cumplir con mi palabra. Cuando subí al helicóptero, tuve una sensación agridulce, abandonaba el lugar donde habíamos aprendido tanto, esa sociedad de la nieve. Un lugar maravilloso porque a pesar de todo, disfrutamos plenamente por estar vivos. La sociedad era nuestro universo, ahí vivíamos, teníamos reglas, mismo objetivo, y éramos plenamente felices porque estábamos dignificando la vida.

Se estaba expandiendo todo porque había amor y gratitud, nunca fuimos mejores que en la montaña. Estábamos tocando con las manos el cielo y veníamos del infierno. No estábamos solos, éramos un grupo que eligió por unanimidad vivir, nadie eligió la muerte y cuando alguno dudó le dijimos que no era opción.

“No me iba a ir de allí sin mi maleta, ahí llevaba a mis 29 amigos y les había dado mi palabra. Volvíamos todos”


¿Si no hubieran sido compañeros de equipo, cree que se hubiera dado esa unión?

No puedo extrapolar eso con personas que no conozco, yo sé que lo que nos ayudó fue todo lo que nos unía. No teníamos nada que perder. Como en el rugby, ‘tackleamos’ de frente a la muerte. Yo no quería morir, hay gente que está viva y no vive. El fracaso seguro era haciendo nada. Ese es el secreto que queremos transmitir en esta historia. Todo arrancó en creer.

Esto no es ninguna tragedia ni ningún milagro. Es una historia de amor, solidaridad, vocación de servicio y amistad. Son los valores los que sostienen y hoy en el mundo no los hay.

¿Cómo es volver a jugar en el mismo equipo sin sus amigos?

Yo nunca jugué sin mis amigos. Todas las veces que entro a la cancha, ellos entran conmigo. Llevamos el rugby a 4.000 metros de altura para jugar en la montaña aquel partido contra los chilenos se llama la Copa de la Amistad. Como ellos no pudieron bajar, subimos nosotros a jugarlo.

No teníamos cambios, se murieron 29, yo me quebraba la muñeca y me sacaba el yeso para seguir jugando.

Después del accidente, ¿los Old Christians tenían una fuerza especialmente poderosa?

En los siguientes 14 años, ganamos 12 campeonatos, y hasta entonces sólo habíamos conseguido uno. No jugábamos por nosotros sino por ellos, los partidos los ganábamos en el último minuto. Fuimos a Chile por primera vez en el 74 en tren, nadie se animaba a ir en avión, sólo fuimos 12 jugadores, sólo un sobreviviente. A los 40 años lo organicé de vuelta y fuimos más de 200 personas en cuatro aviones.

¿Había miedo a montar en avión?

Sí, pero el cobarde muere todos los días y el valiente sólo una vez. ¿Te vas a quedar en casa? La aviación es el miedo más seguro, si nos cayésemos de vuelta sería mucha casualidad.

A los pocos meses, fue convocado con la selección uruguaya de rugby.

Habían pasado 10 meses después de perder 40 kg, volví con 45 de la nieve. Cuando fuimos a jugar un partido con la selección, el número del bus era 337, que suman 13. Chocamos de frente y murieron varios, quedamos colgados de un precipicio, yo los toqué y les dije que estaban muertos. Fue un poco mejor que en el avión, que tenía el número 571, que también sumaba 13, y volamos un 13 de octubre. No soy supersticioso, pero en los viernes 13 me pongo atento. Si puedo, saco el pasaje para el 12.

Podemos decir claramente que el jugador de rugby está hecho de otra pasta.

El jugador de rugby está preparado para lo peor y esperando lo mejor, esa es mi filosofía.

No se me ocurre mejor frase para terminar esta charla. Gracias por la lección, Gustavo.

 

Lorena González

Uso
el
fútbol
de
excusa
para
contar
historias
y
entrevistar
a
sus
mejores
protagonistas.



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Julieta Elena

Tiene más de 5 años de experiencia en la redacción de noticias deportivas en línea, incluyendo más de cuatro años como periodista digital especializado en fútbol. Proporciona contenido principalmente relacionado con el fútbol, como avances de partidos y noticias diarias. Forma parte de marcahora.xyz desde abril de 2023.

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