Rugby

La decisión crucial de Roberto Canessa, de ‘La sociedad de la nieve’: «En lugar de esperar a la muerte, decidí … – Relevo



Roberto Canessa cumple 71 años y le acompañaN su familia y amigos en una bonita noche de verano en Carrasco, el barrio montevideano que nunca ha abandonado. Entre ellos también están algunos de los supervivientes del 571, el avión con dígitos que suman 13, tomado por 45 personas un fatídico viernes 13. Con una generosidad abrumadora, nos invita para que sigamos celebrando la vida con él, esa a la que se aferra desde el 12 de octubre de 1972 cuando un burdo error del piloto provocó el accidente que hoy alcanza su mayor celebridad con la película ‘La sociedad de la nieve’.

Se abraza con todos, aunque los compañeros que pudieron regresar de Los Andes se siguen encontrando para jugar a rugby, tenis, comer asados y sobre todo, en la cena de todos los 22 de diciembre. En esa fecha, 51 años atrás, Canessa llegó, junto a Nando Parrado, a los Maitenes. Allí fue encontrado por el arriero Sergio Catalán, quien viajó toda esa noche para avisar de que había dado con dos supervivientes del accidente de los Andes, y que le escribían en una notita que le habían lanzado desde el otro lado del río, que había catorce más a casi 80 kilómetros. Eso fue lo que Roberto y Nando recorrieron durante diez días, entre cordilleras que ningún alpinista se explica que pudieran haber atravesado con esa debilidad y condiciones mortales. Pero llegaron. Roberto, apodado ‘el Músculo’, testarudo, inteligente, fuerte e impulsivo, incipiente estudiante de medicina; y su amigo y compañero de equipo, Nando, al que las piernas le acompañaron en su huida del lugar del accidente. Allí yacían muertas su madre y hermana. La fuerza por abrazar a su padre pudo más.

Mientras, Roberto idealizaba el momento de volver a los brazos de Laura, su novia por entonces, y quien nos recibe en su casa con los mismos ojos de enamorada, la que antes de partir a Chile le dejó una carta: “Te quiero mucho y me fascina que seas salvaje y romántico al mismo tiempo. Y no te olvides de llevarte el suéter rojo que te tejí”. Ese suéter, que aún conserva, le acompañó durante toda la Odisea. Porque Roberto prefiere remitirse a Homero antes que hablar de milagro o tragedia.

En el texto define en qué se basó su historia: “éramos un equipo ya formado que tenía puntos en común, que practicaba el rugby, el esfuerzo, el ánimo por cooperar en lugar de descollar y el sacrificio anónimo de los jugadores menos vistosos son la clave del resultado”.

Reconoce haber creado aquella sociedad en la nieve porque la otra estaba demasiado lejos, en distancia y en el tiempo. Allí fue el primero en asistir a los heridos gracias a sus conocimientos médicos, junto a los de su compañero Gustavo Zerbino, manteniendo siempre a flote el ánimo de los demás, por encima del suyo propio, porque en eso consistía la ley de la montaña.

Tras volver a Uruguay, fue de los pocos que volvió a jugar en los Old Christians para honrar a los que no tenían piernas para hacerlo, como hizo cuando arrancó la última caminata con Nando. Terminó medicina y se convirtió en un prestigioso cardiópata pediatra. Desde entonces, toda una vida salvando vidas, no sólo en la nieve. Roberto sigue creyendo en lo imposible. Eso le sacó de la cordillera, y son incontables los niños a los que ha podido darles una segunda oportunidad, llevarles a sus Maitenes. Cuando todos los diagnósticos dicen que no se puede hacer nada, Canessa no se da por vencido. Incluso con bebés que ni siquiera han nacido. Ese cordón umbilical de los fetos que sólo pueden vivir conectados a la placenta de sus madres, fue como el fuselaje del avión que les mantenía con vida. ¿Salir o quedarse mientras les viene la muerte a buscar? No hay dudas: arriesgar, intentarlo una vez más. 

Arturo Nogueira, que terminaría falleciendo en el alud, le dijo “qué suerte que tenés que podes caminar por los demás”. Él tenía las piernas quebradas, pero Canessa iba a hacer lo que el resto no podía.

En la noche cumpleañera hay invitados muy especiales. Entre ellos está su hijo Hilario, que lleva el nombre de la montaña que les protegió en Los Andes. Llega Roy Harley, el manitas que arregló la radio en la montaña, por donde escucharon la noticia que cambió todo: finalizaban la búsqueda de posibles supervivientes. En ese mismo transistor pudo escuchar “Yo adivino el parpadeo de las luces que a lo lejos van marcado mi retorno . Vivir con el alma aferrada a un dulce recuerdo que lloro otra vez”. Era su tango favorito de Gardel, fallecido en accidente aéreo y que le recordaba que veinte años no eran nada para morir.

Tras soplar las velas, se acercan a felicitarle niños y adolescentes. Unos son sus nietos, otros sus pacientes a los que sanó su corazón y pidieron seguir viviendo. También está su nieta, Esperanza. Lo que él jamás perdió. Eso nos cuenta el día de antes, cuando nos recibe en el salón donde celebran las reuniones de rugby. Hay una maqueta de un avión con la que juguetea su nieto más pequeño. Sobre nuestra espalda cuelga una foto de Roberto vestido de corto, con el arriero, al que lleva de la mano, el día que fue el invitado del partido por la Amistad entre los chilenos y los uruguayos. Charlamos con la lluvia de fondo, eclipsados por su mirada y su forma de cuidar.

¿Cómo está? ¿Cómo está llevando ese impacto mundial de ‘La sociedad de la nieve’?

Igual que siempre, hablo de esto porque creo que a mucha gente la hace bien. Me contaron que hay gente que quiere saber de esta historia. La sociedad se compone de lo que cada uno aporta, y la nuestra aporta el manejo del hombre frente a la adversidad. La gente piensa que tiene problemas y son dificultades. Te da una perspectiva desde distintas personalidades y te puedes identificar con cualquiera. Quien no se adapta rápido no puede sobrevivir.

¿Cuál fue la mayor dificultad de Los Andes?

La decisión de salir a caminar y la de seguir para Chile, sabiendo que no había retorno, pero tampoco lo había antes, yo vi el camino en Argentina y Nando no lo veía. No siempre es mejor la decisión para triunfar, a veces con un plan B te puede ir bien.

¿Qué tiene tan especial esta película?

Me parece que como cardiólogo esta película es como un desfibrilador del alma, te dan un shock de corriente que deja a la audiencia en la misma sintonía. Cuando termina, las personas no se mueven, no saben lo que les está pasando y se quedan reflexionando, eso es cuando una obra artística te conmueve. Es una película que debes ver varias veces porque en una sola hay aspectos que no se logran entender. La primera vez vi muchas cosas diferentes a las que vivimos, la idea que yo tenía era diferente a lo que veía, pero la subjetividad siempre existe. Es una interpretación de Bayona, es como un puente entre la civilización y la sociedad de la nieve. El que la ve puede entender lo que pasó espiritualmente. Lo que pasó fue tan inmundo y tan terrible que la gente no tiene ganas de ver eso. Es como si te preguntaran si viste la Traviata, no es que la hayas visto sino si lograste emocionarte.

¿Era creyente antes del accidente?

Era creyente como cualquiera que va a un colegio católico, juega a rugby y tiene 20 años. Dios es un buen amigo al que visito poco, que vas a buscar cuando lo necesitas. Me ayuda cuando se muere algún paciente.

¿No cree más en el poder del ser humano que en el de Dios?

A Dios rogando y con el mazo dando, es decir, tienes que dar todo y él ponga su parte. No le pedí que me sacara de los Andes, sino que me diera una oportunidad.

¿Qué aspectos del rugby podían aplicarse en la sociedad de la nieve?

Me viene a la mente una vez que me hicieron un tackle, me tiraron al piso y se me acercó el capitán a decirme: “Levántate que no se den cuenta que te dolió”. En la montaña era esa idea: el compañerismo, entender que hay unos más fuertes y más débiles. Quejarse en silencio y reír en voz alta, era un código de la montaña y del vestuario.

¿Ser rugbiers les ayudó en la montaña?

Para jugar al rugby hay que tener un cuerpo apropiado, si ves los que salieron a caminar ningún fumaba, por ejemplo. Físicamente éramos bastante destacados.

¿Cómo se explica que pudiera caminar, casi a la deriva, 80 kilómetros en esas circunstancias?

Habíamos perdido 30 kilos, estábamos casi sin masa muscular, no teníamos la ropa apropiada y no sabíamos bien dónde estábamos, cuando estás en crisis en la vida tienes que agarrarte a lo más básico y allí era que el oeste estaba en Chile. Por más que el piloto se equivocara, sabíamos que en algún momento se terminaba la cordillera si caminábamos hacia el oeste.

¿Qué sintió exactamente al ver al arriero que los encontró?

Que había cumplido, salvado el examen más difícil de mi vida, lo que había soñado y prometido se había cumplido, se había terminado la sociedad de la nieve esa sociedad de la muerte y la tristeza. La tristeza estaba siempre metida, escuchaba por radio que las chicas iban a tomar el sol y a comer helado y nosotros estábamos en ese cementerio donde no teníamos ni lugar para enterrar a los muertos. Estar en ese lugar tan decadente me provocó que cuando salí a caminar me dije: ‘Voy a morir en un lugar más limpio, más inmaculado, no en una lacra’.

Cuando se junta con los supervivientes, ¿sale el tema de ‘La sociedad de la nieve’ de forma recurrente?

A veces, quizás lo que hay es una necesidad de estar con alguien con quien compartiste muchas cosas. Somos muy diferentes, pero estamos en común por lo vivido, es como reencontrarse con uno mismo.

Enseguida que volvió de Los Andes retomó el rugby

Volví pesando 50 kilos, ganaba un kilo por medio, me iba cada día con la bicicleta y en marzo estaba jugando de vuelta. Con 19 años tienes una capacidad de recuperación astronómica y debía ir a la facultad medicina, había salido de Los Andes para recuperar mi vida. al otro día, cuando llegué a mi casa. Tenía que ir a visitar a los familiares a los que se les había muerto alguien.

¿Fue a terapia al regresar?

No, mis hijos dicen que como yo no fui, ellos tuvieron que ir. Me aburre, la terapia la hice allí arriba en dos meses, hicimos crisis, post crisis… Vivíamos como en otro país, estábamos sumergidos en la sociedad de la nieve. Fue muy interesante cuando vino el arriero, miré las medias de rugby donde estaba la comida de grasa, eran los restos de mis amigos, les tengo que dar sepultura. Estaba dejando atrás la sociedad de la nieve, ya vi el paso, el agua, las vacas, estaba vivo. Cuando vi al arriero, todo lo espantoso, la sociedad de la nieve quedó atrás. El cargamento espiritual me proyecta, me empuja, no me lastra.

¿Cómo fue volver a jugar en su mismo equipo sin sus amigos?

Nos advirtieron: “Muchachos esto de reponer al equipo puede llevar muchos años”. Empezaron a jugar hermanos de los fallecidos, y el primer año salimos campeones. Vino el padre de Arturo Nogueira y me dijo “No está mi hijo, pero estás tú”. Desde la tristeza de un padre, tener la generosidad, muestra lo que es nuestro club y por qué a los sobrevivientes les va tan bien, tenemos esa comunidad y hermandad. Los curas irlandeses nos dijeron que venían a enseñar rugby, que el futbol no servía para educar a niños porque insultaban al juez y al contrario. “el rugby es donde el juez tiene razón”, “¿Y si se equivoca?”. “¿Quién te dijo que la vida es justa?”, nos respondían.

Tuvimos un gran presidente que hizo una conferencia al mundo, con 24 años, Pancho Delgado explicó que habíamos tomado el cuerpo y sangre de Cristo, nos fueron protegiendo. Somos un club social, ¿y qué estábamos haciendo por la sociedad? El Old Christians debía ayudar. De ahí se formaron los Tres tréboles, niños que estábamos bajo metros de basura, les fuimos haciendo casas, sin saber, sin manual ni brújula. Vieron que había que educar a los padres, nos fusionamos con otras causas y de ahí salió el que interpreta a Numa, Enzo Vogrincic es de origen muy humilde, que tuvo esa posibilidad para ser actor.

¿Sintió que el equipo contaba con un empoderamiento especial tras el accidente?

Sí, poder volver a entrar a la cancha de vuelta era un sueño que nunca imaginé. Había una mística. En la montaña Gustavo conservaba las camisetas y un montón de cosas, yo ya veía que me estaba muriendo y no pensaba en rugby. Hay que amar al prójimo como a ti mismo, guardar energía para ti. Volver a jugar al rugby era un sueño disparatado.

¿Con qué soñaba estando en la montaña?

Que estaba en mi casa pero que nadie me veía. También con una panadería llena de comida y que no podía tocar. Se llama algo así como viaje tántrico. Añoraba los hibiscos que sabía que en primavera florecían y yo no estaba ahí. Después de la montaña soñaba que tenía choques en avión, que caía y caía, y luego me salvaba.

¿Cómo ha sido su vida después de la cordillera?

Sigo viviendo extremos, con niños que se mueren de cirugías cardíacas, con los padres al lado. Estoy con niños que luchan por vivir, se mueren y me da paz espiritual porque ya no sufren. Si la voluntad de Dios es que no quiere que viva, no está en mis manos, pero vuelvo a luchar con el siguiente paciente, contra los molinos de viento. Me digo ‘Roberto da el paso siguiente, seguí avanzando que en algún lugar está la solución’. Vino un niño que era compañero de clase de mi nieto pequeño. Cuando lo miro, estaba dentro del útero y un tumor más grande que el corazón, no le estaba llegando sangre y tenía 20 semanas, no podía nacer. Los padres me preguntaron si había alguna chance, me acordé de algunos casos publicados en Philadelphia, me dijeron que lo llevara rápido. Fue, abrieron la barriga de la madre, sacaron el brazo del niño para la anestesia, abrieron el tórax y sacaron el 80% del tumor. El corazón empezó a latir con más fuerza. Ahora tiene 5 años y está perfecto y se sienta al lado de mi nieto en el colegio. Y yo pienso: qué suerte que se sienta en el banco de al lado, que no me tocó a mí ser el abuelo de ese niño. Así que tengo cordilleras de vuelta. Los niños son cero kilómetros, como un pajarito al que se le enganchó el ala, se la sueltas y sale volando.

Después de la segunda oportunidad que le dio la vida, ¿se sintió en la obligación de seguir salvando vidas y por ello se decantó por la cardiología pediátrica?

No me siento en la obligación de nada, sino en lo que me hace sentir bien. La medicina tiene ciencia y humanidad y eso es lo que me fascina.

Siendo estudiante de segundo de medicina, ¿qué le tocó hacer en la montaña?

De todo, con Gustavo Zerbino. Numa se torció un pie y toda la sangre acumulada se le volvió pus, se la abrimos, le entablillamos la pierna fracturada, alguno tenía fierros clavados… Les decíamos que el tiempo dirá lo grave que es, si mañana está vivo ya se verá. Nando estaba en coma, cuando se despierta se me paró el corazón porque apenas entendía y tuvimos que explicarle que había muerto su hermana y su madre. Al ver la película me di cuenta de lo mal que lo había pasado. Allí arriba no podría manejar la parte afectiva de los demás.

Aquella travesía con Nando Parrado era de vida o muerte. ¿Lo que fuera pero juntos?

Sí, Nando quería salir conmigo. Un día caminando por el borde del fuselaje, decidí que en lugar de esperar a que la muerte me buscara, iba a ir a enfrentarla. Pasé de víctima a héroe, a poder salvar a todos. Hay 70 kilómetros a los poblados a Chile, si puedes dar 100.000 pasos, podemos estar salvados.

El rugby es un deporte de guerreros, es el mismo espíritu aventurero aplicado en la cancha o en la cordillera, el hombre frente a la adversidad dando lo máximo. Lo importante es cómo jugaste el partido, no si ganaste o perdido. Por eso los que fallecieron también jugaron. Aquiles hubiera sido un rugbista.

¿Cree que el hecho de ser compañeros de equipo les otorgó más fortalezas?

Nos conocíamos, así que si un día se levantaba de mal humor y nos insultaba, sabíamos que era porque estaba triste, no porque fuera malo. Conocerte te da un crédito. Laurita, mi novia, había escuchado por la radio que dos estaban vivos. La madre de uno de los que no volvió le dijo: “Te aseguro que uno de esos es Roberto”. Como que se sabe un cierto perfil por cómo era en la cancha, soy muy duro y crítico conmigo mismo. Lucho contra la vanidad, es el mayor pecado del Diablo, me gusta ser fuerte.

¿Lloró en la montaña?

Cuando iba caminando se me caían las lágrimas, no importa llorar, lo importante seguir caminando. Creo que eso es más de viejo, el otro día lloraba con ‘Notting Hill’, me fascina la esencia del ser humano cuando está despojado de todo.

Cuando eres joven, sos inmortal. Luego te das cuenta que, si te caés, te lastimás. Cuando fui a chocar el avión, me hice posición fetal, como una pelota frontal. Otros que tensaron las piernas, se las fracturaron.

Al fin y al cabo, ¿qué fue el rugby para usted en la nieve?

El ver que los jugadores tenían más capacidad para vivir, más vigorosos y lanzados que los que no jugaban.

Toda su vida ha estado muy cerca de ella. ¿Qué significa para usted la muerte?

En el alud me morí, traté de salir y era imposible y sentí que se afinaba el aire y una sensación de paz. No es tan malo morirse, pensé. Es como cuando se diluye el azúcar en el agua. Las cardiopatías más complejas con niños que le robamos a la muerte, que se los iba a llevar y se los sacamos de las garras para dárselos a sus padres. Es un privilegio en mi trabajo, como en la montaña, como es el tratar de salvarlos a todos sabiendo que no los vas a salvar a todos.

Lorena González

Uso
el
fútbol
de
excusa
para
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historias
y
entrevistar
a
sus
mejores
protagonistas.



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Julieta Elena

Tiene más de 5 años de experiencia en la redacción de noticias deportivas en línea, incluyendo más de cuatro años como periodista digital especializado en fútbol. Proporciona contenido principalmente relacionado con el fútbol, como avances de partidos y noticias diarias. Forma parte de marcahora.xyz desde abril de 2023.

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