Xavi invocó al Cruyffismo en la víspera del Clásico que debía relanzar la temporada, apelando al ADN del Barça, al estilo y a una serie de consignas que de tanto usarse se han gastado, perdiendo el valor ancestral que tenían hace unos años cuando el Barça siempre se llevaba algo de los partidos porque poseía un tesoro mucho más valioso que el resultado final: la sensación que había un camino y un discurso que evitaba que las derrotas dejasen al club sin nada en sus manos. Ante el Real Madrid, al Barça no le queda nada más que sus propias palabras, unas que de tanto repetirse sin hechos han dejado de tener valor. Es un club que deshace su propio relato de tanto repetirlo sin entenderlo.
Al Real Madrid le ha bastado una jugada para reventar el partido. Si uno se acerca a Toni Kroos, verá que quizás ni ha sudado durante todo el partido. Los de Ancelotti trazaron un plan: le harían creer al Barça que sería el dominador del partido, que tendría la pelota y la llevaría cerca de Lunin. Xavi, que insiste siempre en las estadísticas y no en el juego, creería así que el dominio era real. Lo que no sabría Xavi, ni tampoco sus jugadores, es que estaban soñando dentro de un sueño, como en Origen, y que una vez despertasen, lo que buscaban ya no estaría allí. Cada ataque del Barça, repleto de pases, era respondido con un ataque brutal del Real Madrid atacando una línea defensiva que no sabía qué hacer para contener tanta velocidad. Y aquí nace el problema: el Barça no presiona pero juega como si lo hiciese.
El Barça vive en una mansión enorme, preciosa, ajardinada y con piscina. Pero no sabe cómo mantenerla y el techo se cae y los vecinos entran y roban todo lo que pueden. El Barça vive (juega) como si tuviese algo que realmente no tiene, tal y como apuntó el analista Albert Morén. Sucede algo curioso y es que cada línea obedece a algo distinto, como si alguien tirase los hilos de cada una de ellas hacia un costado. Si los delanteros saltan, los centrocampistas retroceden y así sucesivamente hasta encontrarse con un equipo que presiona sin presionar, que recuerda su pasado pero no lo cuida y que entiende el fútbol de una forma pero no lo sabe explicar. Es como si el Barça supiese hablar en una lengua pero no conociese su significado.
Lo que más choca, y más le duele al aficionado, es ver al máximo exponente del juego dominante, de los espacios y el tiempo, perderse en lo que él dominaba. Xavi lleva tiempo hablando de finales, llevándolo todo a la intensidad y las ganas, y puede que LaLiga se ganase en gran medida gracias a una activación sobrehumana. Pero en quien dominó el juego andando no hay apenas frases que expliquen el juego. Para el técnico del Barça, el equipo estaba jugando mejor este curso que el año pasado, y quizás todo esto haga olvidar que el mejor Barça de Xavi fue el de sus primeros meses, aquel vigoroso del que nadie esperaba nada y que mostraba algo que parece haber olvidado.
El culé, siempre tendiente a la autodestrucción, mira con mucho miedo el borde del abismo. Decía Juanma Lillo ante una derrota del City en el libro de Martí Perarnau, “Dios salve a Pep”, que esa derrota no le preocupaba. “Es imposible que un equipo con tantas certezas caiga por un mal partido”. Y ahí está la clave. El Barça no tiene certezas, sino que lo conjuga todo al condicional. No hay verdades, sino medias verdades. Y poco a poco, casi que no queda fútbol donde antes el balón nunca paraba quieto.
