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La práctica de la arquitectura: entre la nostalgia y el avance – La Opinión A Coruña


Hace unos días recibimos un correo electrónico informando sobre una jornada dedicada a la arquitectura. El mensaje venía acompañado con un texto explicativo. La organización manifestaba su preocupación ante la diferencia en los requerimientos formativos para obtener el título habilitante de arquitecta/o, es decir, la capacidad para firmar/responsabilizarse del proyecto y construcción de cualquier tipo de edificación. Con esta premisa clasificaba a las universidades en dos tipos: unas, como alegres, principalmente privadas, frente a otras, las serias, públicas mayoritariamente. Una pura ocurrencia, poco rigurosa. Seguramente ajena a los procesos académicos, ignora que las primeras ofrecen el plan de estudios de cinco cursos más el proyecto fin de carrera, PFC, mientras que las segundas han adoptado la estructura de un grado de cinco años y un máster habilitante para el desarrollo del proyecto fin de carrera, bajo la nomenclatura de trabajo fin de máster, TFM.

Por si usted lector o lectora desconoce los vericuetos del sistema universitario, debemos aclarar que la diferencia entre ambas ofertas formativas proviene de la implantación del sistema europeo de educación superior, popularmente conocido como Plan Bolonia. En Arquitectura se realizaron dos adaptaciones sucesivas: Bolonia I, asumido por todas las escuelas del estado, y Bolonia II, implantada por las escuelas públicas principalmente. Se hace necesario apuntar que, bajo una directiva básica común, ni en el esquema organizativo de los estudios ni en el alcance y contenido de la profesión existe una convergencia plena entre los países de Europa. Cada uno de ellos responde a un perfil profesional y a una estructura académica específica.

España conserva un modelo generalista, con competencias técnicas y urbanísticas. Por su parte, en los países europeos aquellas se ciñen al proceso de ideación, colaborando en el desarrollo técnico con otras titulaciones. Conviene recordar que, según el informe del Consejo de Arquitectos de Europa de 2022, las ganancias medias de un/a profesional en España no llegan a los 30.000 euros brutos anuales. Una cuestión que no es baladí: más responsabilidades y menos honorarios.

Las y los arquitectos españoles estamos capacitados para dibujar, para proyectar, para calcular estructuras e instalaciones y para desarrollar constructivamente un edificio. Además, tenemos conocimientos de urbanismo y de estética e historia de la arquitectura. Una vasta preparación. Y superado el PFC/TFM, nos hallamos en disposición de colegiarnos y responsabilizarnos de la redacción de un proyecto y de dirigir la obra correspondiente. Sin límite de superficie ni costes, ni de tipos funcionales.

La formación académica, en concordancia con el modelo y bajo cualquier circunstancia, mantiene el perfil definido para el siglo XX. No obstante, el paso del siglo XX al XXI ha provocado cambios sustanciales en el ejercicio profesional. Entre otros, se ha incrementado notablemente el grado de complejidad en el campo de la construcción en general, y en la arquitectura en particular. La digitalización no ha simplificado las tareas. Antes al contrario, ha creado nuevas necesidades a las que atender, que requieren de especialización. A los conocimientos tradicionales hemos de sumar el manejo de los diversos programas informáticos. Herramientas imprescindibles para responder a las solicitaciones de seguridad y confort, así como de responsabilidad jurídica, que afectan al proyecto de arquitectura, independientemente de su escala.

La práctica cotidiana viene a confirmar que el perfil generalista no es el adecuado para estos tiempos. Se aprecian dos alternativas. Una nos lleva a la colaboración interdisciplinar, tanto con las ingenierías en los aspectos tecnológicos, como con la Sociología o la Geografía en los de planeamiento. Otra conduce a la especialización: en el cálculo de estructuras, en el de instalaciones, en el del planeamiento, en el de la peritación, en el proyecto de determinados tipos funcionales, en la rehabilitación residencial, en la dirección de obra… Una orientación que frecuentemente viene marcada por las oportunidades disponibles.

Añadamos un reto más: la irrupción de la inteligencia artificial y sus copilots o asistentes. Herramientas con las que, probablemente, la digitalización se introducirá de manera ineludible en el proceso de ideación. No porque sustituyan nuestra tarea, sino porque se cambiará el proceso de trabajo, pese a la resistencia que se oponga desde la esfera académica —las escuelas de arquitectura.

La nostalgia puede hacer que nos aferremos al modelo conocido, caracterizado por el individualismo y la jerarquía. Que peleemos por mantener unas competencias inabordables, dentro de unos períodos formativos que se van recortando con cada cambio de plan de estudios. Que mantengamos el mantra de que la sociedad nos necesita y no lo sabe, que somos unos incomprendidos que damos liebre por gato —no al contrario—, o que se alimente el estereotipo de la práctica cotidiana como mala arquitectura.

Existen malas prácticas, ciertamente. No vienen tanto de la imagen que generan las edificaciones —los objetos arquitectónicos—, sino del abuso de proyectos que omiten las relaciones entre el lugar y los volúmenes edificados —en este sentido, la intervención prevista en el complejo hospitalario de A Coruña es una muestra de mala praxis—. O de ordenanzas urbanísticas que desconsideran la relación de las alturas de los edificios existentes con el ancho de las calles. O de la implantación de equipamientos singulares, interesantes como objetos, pero carentes del espacio libre necesario, acorde con su tamaño y su función —por ejemplo, el Museo de la Ciencia y la Tecnología—. O de propuestas bienintencionadas pero alejadas de la naturaleza de las dificultades que afronta: no se puede frenar el feísmo, un problema estructural, mediante una solución estética, como el catálogo de cierres de fincas en el medio rural.

Sin duda, si aportamos valor a nuestra actividad, arquitectas y arquitectos jugaremos un papel relevante en la sociedad. No debemos enredarnos en anécdotas, ni recrearnos en lo que creemos que somos. Los retos que se avecinan son una disculpa excelente para avanzar. Sin nostalgias. Con racionalidad y apelando a las herramientas y métodos que la ciencia nos ofrece. No nos restará creatividad. Antes al contrario, potenciará nuestras capacidades. Lo que nos depare el futuro como profesión está en nuestras manos.

Este artículo forma parte de una serie mensual de colaboraciones de la Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas de Galicia con LA OPINION. Doce aportaciones que buscan acercar la ciencia y la tecnología a la ciudadanía, mostrando la labor que cada una de nosotras desarrolla desde nuestra área de trabajo. Participamos científicas del campo de las matemáticas, la biología, la farmacia, la física, la economía, la ingeniería de telecomunicaciones, la sociología, la ingeniería industrial, la psicopedagogía, la informática, el derecho y, evidentemente, la arquitectura. Confiamos que resulten de su interés.



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Marc Valldeperez

Soy el administrador de marcahora.xyz y también un redactor deportivo. Apasionado por el deporte y su historia. Fanático de todas las disciplinas, especialmente el fútbol, el boxeo y las MMA. Encargado de escribir previas de muchos deportes, como boxeo, fútbol, NBA, deportes de motor y otros.

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