Celebridad

Tachas 558 • Las celebridades contaminantes • Alejandro Badillo


Recientemente el programador Jack Sweeney –estudiante de la Universidad de Florida Central– se ha vuelto famoso en las redes sociales por rastrear los viajes en avión de personajes famosos como Elon Musk y Taylor Swift. El objetivo de su cuenta en X (antes Twitter) “Taylor Swift Jets (Tracking)” es evidenciar el uso de jets privados para informar, entre otras cosas, la huella de carbono que deja ese tipo de transporte usado por la élite mundial. Como es previsible, Swift –a través de sus abogados– ha amenazado a Sweeney por revelar sus trayectos que, en algunas ocasiones, duran apenas unos minutos con un gran costo ambiental.

Taylor Swift no es, en absoluto, la única celebridad que viaja en jets privados, aunque sí la más mediática. Para muchos fans es alguien que representa un modelo aspiracional y no un personaje polémico, al menos hasta hace poco. La cantante no es un político tipo Donald Trump que considera el cambio climático un disparate de la agenda progresista. De hecho, según reportajes periodísticos, Swift “compensa” sus costosos viajes privados comprando “bonos de carbono”. Es decir, paga una especie de impuesto extra por contaminar. El dinero recaudado se dirige a proyectos ambientales como reforestación de áreas verdes. Este buen gesto –cuestionado desde hace mucho tiempo por los científicos– no logra que sea inofensivo el combustible que usa el jet privado de la artista. Tampoco evita la contaminación que genera el séquito que la acompaña en cada uno de sus shows. Sin embargo, ella puede decir que está comprometida con el medio ambiente con cualquier donación altruista a organizaciones defensoras de la ecología. Nadie, hasta el momento, ha organizado una protesta o boicot en alguna presentación pública de la cantante. De hecho, algunos prefieren no criticar a una artista que goza de una alta popularidad. 

Celebridades como Taylor Swift gozan de impunidad social, pues representan un ideal a seguir. Al igual que los ídolos de antaño, cantantes, actores y actrices son una válvula de escape para grandes sectores de la población ávidos de una experiencia que cambie sus vidas o que las dote de un sentido, aunque sea efímero. Incluso son capaces de endeudarse –algo inconcebible en años pasados– por un concierto de un par de horas. Si las cosas por las que valía la pena endeudarse en el pasado como casas y autos son inaccesibles, el espectáculo puede funcionar como un reemplazo. El star system global lleva muchas décadas funcionando, pero ahora –gracias a internet– las vidas de los famosos son expuestas como nunca antes. A veces estos mismos personajes se prestan a este exhibicionismo mediático proyectado a nivel global a través de reality shows o en escándalos que se vuelven virales en las redes sociales. Finalmente, como se dice, no hay mala publicidad. Sin embargo, esa transparencia no es total, pues las celebridades ocultan o intentan ocultar su información fiscal y costumbres incómodas como la contaminación que generan sus vuelos privados. La cantante colombiana Shakira, por poner un ejemplo reciente, tuvo que pagar 7.8 millones de euros de multa por un fraude de 14.5 millones a la Hacienda española. Este delito no evitó que Shakira dejara de ser atractiva como marca comercial: la compañía Epson anunció a principios de este año un convenio publicitario con ella. Su legitimidad social no sufrió daño alguno a pesar de que el dinero no pagado en impuestos repercute, directamente, en la calidad de vida de muchas personas que necesitan hospitales, pensiones, entre otras cosas.  

Tenistas de élite, orgullo de sus países, como Novak Djokovic no son tan solidarios con su gente, pues radican en paraísos fiscales como Mónaco. Igual que Swift y el statu quo corporativo global, prefieren la filantropía en lugar de responder a las obligaciones del ciudadano común. Difícilmente los escucharemos pronunciarse sobre el conflicto en Medio Oriente o la desigualdad. Su conducta, en apariencia neutral y sólo comprometida con las buenas causas que abanderan sus patrocinadores, es un engaño. Abordar un jet privado para hacer un recorrido de unos minutos es un acto político disfrazado de empoderamiento económico y modelo de vida deseado por millones. Exprimir a las audiencias con tarifas dinámicas en los boletos de los conciertos también es un acto político. Ser embajadores del deporte en países que no respetan los derechos humanos, como lo hizo recientemente Rafael Nadal en Arabia Saudita, también es un acto político. La estela que dejan muchas celebridades artísticas y deportivas es una fuente que no sólo contamina el aire, sino a una sociedad que mira con ojos complacientes cómo sus ídolos se pasean por el mundo mostrando un comportamiento poco ético, por decir lo menos.  

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Alejandro Badillo (CDMX, 1977) es narrador, ha publicado tres libros de cuentos: Ella sigue dormida (Fondo Editorial Tierra Adentro/ Conaculta), Tolvaneras (Secretaría de Cultura de Puebla) y Vidas volátiles (Universidad Autónoma de Puebla); y la novela La mujer de los macacos (Libros Magenta, 2013).

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Antea Morbioli

Hola soy Antea Morbioli Periodista con 2 años de experiencia en diferentes medios. Ha cubierto noticias de entretenimiento, películas, programas de televisión, celebridades, deportes, así como todo tipo de eventos culturales para MarcaHora.xyz desde 2023.

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