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Tenis olímpico: otro escenario para la igualdad de género – infobae


El tenista mallorquín Rafa Nadal, durante una entrevista, en una foto de archivo. EFE/Alejandro Garcia

Rafael Nadal fue duramente criticado por sus declaraciones en la entrevista para “El Objetivo”.

Hubo un tiempo en el que, a la hora de decir lo que se piensa sobre ciertos temas, uno solo debía tener cuidado con no ser falaz o injurioso. Estos tiempos de deconstrucción y redes sociales constituye en un desafío bastante más delicado: “tengamos cuidado. Todo lo que digamos será usado en nuestra contra”.

Acaba de sucederle al tenista español Rafael Nadal, cuya explicación de por qué no cree que sea ni posible ni justo el reparto equitativo de dinero entre los circuitos profesionales masculino y femenino, mereció muchos rechazos y pocas adhesiones, sin que profundizaramos, analizaramos y, eventualmente, incorporaramos las razones argumentadas.

Por lo pronto, hay escenarios en los que esa equidad ya está establecida. Pasa con los Cuatro Grandes (Australia, Roland Garros, Wimbledon y Flushing Meadow). Pasa con los Juegos Olímpicos en los que, más allá del premio interno que reciban los medallistas de distintos países –por lo general, el reconocimiento en metálico de los integrantes del podio no discrimina el género-, sabemos que una medalla en skateboard, breaking o dobles mixtos ocupan en el medallero el mismo espacio que una en los 100 metros llanos, posta 4×100 libre o single femenino.

Es más. Hubo un tiempo en que, en lo que se refiere a grandes expectativas populares, el torneo femenino de tenis provocó mucho más entusiasmo que el masculino. Y fue, casualmente o no, en París. Hace 100 años.

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No fue en Roland Garros, inaugurado recién cuatro años después, sino en el denominado Estadio Olímpico Yves du Manoir.

Desde ya que para el público francés era enorme la ilusión de triunfo de la mano de al menos tres de sus famosos Mosqueteros. Dos de ellos, Jean Borotra y Henri Cochet, venían de definir el título en el Grand Slam francés y el primero de ellos se adueñó también de la corona en Wimbledon. Sin embargo, ninguno de ellos pudo con el norteamericano Vincent Richards a quien tampoco pudieron superar en el match de dobles por la dorada. Peor aún: los cinco títulos puestos en juego aquella vez los ganaron los norteamericanos. Es entonces, a la hora de completar la nómina de campeones, que son las damas las que se adueñan de la escena.

Nadie dudaba sobre una final anunciada. De un lado, la norteamericana Helen Wills. Entre 1922 y 1938 logró 19 singles de Grand Slam, sin haber jugado siquiera una vez el de Australia.

Del otro, la local Suzanne Lenglen, la Divina, la mujer que elevó al tenis a un nivel de trascendencia que nunca se había logrado, sin distinción de género. Pese a distintos problemas de salud, conflictos de distinta índole con la dirigencia y a que solo una vez actuó en el Grand Slam norteamericano (tampoco ella participó en el de Australia), Lenglen obtuvo 12 títulos entre los máximos torneos de Francia y Gran Bretaña. Fue entre 1914 y 1926.

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Lenglen se inscribió en la cita olímpica y su nombre figuró en el main draw en cuya primera rueda debía enfrentarse con la norteamericana Marion Jessup quien avanzó a la segunda rueda por no presentación de su rival a quién distintas lesiones la marginaron de gran parte de la temporada alta de 1924.

Tanta expectativa había generado la posibilidad de ese choque de estrellas que, aun en tiempos en los que el tenis se autopercibía amateur y el único dinero disponible se manejaba en voz muy baja, aquel enfrentamiento quedó como una poderosa asignatura pendiente.

Tanto fue así que en febrero de 1926 el mundo del tenis dio el gran gusto y nació el quizás más auténtico Match del Siglo de este deporte.

A esta altura, el dato más relevante indica que Lenglen y Wills solo jugaron oficialmente una vez, justamente la de esa fecha, en el Carlton Club Hotel, de Cannes. Es cierto que no fue una exhibición sino un torneo en sí. Pero tan lejos estuvo de correr riesgo ese duelo que en nueve partidos previos (5 de Wills y 4 de Lenglen) las rivales apenas perdieron 9 games y ganaron 6 de los matches por 6-0 y 6-0.

Cuenta la leyenda que se vendieron tickets a un valor seis veces superior al de una fila privilegiada en cualquiera de los demás grandes torneos. Y que hubo no menos de 6000 espectadores, sin contar aquellos que, sin posibilidad de conseguir entradas, abandonaron el tradicional glamour de la Cote d’Azur y no dudaron en observar el partido trepados a las copas de los eucaliptus que rodeaban la cancha principal. Hubo oportunistas que alquilaron escaleras para que los más ansiosos miraran algunos pocos puntos del match y no faltó el elegante y acaudalado vecino propietario de casas de dos pisos que alquiló su ventana a 20 francos el partido.

Nadie hubiese dudado en aquel momento de la popularidad y de las chances comerciales del tenis femenino. De la mano de dos fenómenos como en estos últimos tiempos los varones pueden poner como ejemplo propio el trío Federer, Nadal, Djokovic.

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Asuntos de mercado: nadie discute el derecho a equiparar premios en las competencias en las que cohabitan damas y caballeros. Al fin y al cabo, no sabemos de nadie que haya preguntado a los espectadores tanto presenciales como televisivos si solo prestan atención a unos o a otras.

El problema surge cuando hablamos de los demás torneos o del peso específico de un circuito respecto del otro.

Aun en tiempos de crisis, la ATP ha logrado mantener un status que no sobredimensione algún conflicto económico con sus estrellas. En tal sentido, es clave la presencia de main sponsors tanto de algunos espacios puntuales del calendario, como ATP 1000 o Finals, como patrocinando los demás certámenes. Este es un escenario, hasta ahora, más hostil para las chicas.

Quizás una de las razones tenga que ver con la idea de generar fanatismos a partir de los estereotipos. Aquello de tener quien sobresale por talento, quien es ante todo una gran batalladora, el portento físico, quien sabe sobre todo atacar o quien sabe sobre todo defender. Eso que ha resultado fácil de establecer con los varones no está del todo claro entre las mujeres. Es más, hasta la aparición de una rivalidad como la de Alcaraz y Sinner, daba la impresión que a los caballeros podía empezar a sucederle algo parecido a lo de las damas.

Último ejemplo para ser más gráfico.

A finales de 1987 tuve el privilegio de cubrir los dos torneos finales. Primero el de la WTA y luego el de la ATP. Los dos se jugaron en el Madison Square Garden. El de las chicas se lo ganó Steffi Graf a Gabriela Sabatini en cuatro sets (hubo pocos años en los que la final de este torneo se definió a la mejor de cinco parciales). En el cuadro de 16 jugadoras figuraban grandotas agresivas como Claudia Kohde-Kilsch y Helena Sukova, genias del talento como Hana Mandlikova, una dama de hielo como Manuela Maleeva y la audaz jugadora de saque y red que fue Pam Shriver. Y, por encima de todo, aparecían también Martina Navratilova y Chris Evert: pocas veces el deporte registró un duelo entre estilos tan disímiles y pletóricos de excelencia y gloria.

Ese año, y por un buen margen, el torneo femenino registró una venta de tickets claramente superior a la del masculino.

Cosas del mercado.  Y los estereotipos.





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Marc Valldeperez

Soy el administrador de marcahora.xyz y también un redactor deportivo. Apasionado por el deporte y su historia. Fanático de todas las disciplinas, especialmente el fútbol, el boxeo y las MMA. Encargado de escribir previas de muchos deportes, como boxeo, fútbol, NBA, deportes de motor y otros.

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