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Aladino, un sentimiento rockolero – Revista Mundo Diners


Fotografía: ® JOSHUA DEGEL.

Desde la ciudad más cachuda y rockolera del Ecuador, he aquí una crónica acerca del linaje de un género musical bohemio, popular y nacional, cuyo padre es el bolero antillano, su abuelo el tango y, su mago, Aladino, un mito capaz de transformar la pena en algo parecido al consuelo.

“No he visto en el país ciudad más rockolera, cachuda y cabaretera que la nuestra”, afirma Wilman Ordóñez Iturralde en su libro La rockola en Guayaquil. No puedo estar más de acuerdo. Sin desmerecer a los y las infieles, cachudos y cachudas del Carchi al Macará, “en esto somos campeones”, como explica el investigador y folclorista, por un lado, debido a la migración montuvia que sabe que “compadre que no se come a la comadre, no es compadre”, además, por ser el principal puerto del Ecuador, “¡y es realmente fantástico que así sea!”, remata Ordóñez. Quizá porque dicen que el que avisa no es traidor.

Veinte años atrás puse la última moneda en una rockola, en el mítico bar Montreal pedí una canción de Selena porque no me quedó más que aguantar bien mi derrota y brindarle felicidad a un amor imposible. Hoy las rockolas de Guayaquil son un objeto en vías de extinción, de coleccionista, de museo, de decoración inservible en franquicia de hamburguesas gringa. Aquella tarde en el Montreal me parece ahora un sueño, pero recuerdo que también pedí una de Sandro, otra de Julio Jaramillo y, seguramente, alguna de Aladino.

En la casa del Mago

Norberto Enrique Vargas Mármol, más conocido como Aladino, el Mago de la Rockola, está vivo y grabando, a los 68 años. Me reuní con él en su casa al norte de Guayaquil, cerca del parque Samanes. Nos recibió una mañana con su característico sombrero. Nos vio cara de no haber desayunado y nos invitó sánduches y jugo. La casa es grande pero sencilla, bonita; destaca una mesa donde se exhiben placas, medallas y reconocimientos a su trayectoria. Aladino comparte su tiempo entre el Ecuador y Estados Unidos donde viven sus hijos.

En medio de la entrevista, cuando hablamos del casi extinto aparato que terminó por convertirse en el nombre de un género musical ecuatoriano empieza a cantar de la nada: “Es que así era, escuchabas a Sandro: ‘Trigal, ‘donde mis manos se dilatan’… o ‘Qué sabe nadie de Rafael y de pronto a Aladino, ‘Penas’, ‘es lo que siento en mi alma’… Esa era la magia”, dice. Pero Aladino no vive del pasado, aprovecha y canta uno de sus últimos temas, como que me lo dedica: “Eres guapa, pero chira, bien chira, superchira, el carro te lo prestaron y el billete es de los chulqueros”.

El pasado carnaval fue noticia de que en Babahoyo algún emocionado le lanzó “huevazos” en un concierto frente a miles de personas. Pero Aladino se limpió la camisa y cumplió con su público y su contrato, siguió cantando. Nada asusta al Mago: “En el 82, justo mientras cantaba ‘Todo se derrumbó’ (un cover de Emmanuel), el escenario se me vino abajo”, recuerda, “ya estoy curado, me ha pasado de todo, de la pura alegría hay gente que pega tiros al aire, me han lanzado hasta un seco de gallina”, asegura entre risas.

Hijo de un padre muy estricto, licenciado en Filosofía y Letras, para quien “hasta el futbolín era malo”, Aladino se declara zanahoria: “El trago me cae mal, no aguanto ni medio vaso de whisky”. Su estilo particular de agregar frases dialogadas entre las canciones le viene de la influencia de su oficio en Radionoticias La Fabulosa como controlador de sonido. “Era pinchadiscos o rayadiscos, como nos decían, en el programa deportivo del Rey de la Cantera”. Tenía apenas dieciocho años, se había graduado en Comercio y Contabilidad, y tenía que ayudar a sostener a la familia donde le seguían siete hermanos. Empezó a trabajar en el departamento de Publicidad: “Peladito sanito, sin vicios, como hasta ahora. ‘Penas’…”, canta de nuevo altísimo.

“Pero yo no era rockolero, era baladista, y de los guapos, de lado derecho, no tenía nada que ver con ese mundo”, aclara. Y “asustadito” llegó una tarde del 77 a mostrarle a su jefe, el Rey, su primera grabación “Lobo de la madrugada”, a ver si la ponía. “Y no le gustó ni la pasó ni pegó”, dice Aladino. El sencillo llegó a vender cinco mil copias, todo un fracaso; artistas como Los Románticos, Jinsop o Darwin vendían de cincuenta a setenta mil discos.

“En esos tiempos la rockola era el instrumento de moda entre la gente del pueblo, de los bares y, aunque dependía mucho del gusto del dueño, los clientes exigían lo que les gustaba. Aquí se la conoce como música rockolera, por el nombre de pila del aparato que funcionaba con monedas; en República Dominicana y Puerto Rico se refieren a ella como música de vellonera; en Colombia directamente como música de cantina. En Chile me decían el rey de la cebolla, le dicen música cebollera, porque hace llorar”, cuenta el Mago. Y añade que “sí, era música de despecho, popular, música de pobres”.

El universo de la rockola

Según lo explica el historiador y poeta Ángel Emilio Hidalgo, en el prólogo del libro de Ordóñez, que dedica un capítulo entero a Aladino, la rockola es una expresión que congrega un sinnúmero de registros sonoros y discursivos, de ahí su riqueza. Entre sus fuentes sonoras señala al bolero cubano y al mexicano por su línea percusiva marcada por el bongó, que le otorga un sentimiento “arrabalero y marinero, vaporino”. La presencia del órgano, persistente en la música popular ecuatoriana, desde el sanjuanito hasta la salsa. Y observa las cuerdas: guitarra española, bajo, y acordes punteados tanto del requinto —clásico del bolero mexicano y del pasillo ecuatoriano— y de la guitarra eléctrica, que en el caso de Aladino le “dan un aire psicodélico”.

“Y si me atrevo a decir que el bolero antillano es el padre de la rockola, el tango argentino es el abuelo”, dice el historiador, que encuentra en Carlos Gardel y su fatalismo de los arrabales bonaerenses los inicios de esta ética y estética barriobajera, la primera expresión sonora de la modernidad liberal en América Latina. El cantante y consumidor rockolero pertenece al subproletariado urbano cuya herida personal contiene el correlato de otra colectiva: la escasez material, un aspecto de clase que lo lleva a cantar cosas como “Cholo soy y no me compadezcas” del peruano Luis Abanto Morales, o sobre el dolor de “saber que no tengo un juguete que dar a mis hijos, en esta Navidad” de Aladino.

Pero así seamos pobres, cholos, aniñados, o parte del creciente cognitariado de nuestros días (concepto acuñado por el filósofo italiano Franco Berardi para designar a los trabajadores con formación superior e intelectuales precarizados), todo ecuatoriano reconoce un sentimiento rockolero que mezcla lágrimas con risas en frases como “asciéndeme a marido” o “ráscame aquí que me pica”. Porque, como afirma Ordóñez, todos, aún más los guayaquileños, “pensamos que es mejor Aladino que un psiquiatra. Mejor Aladino que un psicoanalista”.

En el 81 —nos cuenta Aladino— acudió a pedir consejo al mismísimo Daniel Santos. “Me dicen que soy desafinado y canto feo, le dije, y me contestó (remendando el acento boricua): “Shico, si tú cantas el himno nacional saben que eres tú. Eso se llama estilo. Olvídate del resto, estate tranquilo, te quielen bajoneal”. Ya para 1980 empezó la leyenda que hoy es Aladino, con la que se grabó para Fediscos e Ifesa, y en su momento vendió cien mil copias. Esa sí que le gustó al Rey de la Cantera y apenas la escuchó declaró: “Desmándala”. La parte hablada, que se la dedica a la “colorada superinfiel”, fue inspirada en los saludos que enviaba su jefe por la radio: “Nos fuimos al aire y se hizo un monstruo esa vaina”.

Aladino
Las frases dialogadas entre las canciones de Aladino son influencia de su trabajo en Radionoticias La Fabulosa.

Como buena guayaca del cognitariado soy fan de Aladino, y mucho más desde esa mañana que me recibió en su casa.

—¿Cuál es la clave de tu éxito? —digo sin miedo a sonar sonsa.

—Que amo y respeto el trabajo —responde—. Soy un trabajador de la música.

A los cincuenta años Aladino entró a la universidad, también es periodista. Coincidimos en que su estilo jocoso y al mismo tiempo “sufridor” es su sello. Y no puedo irme sin preguntarle por Jenny Peñafiel, la ya fallecida Gata de la Rockola, intérprete de “Lástima”, la contestación a “Penas”. Sin duda es un hit, si no la canto, no hay show”, asegura. La grabó en el 84 y a los pocos meses se le ocurrió una “contestación” en la voz de una mujer. ¿Y ahora quién la canta?, fue el problema: “Mi comadre Mary Arauz, tremenda cantante, no quiso. Tampoco quiso Tania López. Se lo propuse a Ketty Pazmiño y no le dio mucha importancia. Irma Arauz me dijo directamente: No, hermano, esa nota a mí no me gusta”.

La Gata había iniciado su carrera en 1978, a los 35 años ganó el Primer Festival de la Canción Nacional del Guasmo de Radio Cristal. Poco después su legendario dueño, Armando Romero Rodas, llevó a Aladino a un festival a Santa Lucía: “Yo no sabía ni con quién iba a cantar y en eso escucho una voz bonita, y le digo a alguien que me presente a la cantante. Apenas vi a esa señora de ojos claros y lindos supe que era la colorada que andaba buscando. Era bien guapa y tenía una edad apropiada para lo que quería hacer, porque tampoco podía ser muy jovencita. Le propuse y me dijo: Bueno, pero yo no he grabado nunca”.

Fueron amigos hasta el fin de la vida de ella, compartieron escenarios, viajaron por todo el país y el extranjero, y dieron que hablar a los chismosos: rumores que a la Gata afectaron más, por ser mujer. Otras cosas más me cuenta Aladino, off the record, sobre algunas tristezas de su amiga relacionadas con el machismo de nuestra sociedad.

Hay ocho versiones de “Penas”, y en cada una Aladino le quita o le pone algo nuevo, algo más chistoso, en las últimas también algo en inglés: “come on here right now, ráscame aquí que me pica”. También le reclamaba al personaje de Jenny: “Cállate que yo te vi”, con una sonora cachetada. En las nuevas versiones ya no hay bofetada. Así como los mexicanos de Café Tacuva dejaron de cantar “Ingrata”, cuya letra amenazaba a la mujer con un par de balazos, las cosas cambian. Norberto Enrique Vargas Mármol sabe que la violencia contra las mujeres empieza con pequeñas cosas, y eso ya no debe hacernos gracia.

De “Penas” y “Lástima” amo esa mezcla de dolor y chiste, de verso popular convertida en el consuelo de saber que todos estamos expuestos a las heridas del desamor, pero que también es posible curarse y que la risa es un remedio. Con mi banda, Las Chepas, hicimos un mix con el tema de otros músicos, entre ellos, de la banda quiteña El Retorno de Exxon Valdez que en los noventa cantaba: “Cuando aprenda a creer en vos y me canse de odiar y me olvide lo que hiciste y te quiera perdonar, ese día te voy a matar”. Las Chepas cambiamos matar por fumar y respondemos como lo hacía la Gata: “No me digas nada, que nunca me viste… Un avión tan pequeño como el tuyo no puede aterrizar en una pista como la mía”.



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Antea Morbioli

Hola soy Antea Morbioli Periodista con 2 años de experiencia en diferentes medios. Ha cubierto noticias de entretenimiento, películas, programas de televisión, celebridades, deportes, así como todo tipo de eventos culturales para MarcaHora.xyz desde 2023.

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