Celebridad

Un club de sexo en Nueva York es acusado de permitir agresiones sexuales


Aquella casa adosada en Bushwick —un barrio neoyorquino de Brooklyn— fue en su momento una guía para Jennifer Fisher, un lugar donde no tenía que ocultar que era poliamorosa y fetichista, pues sus compañeros de casa también lo eran.

Los propietarios, un grupo llamado Hacienda, tenían una visión única: crear una comunidad de aventureros sexuales cuyas reglas dentro de la casa priorizaran el consentimiento, sobre todo durante las orgías que organizaban en el sótano cada semana. En los años siguientes, Hacienda floreció y la positividad sexual, un movimiento para desestigmatizar las diversas formas de expresión sexual, se volvió más popular. Fisher sintió una especie de orgullo de pertenecer a una comunidad que había impulsado una mayor aceptación de un estilo de vida distinto.

Ese sentimiento la ayudó a ignorar lo que describió como el lado oscuro de Hacienda: una serie de denuncias de sus huéspedes e inquilinos que decían haber sido víctimas de agresiones sexuales o físicas dentro de sus instalaciones.

Entonces, aseguró Fisher, le ocurrió a ella. En la primavera de 2012, cuando estaba en la cocina de Hacienda, un invitado a la fiesta sexual que ella había dejado en el piso de abajo la abordó y la acosó para mantener relaciones sexuales, según relató. Fisher se despertó sintiendo que no había dado su consentimiento, que había sido violada. Sin embargo, el miedo a traicionar a su comunidad, las circunstancias del encuentro y el lugar en el que se produjo le impidieron denunciarlo a las autoridades. Fue una decisión que lamenta profundamente.

“¿Cómo llamas a la policía para denunciar algo que ha ocurrido en una fiesta sexual?”, comentó Fisher. “Vendrían y te dirían: ‘Muy bien, ¿a qué degenerado detengo primero?’”.

En un momento en que la no monogamia se ha convertido en una opción desplegable en las aplicaciones de citas, grupos como Hacienda han cobrado nuevo protagonismo, atrayendo a curiosos novatos y lucrando en el proceso. Los participantes imaginan estos grupos como un lugar en el que pueden traspasar los límites de las convenciones sexuales —o ignorarlas por completo— en compañía segura de personas con ideas afines. Pero la historia de Fisher y otras similares revelan la tensión inherente entre el deseo de crear un espacio libre y el consentimiento y también muestran que las fantasías sexuales de una persona pueden transgredir los límites de otra.

Navegar por este escenario ha sido especialmente tenso para Hacienda, que ha sacado provecho del movimiento por la positividad sexual como pocos grupos lo han hecho: cobrando alquileres en un bloque de casas de Brooklyn a personas que quieren vivir en ese ambiente a tiempo completo.

Los fundadores de Hacienda, un matrimonio poliamoroso conocido como Andrew y Beth Sparksfire y un entrenador personal convertido en educador sexual que se hace llamar Kenneth Play, reconocieron el caso de Fisher y otros, pero dijeron que esos episodios eran atípicos en un lugar que defiende el consentimiento.

“Nuestra organización se centra en la importancia del consentimiento entusiasta y continuo, y tenemos una política de tolerancia cero para cualquier violación de estas normas”, señalaron mediante un comunicado en respuesta a las preguntas de The New York Times. En los eventos organizados por Hacienda y otras organizaciones similares, se instruye a los participantes para pedir continuamente consentimiento durante las relaciones sexuales.

Pero en las entrevistas, más de dos decenas de personas relacionadas con el grupo plantearon dudas sobre el funcionamiento de esa política. Diez de esas personas dijeron haber sufrido abusos físicos o sexuales en Hacienda.

Dijeron que la organización no siempre se ha tomado en serio las denuncias de violaciones al consentimiento y que rara vez o nunca informaban a las autoridades, inclusive sobre las denuncias más graves. En su lugar, sometían estas alegaciones a revisiones internas, por lo general poco sistemáticas. En ocasiones, las personas que realizaban las investigaciones habían mantenido relaciones sexuales con los denunciantes, los infractores o con ambos.

En su respuesta al Times, los dirigentes de Hacienda reconocieron las quejas, pero las describieron como parte de un comienzo difícil en la creación de un espacio seguro, durante los primeros días del grupo. Dijeron que habían creado medidas de seguridad a lo largo de los años y, de hecho, la mayoría de los incidentes descritos al Times ocurrieron antes de 2018.

Pero antiguos y actuales miembros expresaron su profundo recelo ante lo que describieron como una perdurable cultura de impunidad para los miembros privilegiados que, a lo largo de los años, han sido acusados de transgresiones.

“Si pensamos en los beneficios y el estatus de algunos por encima de la comunidad, ahí es cuando esto falla”, explicó Zhana Vrangalova, psicóloga que imparte cursos sobre sexualidad en la Universidad de Nueva York y que fue miembro de Hacienda antes de abandonarla tras una discusión. “Hacienda, en cierto modo, es una utopía, pero tenemos que ser claros: no existen las utopías”.

En los últimos años, en toda la ciudad, las fiestas sexuales han salido de las redes de susurros para convertirse en el material de sitios web sofisticados con listas de espera.

Pocos grupos tienen el perfil de Hacienda. Sus líderes se han erigido en embajadores de la positividad sexual, con el objetivo de convertir Hacienda en el equivalente a SoHo House, un club internacional solo para socios.

Hacienda obtiene ingresos de las cuotas anuales de sus miembros, cada una de las cuales cuestan cerca de 130 dólares, así como de las entradas a las fiestas y los alquileres. Los residentes pagan entre 750 y 1500 dólares o más al mes por las habitaciones de sus cómodas residencias urbanas, según los listados inmobiliarios. Al menos una de esas casas tiene una “mazmorra sexual” en el sótano. Hacienda también alquila espacio a otras “fiestas lúdicas”.

Según los organizadores, las denuncias por violación del consentimiento que surgen de vez en cuando en las fiestas sexuales de toda la ciudad, normalmente se han gestionado de manera interna.

Sin embargo, quizá ninguna organización tenga la prominencia —y la cartera de negocios— de Hacienda, y la estima por sus dirigentes se ha convertido en un atractivo especial. Play, por ejemplo, ha dado conferencias, escrito libros y aparecido en más de cien artículos periodísticos, según su sitio web, donde también vende un curso en línea de 697 dólares sobre cómo mejorar la técnica sexual.

En sus libros y demostraciones de sexo, Play insiste en la importancia de obtener siempre el consentimiento. Pero a él también lo han acusado de violar esa norma.

Hace casi una década, una mujer dijo que estaba visiblemente intoxicada y que no podía dar su consentimiento cuando Play le practicó actos sexuales públicos en una fiesta. En su declaración al Times, los responsables de Hacienda reconocieron el encuentro, pero dijeron que fue consensuado.

Debido a la acusación, otras tres fiestas sexuales de Nueva York le han prohibido a Play participar de ellas, según sus organizadores. La acusación dividió amargamente a Hacienda, de acuerdo con las entrevistas con varios miembros de la comunidad, provocando el éxodo de algunos que consideraban que la lealtad personal de los Sparksfire hacia Play —este era pareja sentimental de Beth Sparksfire— y su marca estaban por encima de la seguridad de los miembros.

Otras personas relacionadas con Hacienda a lo largo de los años han sido acusadas de transgresiones similares.

Los líderes de Hacienda han dicho que esta se ha vuelto más segura en respuesta a estos episodios.

No obstante, el caso más reciente descrito al Times ocurrió en febrero de 2020. Se trataba de una persona no binaria que dijo que otro asistente a una fiesta de Hacienda la estranguló sin su consentimiento.

La persona, Charlie Bentley, que utiliza los pronombres femeninos, dijo que se quejó con un organizador del evento, René Bolanos, pero le reprocharon que levantara la voz, según Bentley, y por los mensajes de texto que compartió de Bolanos. El otro asistente a la fiesta no sufrió ninguna consecuencia, según Bentley. Bolanos dijo recordar que Bentley se le acercó en esa fiesta, que estaba llorando, pero insistió en que ella no le dijo por qué estaba enfadada.

Bentley, de 31 años, dijo que pensó en llamar a las autoridades. Pero se enfrentó a la misma difícil decisión que otras personas que se han sentido víctimas en un lugar que apreciaban profundamente.

“Me senté a debatir conmigo misma: ¿Llamo a la policía?”, dijo Bentley. “Pero pensé: Son mis amigos, no puedo hacerles eso. Este es su negocio”.

Entonces, no acudió a la policía.

Susan C. Beachy colaboró con investigación.



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Antea Morbioli

Hola soy Antea Morbioli Periodista con 2 años de experiencia en diferentes medios. Ha cubierto noticias de entretenimiento, películas, programas de televisión, celebridades, deportes, así como todo tipo de eventos culturales para MarcaHora.xyz desde 2023.

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