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¿Qué es lo que hace tener éxito a una franquicia de la NFL? – Relevo


Este domingo, los Kansas City Chiefs y los San Francisco 49ers disputarán en Las Vegas la 58ª edición de la Super Bowl. Será la segunda vez que ambos conjuntos se enfrenten en el partido por el título de la NFL después de que el 2 de febrero del 2020 en el Hard Rock Stadium de Miami, los Chiefs remontaran en el cuarto definitivo a los 49ers y se llevaran la victoria.

Desde esa temporada, en el último lustro, ambos han sido (y son) los dos mejores conjuntos de la competición. Lo demuestran las sensaciones sobre lo que se ve sobre el terreno de juego, pero también las estadísticas.

En estas cinco últimas temporadas, los Chiefs acumulan cuatro presencias en la Super Bowl (dos títulos) y otra en la final de conferencia, mientras que los 49ers van a jugar su segunda Super Bowl y cuentan con dos presencias más en partidos de final de conferencia. Así mismo, en encuentros de la temporada regular, los Chiefs son el conjunto de la liga con más victorias (63) y menos derrotas (20), el tercero con más touchdowns, el segundo que más puntos anota (curioso: los Dallas Cowboys son el equipo que lidera ambas estadísticas) y el mejor de todos en porcentaje de éxito en terceros downs.

Por su parte, los 49ers son la quinta escuadra con más victorias (54) y menos derrotas (29), la segunda con más touchdowns, la tercera que más puntos anota y el cuarto equipo que menos puntos concede (si bien el ataque de Shanahan es el que se suele llevar los titulares, lo cierto es que el entrenador de los 49ers ha construido su equipo a la vieja escuela, desde la defensa, con un front seven dominante).

Se trata de una Super Bowl prevista, esperada, que mide a dos conjuntos acostumbrados a ganar.

“Vamos a construir una maldita dinastía en Kansas City. Somos como los Golden State Warriors, nena”, dijo Chris Jones, defensive tackle de los Chiefs, después de que su equipo venciera a los 49ers en esa Super Bowl de Miami.

Pero, en realidad, las dinastías en la NFL no suelen suceder. Es el dogma sagrado, el principio innegable de la competición: el éxito en la NFL es frágil, ilusorio, la cuerda floja sobre la que hace equilibrios el funambulista. Porque ¿qué es lo que hace tener éxito a una franquicia de la NFL?

Pensar diferente: Brock Purdy, el último que ha terminado llegando el primero

Una noche de otoño, en el mes de noviembre del año 1964, Lloyd Wells, un ojeador de los Kansas City Chiefs, condujo hasta un hotel en Texas para encontrar a Otis Taylor, un receptor universitario afroamericano. Apenas unos días antes, los Dallas Cowboys le habían escondido allí, junto a Seth Cartwright, su compañero en la universidad Prairie View A&M, para impedir su fichaje por los Chiefs. Sin embargo, Wells consiguió dar con él en un Holiday Inn texano y, tras hacerse pasar por un periodista de la revista Ebony, lo sacó por la parte trasera del hotel y se lo llevó hasta Kansas City. Al día siguiente, Otis Taylor firmó su contrato con los Chiefs.

En la década de los sesenta, la SEC, la ACC o la Southwest, las grandes conferencias universitarias de la época, contaban en sus equipos con casi todos jugadores blancos y la NFL, pese a haber superado la segregación mayoritariamente en sus franquicias en la década de los cuarenta, reflejaba también ese contexto. Ahí, precisamente, los Chiefs encontraron un camino hacia el éxito: pensar diferente a los demás.

En 1967, en la denominada primera Super Bowl que perdieron contra los Green Bay Packers (35-10), los Chiefs contaron con ocho jugadores salidos de universidades de afroamericanos. Tres ediciones después, en la Super Bowl IV, la última que se disputó entre equipos de la AFL y de la NFL antes de que ambas competiciones se unieran, los Chiefs derrotaron a los Minnesota Vikings (23-7) con 14 jugadores de universidades de afroamericanos, convirtiéndose en el primer equipo de la historia en ganar el partido por el título con más jugadores afroamericanos que blancos, entre ellos, 8 de sus 11 defensas titulares.

Salirse del guion establecido por la mayoría suele ser sinónimo de diferenciación, de tener posibilidad de éxito. Pero la recompensa no siempre es perceptible a primera vista.

Brock Purdy, por ejemplo, el actual quarterback titular de los 49ers, se convertirá este domingo en el primer quarterback de la historia que jugará la Super Bowl tras haber sido seleccionado con la última elección del draft. 

Sin embargo, antes que Purdy fueron escogidos otros seis quarterbacks con la última selección del draft (George Haffner, Randy Essington, Larry Wanke, Ronnie McAda, Chandler Harnish y Chad Kelly) y entre todos ellos suman… un partido en la NFL y menos una yarda conseguida. Fue en la semana 6 de la temporada 2018, cuando Chad Kelly, suplente de Case Keenum en los Denver Broncos, saltó al campo para arrodillarse y que, de tal modo, el cronómetro continuara corriendo y el encuentro pudiera llegar al descanso.

Porque, al contrario que los 49ers con Purdy, no siempre se puede encontrar un maizal en Iowa.

La innovación: las mentes privilegiadas de Andy Reid y Kyle Shanahan

En la búsqueda del éxito en una franquicia de la NFL siempre hay tensión. Por ello, cuando surgen los conflictos, que siempre surgen, la colaboración es imprescindible: hay que saber defender tu posición, pero también tienes que aceptar nuevas perspectivas de los demás que concedan una mayor profundidad a tus pensamientos.

Ni siquiera hace falta caerse bien. Tex Schramm y Tom Landry son un buen ejemplo de ello. Estuvieron juntos, como mánager general y entrenador de los Dallas Cowboys, respectivamente, desde 1960 a 1988. Schramm era extrovertido, fanfarrón, presumido, mientras que Landry era inmensamente privado, de trato frío. Su relación únicamente fue profesional, pero tuvo éxito porque ambos entendieron las virtudes y la posición de cada uno. Landry estaba a cargo de lo que sucedía dentro del terreno de juego y Schramm, de lo que ocurría fuera de él.

En los años 60, precisamente, se produjo la explosión de la informática en la sociedad estadounidense. El fútbol americano, por supuesto, tampoco fue ajeno a ese estallido y las franquicias buscaron la forma por la que esa tecnología pudiera concederles una decisiva ventaja sobre sus rivales. Especialmente, Tex Schramm, que había quedado fascinado con la información que los ordenadores IBM habían generado para los Juegos Olímpicos de invierno celebrados en Squaw Valley en 1960 (entre otras cosas, dichos ordenadores calcularon el medallero, estadísticas y los tiempos que se convertían en récords olímpicos). El mánager general de los Cowboys estaba convencido de que esa herramienta tecnológica se podría utilizar para organizar los datos recopilados por los ojeadores en el proceso de selección de jugadores. 

De tal modo, tras hablar con IBM, Schramm y su equipo, liderado por Gil Brandt, el jefe del departamento de ojeadores, estandarizaron toda su información a través de quince preguntas en las que describían en cada una de ellas una habilidad en particular. Al final, los jugadores eran puntuados entre el 1 y el 9 según su escala de posible encaje en el equipo, siendo 9 el número utilizado para los que más encajaban con la información estandarizada.

En cualquier caso, como los ordenadores de la época eran realmente caros, Schramm tuvo que buscar socios para poder compartir la inversión a realizar. Los Angeles Rams y los San Francisco 49ers fueron las franquicias elegidas. A lo largo de los cuatro años siguientes, cada franquicia aportó más de 300.000 dólares para desarrollar un sistema informático de evaluación de jugadores. Partían de un punto de vista en común, ya que todas ellas identificaban los mismos cinco factores clave en las habilidades que debía tener un jugador de fútbol americano: rapidez y agilidad, fuerza y explosividad, competitividad, carácter y atención mental. Pero, al final, cada uno interpretaba los datos a su manera. Incluso, diferenciando según las posiciones en el campo: a los receptores se les graduaba mediante su habilidad para reaccionar ante el balón y su capacidad para correr tras la recepción, mientras que a los quarterbacks se les valoraba su equilibrio y su configuración.

Ya en 1964, el IBM 7090-7094 produjo los primeros datos sobre jugadores en largos folios de papel perforado. Después de ese hito, en las siguientes 21 campañas, los Dallas Cowboys de Schramm, Brandt y Landry ganaron dos títulos de Super Bowl, perdieron otras tres más y jugaron la postemporada en 18 ocasiones.

La NFL, en teoría, no tiene secretos. Se trata de una competición de imitación, de corta y pega: cuando alguien innova todos los demás copian su innovación.

Por ejemplo, la parcela ofensiva de la competición no se entendería sin la “West coast offense”, el ataque a base de velocidad, espacio y equilibrio entre el pase y la carrera introducido en 1979 por Bill Walsh, el mítico entrenador de los 49ers con el que ganaron tres títulos de la Super Bowl en la década de los ochenta. Los libros de jugadas de todos los equipos de la NFL actual están plagados de principios originados en la ofensiva de Walsh. Y también sus cuerpos técnicos.

Andy Reid, entrenador de los Chiefs y una de las mentes ofensivas más innovadoras y que mayor impacto ha tenido en la historia de la NFL (además de ser uno de los mejores playcallers que se recuerdan), es uno de ellos. Kyle Shanahan, entrenador de los 49ers, una de las mentes ofensivas más revolucionarias de la NFL (además de ser uno de los mejores playcallers que se recuerdan) e hijo de Mike Shanahan, dos veces campeón de la Super Bowl, es otro de ellos.

En la versión evolucionada de la West Coast del ataque de Reid prevalecen los engaños en las direcciones de las rutas, los movimientos antes de ponerse el balón en juego (se trata de una sobresaliente técnica para saber si la defensa va a ser individual o en zona) y la amenaza de los pases en profundidad: los Chiefs fueron el segundo equipo de la competición que más pasó en el primer down en la temporada 2021, el que más en el curso 2022 y el quinto en esta campaña 2023.

Mientras, en la versión evolucionada de la West Coast del ataque de Shanahan prevalecen los esquemas creativos, los jugadores talentosos que consiguen yardas tras recepción, la explosividad y la agilidad, los bloqueos en movimiento, la versatilidad, las rutas por centro del terreno de juego y las carreras por fuera: los 49ers fueron el sexto equipo de la competición que realizó más carreras en el primer down en la temporada 2021, el cuarto que más en el curso 2022 y el tercero en esta campaña 2023.

Pero tanto Reid como Shanahan tienen algo en común, lo esencial: sus ganas de mejorar constantemente, de evolucionar, de cambiar, de adaptarse, de encontrar la invención diferencial que derrote a sus rivales y que se convierta en la última innovación a copiar.

Esa es la clave. Ya lo avisó el propio Bill Walsh: “No hay garantía ni fórmula definitiva para el éxito. Todo se reduce a buscar de manera inteligente e incansable soluciones que aumenten tus posibilidades de prevalecer”.

La valentía: no hay cuartos downs si hay efectividad

En el año 1988, Peter Palmer, John Thorn y Bob Carroll publicaron ‘The Hidden Game of Football’, un libro de más de 400 páginas en el que, entre fórmulas, ideas, estadísticas y analítica avanzada, afirmaron, entre otras sentencias (por ejemplo, que un balón perdido produce un diferencial de cuatro puntos entre los dos conjuntos, suceda en la parte del campo en la que suceda), que, según lo que demostraban los números, los equipos de la NFL no deberían patear prácticamente nunca a palos en un cuarto down a no ser de que esos equipos estuvieran a seis yardas o más de alcanzar el primer down. 

Sin duda, fue una afirmación valiente porque, en esa misma temporada 1988, únicamente dos conjuntos de la NFL intentaron convertir un cuarto down en más de 20 ocasiones. Ahora, sin embargo, la tendencia es completamente la contraria, con la mayoría de conjuntos subidos a la ola generada por la corriente de agresividad que iniciaron Los Angeles Chargers entrenados por Brandon Staley: en 2021, siete equipos intentaron convertir un cuarto down en más de 30 ocasiones. Un dato que se ha mantenido también en este 2023, una temporada en la que un total de 24 equipos han intentado convertir un cuarto down en, al menos, 20 ocasiones.

En 2021, los Detroit Lions, con 41 intentos, se convirtieron en el primer equipo en superar los 40 intentos de conversión de cuarto down en una temporada, si bien ese récord fue superado un año después por los Cleveland Browns, con 42 (los Arizona Cardinals sumaron 41 intentos), y esta misma temporada por los Carolina Panthers, con 48 (los citados Lions se quedaron en 40 intentos).

El ritmo de juego en la NFL actual ha cambiado y se gestiona a través de la posesión del balón, obedeciendo a los mandatos de la analítica, pero muchos entrenadores todavía tienen miedo a seguir lo que les enseñan los números y toman decisiones basadas en sus prejuicios, en sus impulsos, en su intuición. Y eso que las consecuencias de esta filosofía valiente y matemática son palpables. A veces, incluso, hasta tienen el efecto contrario: es probable que los 49ers, por ejemplo, no estuvieran jugando esta Super Bowl de no ser por los cuartos downs que intentaron y no materializaron los Lions en su partido de final de conferencia.

Precisamente, en el último lustro, tanto los 49ers como los Chiefs se suelen encontrar siempre en la parte de los equipos que menos conversiones de cuarto down intentan: los 49ers han sido el conjunto con menos intentos de conversión en cuarto down este año, mientras que los Chiefs fueron el segundo que menos en las temporadas 2021 y 2022. Pero no es por culpa de la falta de la valentía o por desconfiar de la analítica, sino que es por exceso de efectividad: los Chiefs y los 49ers son dos de los mejores equipos de la competición en conversiones en terceros downs.

Y, ya se sabe, pocas cosas son más importantes en un partido de la NFL que tener éxito en el tercer down.

El talento diferencial: “Pat no matter what”

En la mañana del draft de la NFL del año 2017, Alison, la mujer de Brett Veach, el actual mánager general de los Chiefs y, por entonces, codirector del departamento del personal de jugadores, le pasó una nota escrita a mano por su hija Ella, de seis años. La nota decía: “Pat no matter what”. Es decir: “Pat, ocurra lo que ocurra”.

Pat, evidentemente, era Patrick Mahomes, el quarterback de la universidad de Texas Tech del que se había enamorado, gracias a su fuerza de brazo, su inteligencia y sus lanzamientos desde fuera de plataforma, cuando estaba viendo un vídeo de otro jugador de esa universidad, un liniero ofensivo. Esa misma noche, después de que la franquicia de Kansas City, previo acuerdo de traspaso con los Buffalo Bills, seleccionara a Mahomes con la elección número 10 de primera ronda, el propio Veach mandó un mensaje de teléfono al quarterback texano. En él había una imagen, la de la nota manuscrita por su hija Ella.

A veces, los enamoramientos, más allá de liberar al instante altos niveles de dopamina en nuestras neuronas, son también premoniciones certeras.

Para Mahomes, la felicidad absoluta debe residir en la locura, en la magia, en la valentía, en la innovación, en lo inesperado y que no se encuentra en el guion, en realizar algo que nadie ha hecho nunca con anterioridad sobre un campo de fútbol americano. Sin embargo, el actual Mahomes, el doble campeón de la NFL y otras tantas veces escogido como mejor jugador de la competición y del partido por el título, ya no es ese quarterback que asaltó la competición en una fulgurante irrupción con la fuerza de una borrasca.

Con el tiempo, Mahomes ha aprendido a liderar haciendo lo que tiene que hacer, a veces, incluso, a dejar que las victorias lleguen desde la parcela defensiva y no desde el ataque. A dominar el juego sin ser dominante físicamente, ni explosivo. A entender a las defensas rivales con su memoria fotográfica y revisando los vídeos. A pasar de jugar basándose en su instinto y en la improvisación a desarrollar el juego como si fuera una partida de ajedrez, moviendo sus fichas. A descifrar por qué los coordinadores defensivos dejaron de mandar a sus jugadores a presionarle y situaron a sus safeties a una distancia tan profunda. A alcanzar la zona de anotación ganando yardas poco a poco, buscando situaciones de catch and run.

A sus 28 años, Mahomes acaba prácticamente de entrar en el momento óptimo de su trayectoria profesional. Cabe suponer que, aunque hoy por hoy cueste imaginarlo, Mahomes todavía mejorará en los próximos años como jugador de fútbol americano. 

El talento diferencial es siempre el mejor atajo hacia el éxito. Ocurra lo que ocurra.

El clímax del proceso: el punto de inflexión que cambia la historia

La leyenda de Arrowhead, el estadio de los Chiefs, como un escenario con un ruido ensordecedor se originó el 9 de diciembre de 1990 en un partido en el que el conjunto local derrotó a los Denver Broncos (31-20). En el tercer cuarto y con el balón en su propia yarda 1, John Elway, el mítico quarterback de los Broncos, no pudo escuchar la jugada a realizar debido a los gritos del público. Por ello, se acercó al árbitro del encuentro, Gordon McCarter, y le dijo que eso iba contra las reglas (esa norma en concreto, por lógica, fue abolida tiempo después). Entonces, McCarter encendió su micrófono y se dirigió a los aficionados: “Una vez más, le he pedido a la defensa que me ayude a reducir el ruido del público. Cualquier problema adicional de ruido del público resultará en un tiempo muerto contra Kansas City”, avisó. Los defensas de los Chiefs intentaron calmar al público, haciendo gestos con sus brazos, pero ya no se podía hacer nada para detener el nacimiento de una leyenda: en 2013, Arrowhead y los aficionados de los Chiefs entraron por primera vez en el Libro Guinness de los Récords como el estadio no cubierto más ruidoso del mundo y, aunque los aficionados de los Seattle Seahawks les quitaron ese honor poco más tarde, el estadio de los Chiefs lo volvió a recuperar en 2014 al superar los 142 decibelios en un momento de un partido contra los New England Patriots.

“Cuando la leyenda se convierte en realidad”, dice la inolvidable cita de ‘El hombre que mató a Liberty Valance’, la película de John Ford, “imprime la leyenda”. Y es una frase perfecta para alcanzar el clímax del proceso.

“¿Tenemos tiempo para hacer la jugada Wasp?”, preguntó en la banda Mahomes a Eric Bieniemy. “¿Te gusta la jugada Wasp? Él está preguntando por la jugada Wasp”, avisó al resto del cuerpo técnico el por entonces coordinador ofensivo de los Chiefs.

Después de un pase que, tras una revisión pedida por los 49ers, los árbitros habían considerado como incompleto a Tyreek Hill, los Chiefs perdían por 20-10 a falta de 7 minutos y 13 segundos para el final del último cuarto de la Super Bowl disputada hace apenas cuatro años en Miami. A punto de afrontar un 3&15 en su propia yarda 35 que estaban obligados a convertir, fue cuando Mahomes pidió realizar la jugada Wasp. O, para ser del todo exactos, la jugada denominada “2-3 Jet Chip Wasp”. En ella, tres receptores se alinearon en el mismo lado, a la izquierda de Mahomes: Sammy Watkins, por el exterior; Travis Kelce, por el interior; y, entre ellos dos, el citado Tyreek Hill, dispuesto a recorrer una ruta cruzada profunda en la que, casi al final, tenía que terminar cambiando su dirección hacia fuera.

El objetivo de la jugada era ambicioso, sorprender a los 49ers con un pase profundo aprovechando la fuerza de brazo de Mahomes y la velocidad de Hill, el jugador más rápido de la competición, pero, para lograrlo, tenían que concatenarse una serie de requisitos. Por un lado, que Emmanuel Moseley, el cornerback de los 49ers encargado de cubrir la zona exterior profunda, cayera en el engaño de la ruta de Kelce y perdiera de vista a Hill, una premisa que chocaba frontalmente con la realidad: en toda esa temporada, la excelente defensa zonal cover-3 de los 49ers solamente había concedido ocho recepciones de pase de más de 20 yardas, la menor cifra de cualquier equipo en la NFL en los 14 años anteriores. Por otro, que la línea ofensiva de los Chiefs contuviera al frente defensivo de los 49ers, los DeForest Buckner, Nick Bosa y compañía, para que Mahomes contara con tiempo suficiente para realizar el pase.

Y ambas circunstancias se dieron. Al final, Mahomes, que retrocedió sobre sus pasos casi 14 yardas para aumentar el tiempo de realización del pase, contó con casi 4 segundos de protección, lo que permitió que Hill pudiera correr una ruta de 25 yardas y recibir un pase de 44 yardas (en total, el pase de Mahomes recorrió 57 yardas por el aire, su pase más largo completado de toda la temporada). Tras esa inolvidable jugada, los Chiefs se situaron casi en la yarda 20 de los 49ers.

“De ninguna manera. ¿Me estás tomando el pelo? ¿Qué ha pasado?”, se lamentó en el banquillo George Kittle, tight end de los 49ers, sorprendido, casi sin palabras.

Esa jugada, la ya famosa Wasp, fue el punto de inflexión de ese partido, pero, quizá, también de la historia de los Kansas City Chiefs, de la historia de la NFL.

“No voy a decir la palabra dinastía todavía”, mantuvo el año pasado Patrick Mahomes tras ganar su segunda Super Bowl. Y añadió: “No hemos terminado”.

No, todavía no se ha acabado. Porque este domingo, una vez más, los Chiefs y los 49ers tienen que seguir haciendo equilibrios en la cuerda floja del éxito en la NFL para poder ganar la Super Bowl.



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Rohit Palit

Periodista deportivo y graduado en Ciencias de la Comunicación de Madrid. Cinco años de experiencia cubriendo fútbol tanto a nivel internacional como local. Más de tres años escribiendo sobre la NFL. Escritor en marcahora.xyz desde 2023.

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