Música

Más Birras: apuesta por el rock and roll, y pierde – Jot Down


Más Birras en una foto del libro ‘Más Birras, del barrio a la leyenda’, de Jorge Martínez. Imagen: Doce Robles.

El pop rock español de los ochenta podría resumirse en una frase: los árboles no dejaban ver el bosque. Así que no es de extrañar que muchos grupos pasaran sin pena ni gloria tras dos o tres elepés, ni que tras el cambio en los gustos del público y la crisis económica de 1993 la mayoría desaparecieran para siempre. Lo singular es que uno de ellos permanezca en la memoria, a tal punto que a finales del pasado año apareció un libro sobre la biografía del grupo, y este 2024 haya visto el estreno en cines de un largometraje que sigue la vida de su líder después de la disolución del grupo.

Más Birras, del barrio a la leyenda, publicado por Doce Robles, es un exhaustivo trabajo documental y periodístico escrito por Jorge Martínez, prologado por Enrique Bunbury y con epílogo de Santi Rex, de Niños del Brasil. Un punto de anclaje para quien se haga la pregunta, al escuchar la mñusica del grupo aragonés de rock Más Birras, de por qué no fueron más conocidos. Recordando los gustos del pasado, resulta incomprensible que algunas de sus canciones no hayan sido himnos o hits. Pudieron tener altibajos o no ser excepcionalmente comerciales, pero otro tanto les ocurrió a muchos, y permanecen en el imaginario común. El mejor ejemplo es «Apuesta por el rock and roll», que muchos fans de Héroes del Silencio escucharon entendiendo que era, por melodía y letra, una más de las canciones que tan bien encajaban en aquel grupo de rock. Parecía hecha por ellos, y en realidad fue la única que no compusieron. En el álbum Flamingos, XX Aniversario, Enrique Bunbury la canta en directo, ya en su etapa en solitario, y al final de ella nos desvela la clave: «Mauricio Aznar: en su memoria». Como está en la Plaza del Pilar de Zaragoza sabe que su público entenderá la referencia.

Mauricio Aznar fue el cantante de Más Birras, un tipo aragonés con una voz idónea para el rock and roll y un carisma, al decir de quienes lo conocieron, arrollador. Así debió ser, o así lo recoge La estrella azul, el largometraje de Javier Macipe estrenado este 2024, una película que te reconcilia con el cine y con las salas. Empezando porque a su director le ha costado llevarla a cabo dieciocho años, y siguiendo porque verla es recordar aquella magia que te desconectaba de la realidad y de los problemas cotidianos haciéndote vivir la vida de otros. Es difícil ser objetivo con la película sin deshacerse en elogios, porque es magnífica. E increíble lo que ha conseguido con limitados medios, una pandemia y otra crisis argentina —es una coproducción— poniéndole todas las trabas posibles. El actor Pepe Lorente nos hace olvidar que está encarnando un personaje real, y tanto el guion como el resto del reparto la convierten, de asunto biográfico, en narración universal sobre en qué consiste ser artista, creador y músico. Y anteponer el arte a cualquier otra consideración material. Su capacidad para conectar con esa realidad se hace muy elocuente en las lágrimas que derramaron Alba Flores, Kase O., Carlos Tarque, o Mikel Erentxun al terminar de verla.

La película retoma la vida de Mauricio cuando abandona Más Birras en busca de sí mismo, y se reencuentra a través de un ritmo tradicional de Santiago del Estero, Argentina. El final de una trayectoria iniciada a principios de los ochenta, con el rockabilly. Hoy, cuando las etiquetas del rock ya no tienen sentido más que para los puristas, hay que recordar que existió una juventud que se identificaba como un estilo de música como con una fe. Ataviados con la túnica de profesos, los atuendos del punk, el rock o el heavy, principalmente, se declaraban enemigos irreconciliables, marcando unas diferencias que podían acabar a golpes. Dentro de aquellas tribus urbanas los rockabillies emulaban la juventud de los años cincuenta en Estados Unidos, en una versión del rock fusionada con lo rural. No era una imitación casual, la música rock estadounidense de los cincuenta ejerció una enorme influencia en los jóvenes españoles que acabarían siendo músicos a través de las bases militares estadounidenses establecidas en España por los Pactos de Madrid. Seis focos geográficos de dispersión en uno de los cuales, Zaragoza, nacería Más Birras. La etiqueta de rockabillies, que se les queda corta, les cuadra por haber incluido el medio rural aragonés en sus canciones, pero los mismos críticos de su tiempo nunca estuvieron seguros de en qué género encuadrarlos, si pop rock, tex-mex, canción española, u otros. Hoy, superado el purismo, diríamos que hicieron rock sin renunciar a otras influencias.

Jorge Martínez recoge en su libro una frase de Mauricio que resume bastante bien cómo fueron las canciones del grupo: cada tema es como una novela corta. Es cierto, fueron grandes letristas, y en muchas canciones se aprecia el sello de Gabriel Sopeña, músico y compositor, además de doctor en Filosofía y Letras. Aunque él mismo es menos conocido en los escenarios, José Antonio Labordeta, Loquillo, María del Mar Bonet, Manolo García, Jackson Browne, Pat MacDonald, o Hugh Cornwell, por citar algunos, han popularizado las composiciones que hizo para ellos. Aunque sería un error reducir a Más Birras a la importancia de su papel en el grupo, o al liderazgo y voz de Mauricio Aznar, también un gran letrista, que brillaba en solitario, y al hacer equipo con Sopeña. Todos sus componentes contribuyeron a las canciones que nos legaron, y que como dijo su cantante, eran, si no una novela, un relato corto y certero de la sociedad de su época.

Lo que, una vez más, hace difícil entender por qué no fueron himnos nacionales, como los de tantos otros grupos y solistas. En ellos está todo el sentir ochentero, el de inicios de la época quejándose de la mili y el paro «Beber no cura pero ayuda a enloquecer», una versión del «Summertime Blues» de Eddie Cochran. Buena muestra de la finura con que Más Birras traducía el rock and roll estadounidense a la mentalidad y cultura españolas. Unos inicios que fueron dejando paso también a una voz más apegada a la realidad cultural patria y a su parte rural, como cuando hablaron de la España vacía con «Hay una cruz en El Saso», —mucho antes de que otro zaragozano, Sergio del Molino, le pusiera nombre al fenómeno—. «Maldita sea mi suerte» y «Arriba en la montaña» son también dos composiciones que, a ritmo de rock, entenderán a la perfección quienes tengan un pueblo, por nacimiento o adopción, en Aragón o en cualquier otro rincón de nuestra geografía. Tantos años después siguen sonando actuales.

El último LP que grabaron, Tierra quemada, es un ejemplo de absoluta madurez, donde oímos composiciones equiparables a las de Bob Dylan, John Mellencap y Bruce Springteen. Algunos ejemplos, «El hombre del tambor», que homenajea al Mr. Tambourine de Dylan, e iguala al nobel, pero en nuestra lengua. «Más madera», tema de Miguel Mata, se equipara a los temas vaqueros que La Frontera había puesto tan de moda. Bunbury haría universal en Latinoamérica el «Voces de tango» que se incluye aquí, muchos años después. Gabriel Sopeña vuelve a ser un gran poeta rockero en «Carne de tren» y la voz de Mauricio sale de las mismas entrañas. El «Blues del hijo de Dios» es un gospel que cierra el LP, y quizá el mejor ejemplo de lo bien que funcionaban Sopeña y Aznar trabajando a dos manos. En Más Birras había algo que hubiera podido culminar con otros diez años de carrera, hasta el final de los noventa. No voy a revelar exactamente por qué, sería hacer un spoiler injusto de la película de Javier Macipe, y al libro de Jorge Martínez.

La trayectoria de Más Birras fue, en todo caso, de altibajos, y sin entrar en la calidad de sus temas, es evidente que unos pudieron ser más comerciales y otros menos digeribles por el gran público. Pero los noventa vieron algunos fenómenos impensables, como que los pijos de jersey Lacoste y mocasines castellanos bailaran mecidos por la voz de el Drogas (Enrique Villarreal) gracias al tema de Barricada «No hay tregua», muchos años después de su lanzamiento. Ahora parecerá inocente, pero los heavies de melena larga y vaqueros pitillo tan ajustados como unos leggings eran vistos como una tribu marginal, asociada a las drogas y el macarrismo, y esperar que su metal fuera mayoritario parecía inconcebible en los puristas ochenta. Después del parón, la crisis y el olvido que trajo para todos ellos el 93 y años sucesivos, hubo un rescate, y ahí Más Birras habría podido tener las mismas oportunidades que cualquier otro. Escuchando su último LP, parece que incluso más que algunos.

No ocurrió, al menos no fuera de Aragón. Allí es justo al contrario, dice mucho el que Zaragoza tenga un paseo y una estatua dedicados a Mauricio Aznar y a su nunca abandonado tupé. O que un libro y una película nos lo traigan de vuelta a la memoria, o nos haya hecho a algunos descubrirle, tantos años después. Sirva este artículo para explicar brevemente la fascinación que Mauricio y su grupo ejercen todavía en Aragón, y que hubiera podido ser universal de alcanzar, con mayor fortuna, el resto de nuestra geografía.



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Marc Valldeperez

Soy el administrador de marcahora.xyz y también un redactor deportivo. Apasionado por el deporte y su historia. Fanático de todas las disciplinas, especialmente el fútbol, el boxeo y las MMA. Encargado de escribir previas de muchos deportes, como boxeo, fútbol, NBA, deportes de motor y otros.

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