Entretenimiento

Vanguardia con B, en el Cine Doré


Desde la primera proyección cinematográfica en 1895, el espectáculo de masas de los Lumière tardaría 16 años en considerarse un arte. En 1911, el poeta Riccioto Canudo concibe el Manifiesto de las siete artes, refiriéndose al cinematógrafo como síntesis de las demás. En ello tuvieron mucho que ver los ismos de vanguardia, cuyos integrantes experimentaron con el medio fílmico a fin de adaptar sus descubrimientos a la imagen en movimiento. El valor estético y poético del cine como séptimo arte se difundió a través de los cineclub que fueron surgiendo, donde se proyectaron aquellos films que reunían determinadas condiciones artísticas y, por tanto, de calidad. En España, fue Ernesto Giménez Caballero quien creó el primer cineclub, teniendo lugar su primera sesión en 1928.

Casi noventa años después, la Filmoteca Española desde su sede en el histórico Cine Doré, inaugura en 2017 “Sala:B”: un espacio concebido como aquellos espacios primigenios de los cineclubs, pensados para sacar a la luz aquellos trabajos dignos de poner en valor por su valía estética e innovadora —todo trabajo de valor artístico tiene algo de inédito y valioso—. En este caso, tesoros ocultos del cine español, asociados a lo marginal y a la serie B. La exitosa propuesta ha dotado a la Sala 2 del edificio modernista de Críspulo Moro Cabeza de un aura especial, renovándola cada mes.

El pasado jueves 30 de mayo, se celebraba la sesión número 67 de esta “Sala:B”; titulada “Vanguardia con B”, tomaba como protagonista a la vanguardia y su relación con la Serie B cinematográfica española —de ahí la original denominación de esta sesión—. La convocatoria fue todo un éxito, completando el público asistente casi en su totalidad el patio de butacas. Dichos espectadores pudieron disfrutar de tres propuestas únicas, escogidas como ejemplos representativos para llevar a cabo —a modo de vista de pájaro— el recorrido histórico planteado.

Como investigador, crítico o divulgador de la Historia del Cine —se puede escoger la denominación a gusto del lector de este texto—, la sesión tuvo para quien esto escribe una importancia bien simbólica. Desde su creación, me he considerado un acérrimo seguidor de esta “Sala: B”, por cuanto considero que queda mucho por redescubrir y mostrar del cine español. Hace un tiempo, contacté con el comisario de “Sala:B”, Álex Mendíbil, a fin de proponerle realizar una sesión dedicada al cine de vanguardia español. La idea le atrajo rápidamente, pues según me comentó tenía pendiente realizar algo similar, llegando hasta el cine B. Nos pusimos manos a la obra y pusimos en común distintas posibles listas de películas con las que conformar el programa. Finalmente se optó por dos piezas más cortas en la primera parte de la sesión y un largometraje para la segunda, siguiente un sentido cronológico inverso.

Fue la primera de las tres proyecciones una pieza absolutamente innovadora, creada por Asif Ken Fernandes y titulada Un parpadeo rojo (2024). El cortometraje de 14 minutos, concebido como Trabajo Final de Grado por su joven director, sorprendió por su empleo de las posibilidades experimentales tanto en narrativa, interpretación, fotografía o manipulación del propio material físico en 16mm. La decisión de sostener los planos en su detenimiento, el silencio de los personajes solo interrumpido por la atmósfera sonora en que se desenvuelven —o que se crea y se presenta al espectador—, así como el trabajo de montaje con repetición de planos o fogonazos cromáticos generados por la propia película —de donde proviene el título— no dejan indiferente.

De la “inquietante calma” de Un parpadeo rojo llegamos a la segunda proyección, similar en su título con la primera: Párpados, dirigida por el inclasificable Iván Zulueta en 1989. Se trata de un mediometraje de 29 minutos concebido a modo de capítulo para una serie para televisión titulada Delirios de amor. El propio título resulta ya de por sí un juego de palabras que nos da a entender que nada es lo que parece. Separando sus sílabas, puede leerse como “Par-pa-dos”. La dualidad se hace presente en esta “ceremonia de la confusión” a la que contribuye, como siempre, el universo zuluetiano. Rodado en color y en 16mm, el film resulta un collage que integra grabaciones en vídeo y material procedente de otras filmaciones del cineasta vasco. Por ello, su heterogeneidad puede resultar, a través del montaje, hipnotizante. La trama gira en torno a dos parejas de mellizos: Carmen y Carlos y Chupa y Viola Mela —en el primer caso, dos nombres parecidos que designan dos sexos y, en el segundo, un doble juego de palabras bien provocador (algo que va de la mano con la época de la movida madrileña en que se rueda, junto con la polémica de que las mellizas tengan sólo 15 años cumplidos (como reza la letra del tema Para ti, todo un himno generacional de los ochenta y que funciona como banda sonora en el film)—. Los cuatro conviven en un edificio de la Gran Vía, siendo resultado de su duplicación biológica. Un juego de espejos en el que las identidades llegan a fundirse —recordándonos a Persona de Bergman—, a multiplicarse o escindirse. El arte del que se rodean es también copia de copia, imágenes que se recrean y se superponen —como los fragmentos reutilizados por Zulueta de sus anteriores filmaciones, cortados y pegados conformando parte de nuevas películas—. Todo un desafío para el espectador, que debe estar atento en su hipnosis para no perderse nada. A día de hoy, sorprende el hecho de que una película como Párpados tuviese cabida en la televisión estatal, pues su rompedora concepción no la hace apta para todos los públicos. Su realizador formó parte de una serie de nombres atípicos en el ámbito de la realización escogidos para este proyecto destinado a la pequeña pantalla: desde el polifacético Luis Eduardo Aute —que fue a su vez autor de la ilustración para la cabecera de la serie—, hasta los intérpretes Emma Cohen e Imanol Arias o el artista icónico de la movida madrileña Ceesepe. Párpados parte de una idea potente y ambiciosa a la que resulta difícil dar forma —tal es su afán de hacer visual lo simbólico—. Zulueta llevará a cabo un elogiable esfuerzo para tratar de lograrlo, sabiendo a buen seguro que resultaría imposible superar o igualar con los trabajos de esta época a su obra maestra, el largometraje Arrebato (1979). Magnífico ilustrador y autor de un universo fílmico dominado por lo collagístico y lo provocativo, en él todo es cuestionado y ambiguo, susceptible de metamorfosearse en nuevas realidades. La propia Filmoteca dedicó una retrospectiva de su cine conocido e inédito a finales de 2022. La época de Zulueta es la de la democratización en el acceso a los materiales fílmicos y las propuestas sencillas en cuanto al uso de medios técnicos y humanos —y a la carencia económica, claro está—, factores que propulsaron a distintos cineastas jóvenes a realizar nuevos films uniéndolos a temáticas y estéticas de su época, como la psicodelia. Un tiempo en España donde, tras cuarenta años de franquismo, se había mantenido en círculos marginales o específicos la compaginación de un cine de vanguardia con otro dado a la experimentación con pocos recursos.

Si en Arrebato la cámara cinematográfica tiene un poder sobrenatural, en El sexto sentido (Nemesio Sobrevila, 1929) sucede algo similar. Ésta será la última de las tres películas proyectadas en la sesión de “Vanguardia con B”. Cincuenta años antes —y uno después del primer cineclub español—, Sobrevila nos brinda una rara avis para su época y para su país, donde se alterna cine experimental—asociado siempre con el nuevo arte de los “ismos”—, el melodrama, la filosofía, la comedia y la crítica social. El cineasta vasco formaría parte del grupo de creadores españoles más “a la vanguardia”, los cuales pronto empezaron también a experimentar con las posibilidades plásticas del cinematógrafo, aunque resultase imposible eliminar la parte “castiza” o clásica de las historias filmadas. Cuando idea El sexto sentido, Sobrevila es consciente de “sinfonías urbanas” cinematográficas como las de Walter Ruttman o Dziga Vertov. Seguramente también conocía el Nosferatu de Murnau, la Metrópolis de Fritz Lang o La madre de Pudovkin. Los guiños conceptuales o estéticos se dejan entrever en unas más que en otras. El protagonista de su historia, el sabio Kamus, representa con su nombre y apariencia estrafalaria un trasunto de los creadores de vanguardia rusos y alemanes, que van del postexpresionismo a la nueva objetividad y, sobre todo, a la idea de cine puro o de cine-ojo. La lente mecánica de la cámara se encargará de captar “la verdad” sin ningún tipo de artificios. Sobrevila conoce la estética del cine experimental de vanguardia y la pone en práctica mediante una poética fragmentada de planos bizarros, abstracción, desenfoques, dinamismo y multiplicación de imágenes. La cámara parece no obedecer a las órdenes racionales, actuando por su cuenta. Y ello le hace llegar adonde el operador no llega: a la intimidad y a los secretos humanos. Esta faceta voyeur del cine —un vouyerismo en este caso claramente masculino— será la que la condene para los personajes que no posean la sensibilidad de Kamus y se sientan intimidados por ella. He aquí la parodia de Sobrevila en torno al cine de vanguardia —él habla de “cine de retaguardia”—, sobre el que ya había ironizado previamente en la perdida Al Hollywood madrileño (1928). Eso sí, siempre desde el conocimiento estético y de contenido de cada movimiento artístico a parodiar. Como explica Mendíbil en la hoja de sala digital de la sesión, “también podríamos verlo al revés, como una parodia del cine popular español mojigato, incapaz de mirar a la vanguardia si no es en plan de broma”. A pesar de tratarse de una película que hoy podríamos entender como comercial e incluso clásica por tradicional —contiene elementos propios de las películas del momento—, el tema tratado del cine dentro del cine y sus consideraciones filosóficas no resultaba nada convencional para la época. Por ello, quien se aventuraba a este tipo de propuestas era consciente de su carácter outsider, sabiendo que su trabajo iría destinado a un público específico y culto, conocedor de las tendencias estéticas que estaban teniendo lugar fuera de España. Un cine fuera de los márgenes y en cierto modo amateur que puede ligarse por sus características al que varias décadas después será conocido como de “serie B”. En definitiva, un cine a denominar como “maldito” —al igual que el de Zulueta—. Para concluir, diremos que los nombres de la pareja protagonista de El sexto sentido serán Carlos y Carmen, como los de Párpados. ¿Casualidad?

A la ya de por sí particular concepción del programa de “Vanguardia con B”, hay que añadir dos sorpresas: la inclusión de un extracto proyectado previamente a El sexto sentido, donde el cineasta Jorge Grau exponía verbalmente y, a modo de tráiler, el argumento de su proyecto fílmico Acteón, y la presencia en la sala de la icónica actriz Marta Fernández Muro, una de las protagonistas de Párpados, que se unió a nuestra presentación previa en el escenario aportando algunos datos curiosos en torno al trabajo de Zulueta. La convocatoria resultó bien exitosa, con lleno de público y ovación cerrada final. Todo ello nos demostró que el cine de vanguardia y de serie B continúa teniendo una calurosa acogida por parte de una —como diría Juan Ramón— “inmensa minoría” insobornable. Acompañándola, realizamos todo un viaje iniciático desde el ojo mecánico como sexto sentido a los párpados psicodélicos. Una captación y multiplicación de la realidad a través de la vanguardia y la serie B únicas.



Source link

Antea Morbioli

Hola soy Antea Morbioli Periodista con 2 años de experiencia en diferentes medios. Ha cubierto noticias de entretenimiento, películas, programas de televisión, celebridades, deportes, así como todo tipo de eventos culturales para MarcaHora.xyz desde 2023.

Related Articles

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *

Back to top button