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2022, el decimocuarto Roland Garros de Nadal: Un pie dormido, un tobillo roto y un amigo en la final – ABC.es


Era un 12 de mayo ya de no che en el Foro Itálico cuando Rafael Nadal protagonizaba una de esas imágenes que ningún aficionado al tenis quiere ver: el dolor, la impotencia, la frustración por una lesión. Salió aquel Nadal del Masters 1.000 de Roma en octavos, derrota dura ante Denis Shapovalov (1-6, 7-5 y 6-2), con el rostro desencajado: había un problema en el pie y quedaban dos semanas para que comenzara Roland Garros. Aquel 12 de mayo de 2022, mucha gente deseaba pero muy pocos pensaban en que el balear podría volver a hacer historia en París.

Aterrizó entre dudas y algodones, entre tratamientos y cuidados, protegido ese pie. Pero Nadal, como siempre en la Philippe Chatrier, fue quitándose el traje de Clark Kent y poniéndose el de Supermán. Hasta zanja el tema del pie: «No quiero hablar más de ello». (Después aclarará que tuvo que inyectarse anestesia en ese pie para poder jugar sin dolor). Partido a partido, un paso más seguro en ese pie derecho; partido a partido, más confianza en el depósito; partido a partido, el deseo se iba transformando en posibilidad.

Jordan Thompson fue un buen calentamiento (6-2, 6-2 y 6-2), Corentin Moutet ya no impresiona aunque la grada sigue animando ligeramente más a su ídolo local (6-3, 6-1 y 6-4) y Botic Van de Zandschulp no presenta ningún peligro (6-3, 6-2 y 6-4).

Pero llegan los octavos y el morbo. Porque toca Felix Auger-Aliassime, un tenista correctísimo en las formas y con buenos golpes y movilidad sobre la tierra. Un tenista completo que, además, tiene un arma secreta en su lado para ese choque con el balear: lo tutela desde el palco Toni Nadal.

El tío del tenista no quiso meterse en líos, pues lo une de forma personal un rival y de forma profesional el otro. Así que decidió que el partido lo vería en campo neutral, en el palco de autoridades. Aunque el último set se marchó a verlo a la intimidad de una sala del club.

Había dado buenas directrices a su muchacho porque supo desempeñar una estrategia que obligó a Nadal a sufrir y a sacar lo mejor de sí mismo. Un duelo de cinco sets con el que el canadiense se unió a ese pequeño club de elegidos, con John Isner y Novak Djokovic, que habían agotado todos los capítulos de un partido ante Nadal. Y fue a bandazos de inspiración en el que Nadal aceptó el primer golpe, se impuso después y resistió la remontada al final de las cuatro horas y 21 minutos de suspense y juego (3-6, 6-3, 6-2, 3-6 y 6-3).

Superado el canadiense, tocó otro hueso: un Novak Djokovic eufórico porque ya había vencido al balear en las semifinales el año pasado y confiaba en ese triunfo para encadenar otro en este 2022. Pero también Nadal había aprendido de esa derrota y plantó cara, más agresivo que nunca, y con ese punto de más que siempre da bajo presión en el que la mente gana lo que no puede la mano en un tie break decisivo para las aspiraciones del español. (6-2, 4-6, 6-2 y 7-6 (4))

Se había cargado Nadal las piernas de mucha exigencia en los dos partidos previos y todavía quedaban dos pasos. El primero, Alexander Zverev. Esa semifinal que todavía recuerda la Philippe Chatrier que se quedó muda.

Techo cerrado y mucho calor en aquella noche parisina del 3 de junio, el del 36 cumpleaños del balear y el del recuerdo más negro que tendrá Alexander Zverev en toda su vida sobre una pista de tenis. Sufre Nadal porque lo empuja el alemán con su magnífico revés y, sobre todo, con ese saque impenetrable con el que no cedió ninguno de sus saques y obligó al balear a batallar en un primer set en el que, puro Nadal, levantó cuatro bolas de set para alegría del personal, ya sin máscaras a favor del español.

Otro tanto sufrió el de Manacor en el segundo set, durísimo en todos sus aspectos: físico, mental, de intercambios, de condiciones, breaks, duración. Es otra hora de juego cuando todavía no se ha decidido nada. Inevitable que se llegue así a otro tie break. Y justo cuando va a suceder. Un resbalón. Un clac. Un grito. El silencio.

Zverev ha caído al suelo, retorcido su tobillo derecho en una forma imposible y se retuerce en la arena chillando de puro dolor. Lo recoge una silla de ruedas, y vuelve a salir en muletas. Fin a la semifinal y, durante casi un año, fin a la carrera de Zverev, roto el tobillo en tres partes y con meses de recuperación por delante, incluyendo momentos en los que no verá salida alguna. Al otro lado, un Nadal cariacontecido, sabe lo que es una lesión de las grandes, lo que le queda le viene encima a su rival. No hay celebración, no hay sonrisas, solo un abrazo sentido y un pase a la final que es casi lo de menos.

Pero es un pase a la final, al fin y al cabo, que aprovecha Nadal para rendir tributo a sí mismo porque ha habido tantas cicatrices en el cuerpo que entiende bien que cada oportunidad se tiene que aprovechar al máximo.

Se olvida del pie y aparta de la mente a Zverev en ese 5 de junio soleado y en el que se encuentra con un amigo al otro lado de la red. Un Casper Ruud que también ha pasado uno tiempo por la academia del balear por lo que se respetan y se conocen, y no es apenas rival en la final, que se lleva el balear por un cómodo 6-3, 6-3 y 6-0.

La lógica de Nadal se impone una vez más en París. Decimocuarto mordisco en la Philippe Chatrier, a pesar del pie, a pesar de Aliassime, a pesar de Djokovic, a pesar de Zverev, a pesar de que todo parecía en contra aquel 12 de mayo en el que claudicó contra Denis Shapovalov en segunda ronda de Roma. Nadal, en Roland Garros, ya se sabe. Que 2023 no pudo ser, que 2024 tampoco, pero…



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Marc Valldeperez

Soy el administrador de marcahora.xyz y también un redactor deportivo. Apasionado por el deporte y su historia. Fanático de todas las disciplinas, especialmente el fútbol, el boxeo y las MMA. Encargado de escribir previas de muchos deportes, como boxeo, fútbol, NBA, deportes de motor y otros.

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