Celebridad

Una radiografía de los primeros 15 años de la televisión en Colombia


A propósito de los 70 años de la aparición de la televisión en Colombia, vale la pena darle una mirada al tortuoso camino que debió transitar el televisor antes de instalarse en los hogares, aclarando que no fue un proceso diferente al de cualquier otro país del mundo.

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Igual que en Colombia, a las amas de casa de Estados Unidos y Europa les parecieron tan feos los primeros televisores que los fabricantes tuvieron que ingeniárselas para hacerlos más atractivos. Sin conquistarlas, habría sido imposible masificar el nuevo medio pues ellas sentían una fuerte resistencia contra ese intruso grande y desangelado que no combinaba con ningún otro objeto del espacio hogareño.

Por eso se hicieron aparatos con cuerpo de madera (un cajón con cuatro patas que también servía como superficie de soporte para floreros, porcelanas artísticas y carpetas bordadas), que armonizaban con los muebles de la sala, e incorporaban radio y tocadiscos: lo que hoy llamaríamos “multimedia”, pero en plena década de 1960. 

También estaba la barrera del precio. Tal como los automóviles eléctricos de hoy, los primeros televisores estaban lejos del alcance de la mayoría de las familias. En 1957, un televisor nuevo costaba en Colombia 2.495 pesos y el salario mínimo mensual urbano era de 155 pesos. Para 1960 la proporción había empeorado: aparatos de 4.000 pesos frente a salarios de 198 pesos. 

Los televisores había que importarlos y durante los 11 años iniciales, contados desde la inauguración en 1954, entraron al país menos de 9.000 receptores anuales, lo cual arrojaba una densidad de solo 4,9 aparatos por cada mil habitantes, superior por muy poco a la de África y bajísima comparada con el promedio de América Latina, que ya alcanzaba los 29. Sirvió muy poco que el gobierno de Rojas Pinilla ofreciera subsidios y planes de crédito: la cuota mensual a finales de 1954 podía costar 10 pesos, cuando el salario mínimo apenas llegaba a los 60 pesos.

La venta de aparatos libres de impuestos en el archipiélago de San Andrés, declarado puerto libre en 1953, despegó muy lentamente y solo se incrementó significativamente unos diez años más tarde.

Las cosas empezaron a mejorar gracias al ingenio de los fabricantes japoneses, que a finales de los años sesenta empezaron a producir masivamente artefactos transistorizados. Atrás quedó el televisor aparatoso, tipo mueble de madera, y llegó el dispositivo orgullosamente electrónico, autónomo, con cuerpo de aluminio o plástico y de “líneas aerodinámicas”. El perfeccionamiento de los circuitos internos contribuyó a que los nuevos receptores fueran más nítidos y eficientes, más livianos y sobre todo, más baratos. Gracias a ello y a que en 1966 se empezaron a fabricar telerreceptores en Colombia, desde 1964 hasta 1984 se incorporaron al parque de televisores del país un promedio de 75.000 unidades anuales, entre los importados y los ensamblados nacionalmente. Sumando cifras de los anuarios estadísticos del Dane, en 1986 había más de un millón seiscientos mil televisores, con un cubrimiento de más del 90 por ciento de los hogares.

Comprometer una porción considerable del patrimonio familiar en un nuevo aparato debía estar compensado por alguna ventaja comparativa, pero en los primeros diez años había muy poco que ver en la pantalla. 

La programación era escasa y se hacía exclusivamente en Bogotá. En las cuatro o cinco horas diarias, los programas se transmitían primordialmente en vivo, desde los pequeños estudios de la calle 24, con intervalos de películas regaladas por las embajadas. Las series estadounidenses de vaqueros y detectives vinieron poco después, pero la producción nacional siguió teniendo grandes limitaciones técnicas hasta 1965, cuando llegaron las primeras grabadoras profesionales de video (videotape), con lo que se pudo pasar del “teleteatro” en vivo a los dramatizados televisivos propiamente dichos, entre ellos las telenovelas. Este adelanto también permitió que los televidentes empezaran a disfrutar de las telenovelas grabadas en otros países de la América Hispana.

En los primeros quince años, la programación propia servía para poco más que mirarnos el ombligo. No había forma de conectarse en directo con lo que estaba sucediendo en otros lugares del mundo, al punto de que el país estuvo a punto de perderse el acontecimiento más importante en la historia de la televisión mundial: la llegada del primer vuelo tripulado a la luna, el 20 de julio de 1969. Solo gracias a una hazaña insólita, la escena de los astronautas caminando sobre la superficie lunar se pudo ver en los hogares colombianos mediante un enlace provisional de microondas, ubicado en el cerro de Las Jurisdicciones, para traer la señal desde Venezuela.

Un año más tarde, el presidente Carlos Lleras Restrepo inauguró la estación terrena de Chocontá, que no solamente hizo posible que viéramos el campeonato mundial de fútbol de México 70 y todos los que siguieron, sino que se aprovechó para incorporar al país al recién creado “espacio iberoamericano”, a través el Festival OTI de la Canción, muy popular durante los años setenta. Para imponerse en los hogares, el televisor tuvo que competir con la reina del entretenimiento doméstico: la radio. En 1955, Colombia contaba con 109 emisoras que transmitían en cadena producciones complejas como radionovelas y series de aventuras –El derecho de nacer, Kalimán, Chan Li Po, La ley contra el hampa– y programas musicales con grandes orquestas y solistas continentales, así como las gestas deportivas del fútbol profesional y de la vuelta a Colombia, además del humor de Guillermo Zuluaga ‘Montecristo’, Los tolimenses y La simpática escuelita de doña Rita, todos ellos transmitidos en vivo (con los intérpretes maquillados y vestidos teatralmente) desde los suntuosos radioteatros de las grandes cadenas en Bogotá y Medellín.

Para los habitantes de grandes regiones de Colombia no hubo razones para comprar un televisor hasta comienzos de los años sesenta, por una razón muy sencilla: no había señal. En sus primeros dos años, la televisión sólo se podía sintonizar en Bogotá, Manizales y Medellín.

A Cali llegó en 1956 y se extendió paulatinamente entre 1958 y 1962, cuando la red de transmisores llegó a Bucaramanga, parte de los Santanderes y de la costa Atlántica. 

La programación diaria se amplió desde las 6 de la tarde hasta las 10 de la noche, pero esos fueron los únicos avances. En 1965 se iniciaron las transmisiones de prueba de un segundo canal nacional (educativo), en simultánea con el canal TV9 Tele-Bogotá –al que los televidentes le decían ‘Teletigre’–, que solo estuvo al aire cinco años y después dio lugar a la creación de una nueva cadena nacional.

En la enumeración de obstáculos para la adopción masiva de la televisión también se debe tomar en cuenta la mala calidad y el insuficiente cubrimiento de la red eléctrica que sufrieron los hogares colombianos por décadas. En nuestro país sólo se interconectaron los sistemas eléctricos regionales a partir 1971, cuando se enlazaron por primera vez subestaciones de Antioquia, Valle del Cauca y Cundinamarca, con un punto común en Caldas, lo cual estabilizó el servicio y disminuyó los cortes.

La verdad es que ningún país estaba completamente preparado para la televisión y en todos se presentaron dificultades similares. En Europa, la televisión solo se vino a inaugurar en Portugal, en 1955; en España, en 1956; en Suecia, en 1957; en Finlandia, en 1958; en Noruega, en 1960 y en Islandia, en 1966. A este lado del Atlántico, en países como México, Argentina, Chile, también hubo tropiezos y demoras, propios de una tecnología costosa de implementar y sostener. En México se produjo la transmisión inaugural en agosto de 1950, con cubrimiento únicamente en la ciudad capital. Solo hasta 1959 se inició la construcción de una red de extensión nacional, alcanzada en 1968, justo a tiempo para transmitir los Juegos Olímpicos que tuvieron lugar en ese país.

En Argentina, la televisión comenzó a operar exclusivamente para la capital, Buenos Aires, en octubre de 1951, y después de casi diez años de precariedad técnica alcanzó su momento de mayor expansión durante los años sesenta.

En Chile, la primera emisión se produjo en Valparaíso, segunda ciudad del país, en agosto de 1959, y durante el primer año solo hubo emisiones los viernes.

En los dos años siguientes, dos universidades de la capital, una privada y una estatal, crearon canales experimentales, con transmisiones irregulares hasta 1962. Un evento extraordinario como la Copa Mundial de Fútbol de ese año, con sede en Santiago y otras siete ciudades, llevó a esos incipientes canales a crear una programación diaria y estable de allí en adelante.

La popularización de la televisión en Colombia tuvo un obstáculo adicional: por haber surgido en el seno de una dictadura, cuando cayó Rojas Pinilla hubo un período de cinco años en el que tanto la Junta Militar como el gobierno de Alberto Lleras Camargo ofrecieron un apoyo casi nulo al nuevo medio. La venta de televisores se frenó casi por completo y la producción de contenidos quedó a la deriva.

A mediados de los años sesenta, con los cambios tecnológicos anotados y la estabilidad legal de las relaciones entre particulares y Estado que propició el recién nacido Instituto Nacional de Radio y Televisión (Inravisión), se crearon las condiciones para que las familias colombianas tuvieran cada vez más razones y posibilidades de comprar un aparato que les ofrecía a la vez una ventana al mundo y un espejo donde mirarse como ciudadanos de un mismo país.

José V. Arizmendi C. para EL TIEMPO

Profesor de Historia de los Medios – Universidad Javeriana

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Antea Morbioli

Hola soy Antea Morbioli Periodista con 2 años de experiencia en diferentes medios. Ha cubierto noticias de entretenimiento, películas, programas de televisión, celebridades, deportes, así como todo tipo de eventos culturales para MarcaHora.xyz desde 2023.

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