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Valoremos la capacidad de las series de antes de entretenernos, por favor – La Vanguardia


Entre aquellos que tratamos la plataforma antes llamada Twitter como si fuera el equivalente contemporáneo del Ágora de la Antigua Grecia, esta semana hubo discusión a raíz de un artículo que recomendaba qué 20 episodios se pueden saltar de Perdidos. La excusa para publicarlo era que en Estados Unidos se ha introducido el título en el catálogo de Netflix y, como suele suceder cada vez que llega un clásico a la plataforma, se espera una subida del interés y de las búsquedas alrededor del clásico de J.J. Abrams y Damon Lindelof.

“Los episodios de Perdidos que puedes ignorar con tranquilidad”, informaban desde una web cultural tan interesante y prestigiosa como Vulture, “ya que les falta crecimiento de personajes, mitología, desarrollo de la trama o actividad sobrenatural”. Era, para que nos entendamos, un artículo que tenía tanto de guía práctica como de provocación para ver si despertaba indignación y, de paso, pescaba clics. En verdad, el texto puso de manifiesto una realidad: la forma en la que el modelo de ficción y de producción de las plataformas de streaming ha estropeado una de las grandes virtudes de la televisión.

“Los episodios de Perdidos que puedes ignorar con tranquilidad”, informaban desde Vulture, “ya que les falta crecimiento de personajes, mitología, desarrollo de la trama o actividad sobrenatural”

Antes, cuando nos poníamos una serie, no esperábamos que esa hora de ficción fuera extremadamente compacta, donde todas las tramas fundamentales tuvieran que tener un mínimo desarrollo, para no sentir que era una pérdida de tiempo. No pedíamos miniseries de seis episodios donde no sobrase ni un solo minuto, como si verlas fuera un deber más en nuestra lista de quehaceres diarios, junto con pasar por el supermercado a comprar desodorante y papel higiénico, cortar la fruta para la fiambrera de los niños o pasar por la lavandería. Ver series era sobre todo pasar un rato con unos personajes que queríamos.

O sea, no veíamos Ally McBeal como si las dinámicas en el bufete tuvieran que obedecer a un plan maestro y como si Ally tuviera que vivir un arco de personaje que, al llegar al último capítulo, nos permitiera entender mejor la feminidad y la existencia humana. La clave de la sala de guionistas de David E. Kelley se fundamentaba en el dominio de los códigos de su universo de ficción, la forma de explorar tramas episódicas con originalidad, sus ganas de divertirse con distintas combinaciones de personajes. Y, cuando había un acontecimiento importante en la vida amorosa de Ally, vivíamos ese momento como un premio y no como si el resto de la serie fuera un relleno insufrible, una especie de trámite entre esas escenas que sí importaban.

Calista Flockhart en una imagen de la serie.

¿Veías Ally McBeal por si acababa con Billy o para divertirte con sus neuras y las de sus compañeros de bufete? 

20th Television

Las salas de guionistas de Estados Unidos, con sus temporadas de más de veinte episodios, debían encontrar la forma de escribir cápsulas sólidas de entretenimiento semana sí y semana también. Esto implica que había episodios innecesarios desde la mirada actual pero también que había más opciones de experimentar con las tramas y los personajes: de descubrir, de rectificar, de recular, de divertirse, pero sobre todo de dejarnos vivir más tiempo con esos personajes que se convertían en constantes de nuestra vida como Penny para Desmond o Christina Yang para Meredith Grey.

Con temporadas tan compactas y sin margen para la improvisación y el disfrute semanal (y sin pensar en el desarrollo de personajes y de las tramas horizontales), nos hubiéramos perdido grandes horas de televisión. Friends, por ejemplo, habría sido una comedia romántica con dos protagonistas empalagosos, Ross y Rachel, y un séquito de secundarios para aliviar el metraje y ofrecer una mayor red de apoyo para los chistes. No habríamos visto a Marissa Cooper emborracharse tantas veces en O.C. o habríamos podido vivir tramas como Oliver, el psicópata que llegaba de un día para el otro, hasta jugaban al golf, y desaparecía para no volver nunca jamás.

Jennifer Aniston y David Schwimmer estaban colados el uno por el otro en la primera temporada.

En la era ‘streaming’, ‘Friends’ habría sido una comedia romántica de Ross y Rachel con un séquito de secundarios para apoyarlos en los chistes. 

WarnerMedia

De series como Alias, Veronica Mars o Fringe, que tenían como anzuelo sus misterios principales, nos habríamos perdido todos esos casos que eran como comer frutos secos sin engordar: salados, familiares, adictivos. Cómo conocí a vuestra madre habría sido una comedia de misterio con seis episodios por temporada: posiblemente habría llevado mejor el gancho del título pero hubiera sido imposible desarrollar un vocabulario televisivo tan mítico y, reconozcámoslo, a los cuatro días nos habríamos olvidado de ella (porque si hay gente que adora CCAVM es precisamente por las horas y los años que pasaron con Barney, Ted, Marshall, Lily y Robin).

En nuestra memoria y en nuestra formación como seres humanos no tendríamos tatuados personajes como Brenda, Brandon, Kelly, Dylan y Donna (que ni necesitan apellidos), Lorelai y Rory Gilmore, Peyton Sawyer y Brooke Davis, Amanda Woodward, Marissa Cooper y Ryan Atwood, Liz Lemon y Jack Donaghy, Leslie Knoppe, las hermanas Halliwell, Buffy Summers, Malcolm (in the Middle), los hermanos Winchester, Jane Villanueva, Root y Shaw, Alicia Florrick o Bree Van de Kamp. No habrían tenido tiempo de meterse bajo nuestra piel televisiva y cultural con temporadas reducidas y producidas cada dos años.

¿Marcia de secundaria sin gracia? ¡Debería darte vergüenza, 'You'!

¿Y las tramas que tuvo Bree Van de Kamp en ‘Mujeres desesperadas’? 

ABC

Juzgar la televisión únicamente con los parámetros de “crecimiento de personajes, mitología, desarrollo de la trama o actividad sobrenatural” pasa por alto la experimentación y sobre todo la capacidad de los guionistas de elaborar horas sólidas de entretenimiento a partir de los elementos de su universo de ficción. Esta era la finalidad: divertirnos con los elementos de los que disponían. Quizá series como Perdidos sí que jugaban la baza de “hay un plan maestro” pero esto no impedía que, en líneas generales, Damon Lindelof o Carlon Cuse escribían pensando en esa isla como un campo de juego.

Es interesante ver que, mientras las series han cambiado su forma de producirse y de entenderse, el público continúa valorando esta mentalidad: Suits, El joven Sheldon, Anatomía de Grey, The big bang theory o Las chicas Gilmore no son fenómenos del streaming solamente por una cuestión de nostalgia sino porque aportan horas de entretenimiento sin el peso de la gravedad de ser historias definitivas. Querer que todo en televisión sea compacto, que evolucione y sin margen de error para la experimentación (o como si un desvío creativo fallido condenase una obra in aeternum) sería como quedar con amigos esperando que cada encuentro tuviera un punto de inflexión.

Los universos de ficción eran un campo de juego para guionistas para ofrecernos cápsulas de entretenimiento

Valoremos el entretenimiento (y que, por favor, regresen estas ganas de tratar las series como un campo de juego).

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Marc Valldeperez

Soy el administrador de marcahora.xyz y también un redactor deportivo. Apasionado por el deporte y su historia. Fanático de todas las disciplinas, especialmente el fútbol, el boxeo y las MMA. Encargado de escribir previas de muchos deportes, como boxeo, fútbol, NBA, deportes de motor y otros.

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