Un día en la cárcel: rugby entre muros el camino para crear segundas oportunidades – Diario Río Negro
FrÃo. No solo se trata del invierno, es el hormigón, el hierro de las rejas, la soledad. En la cárcel el frÃo es Ãntegro y cala en los huesos, en la mente, congela la vida en un tiempo en el que sobrevivir es la meta. Entrar en calor puede dar una pausa, y por eso, 24 integrantes del equipo Tehuelches XV, de la Unidad de detención N°11 de Neuquén, salen a la cancha de rugby a poner en movimiento el cuerpo y el futuro.
Eduardo se levantó temprano como cada domingo que le toca ir a la U11. Se abrigó, agarró dos bolsas de mandarinas y manejó hasta el barrio Parque Industrial. Todo estaba detenido, para la ciudad era un dÃa de descanso, para él, de compromiso.
Esperó un poco hasta que llegaron Juan Pablo, Flavio y Thiago. Cruzar infinidades de puertas es la manera de ingresar a una cárcel. Después de la primera, una mujer les pidió los documentos. En la segunda, otra les pidió los celulares y dejaron las llaves de los autos. En la tercera un hombre les dijo que âya los estaban sacandoâ y los invito a seguir sus pasos.
Un espacio grande al aire libre se abrió. AllÃ, algunos animales daban la bienvenida. El caballo pintado de negro querÃa tocar el cielo con las patas y un guanaco entre la niebla los miraba fijo, con sus ojos de hierro, frÃos.
âDespués de pasar la mañana en el entrenamiento, el domingo en casa tiene otro sabor. Valorás diferente esa picada y el asado con la familia. Para nosotros también es un aprendizajeâ, Juan Pablo se acomodaba el cuello de su buzo de polar azul, con el sÃmbolo de Neuquén Rugby Club en el pecho.
Pasaron frente a una cancha de fútbol de cemento, y al fondo, se veÃa al grupo de jugadores que llegaban cargados de lonas rojas, vestidos de pantalones cortos, medias largas de colores, algunos traÃan puestas sus tÃpicas camisetas a rayas: celestes y blancas.
Se encontraron frente al portón y se saludaron. Eduardo señaló la cancha que se veÃa al fondo. En cinco años de trabajo y perseverancia lograron sacar las piedras y desterrar el suelo árido de la meseta. Contaba que al principio quedaban llenos de tierra, rasguñados por las toscas, pero de a poco la gramilla avanza sobre el terreno, como los Tehuelches.
Armar un equipo
Esta historia comenzó en Buenos Aires, en marzo de 2009, el abogado Eduardo âCocoâ Oderigo visitó por primera vez el penal de máxima seguridad. Su mayor percepción fue la desesperanza y dÃas después volvió con una pelota de rugby y entrenó a unas 15 personas privadas de su libertad, para crear el equipo âLos Espartanosâ.
En 2016, se creó Fundación Espartanos y la experiencia les permitió consolidar un programa de reinserción social que ayuda a bajar los Ãndices de reincidencia de un 65% al 5% y está cambiando la vida de familias enteras y de la sociedad.
Hoy Espartanos, está en 16 provincias del paÃs y se replica en 7 paÃses del mundo. En Neuquén, desde 2019, se llama Tehuelches XV. âEmpezamos con un esfuerzo conjunto. Nunca habÃa funcionado un equipo de rugby en la cárcel, habÃa que adaptar muchas cosas. Los jugadores nunca habÃan jugado, y los entrenadores no habÃan entrenado adultos que no supieran jugar. Por suerte pudimos hacerlo y sigue, como en 47 cárceles de nuestro paÃs, y muchas del exterior en total son 60â, por suerte repite Eduardo, pero no fue azar.
El dÃa arrancó con algunas complicaciones. El inflador parecÃa que no querÃa andar y trataban de buscar una solución. HabÃa niebla, pero el cielo estaba celeste. En el centro de la cancha se movÃan con velocidad para arrancar, en los márgenes, penitenciarios abrigados, se agrupaban de a dos, agarrados a sus itacas y miraban serios. Después estaba el muro, el alambrado de púas, el hombre que caminaba sobre él, iba venÃa, iba y venÃa.
Se escuchó el portón y se sumaron unos más. Llegaron esposados, porque pertenecÃan al pabellón de máxima seguridad. Con estos, sumaron 24 jugadores. Y habÃa cuatro de los siete entrenadores, porque cómo explicó Eduardo, rotan cada domingo.
Flavio desde hace tres años colabora en temas administrativos. Hablaba de la importancia de ir allà cada domingo. âSon varios sentimientos encontrados. Pero estando acá, me di cuenta que tampoco es descabellado que te pueda tocar estar en una cárcel. Por ejemplo, podés matar a alguien en un accidente. Realmente creo que hay que dar otra oportunidadâ, aseguraba mientras amarraba los protectores de las H (los arcos) que hizo âel tapiceroâ. Son rojos y les pintaron la imagen de Patoruzito, que desde el poste parece aportar su guiño alegre.
A la cancha
âEl tackle se lo comen entre las tetillas y las caderas por eso hay que fortalecer la parte abdominalâ, Juan gritaba y todos, en lÃnea, hacÃan los ejercicios. Después se paró, le pidió a uno de ellos que se acercara, le hizo un movimiento y lo derribó. El joven, desde el piso le dijo: âche te quiero ver adentroâ, y todos se largaron a reÃr.
Atrás de la cancha, habÃa algunos árboles desperdigados y una casa. De ahà salió un hombre con muletas, delgado, le faltaba una pierna. Al verlos, estiró el mentón al cielo para saludar. Vive junto a dos más que podrÃan salir, pero no tienen familias que lo reciban. âEs difÃcil, muy triste, porque si entraste hace diez años, el mundo cambióâ, decÃa Eduardo y su compromiso sigue extramuros. Contaba que el dÃa anterior, habÃa ido a buscar a un chico que salió en libertad, y lo llevó a lo de un conocido para que haga un trabajo de pintura.
Hoy Tehuelches lleva más de 220 tratamientos y pasaron aproximadamente 80 jugadores por el equipo. Algunos dejaron de jugar, y varios recuperaron la libertad. Los profesores, son todos voluntarios y su trabajo no da créditos para disminución de pena. Pero les da pertenencia y una sensación de estar un rato con gente, que son como amigos.
El chico que organiza la biblioteca no podÃa jugar por una lesión, pero salió igual y oficiaba de aguatero. âEl rugby me llevó a descubrir lo que ignoraba de mis capacidades tanto fÃsicas como mentales, que la condena se me haga más ligera, poder sonreÃr, despejarmeâ, decÃa. Hasta que entró a Tehuelches no conocÃa el rugby y pensaba que era de mucho riesgo, sobre todo en contexto de encierro, que serÃa arriesgarse a lesiones, pero después vio, que suma al respeto con sus compañeros.
âMe gusta jugar, te da adrenalina. Te motiva y tocas la tierra. Por ahà te tocan actividades, pero ninguna es al aire libre y todo adentro es cemento, el cielo lo ves tras las rejas. En cambio acá en la tierra, con el pasto, con el barro, con el frÃo, todo eso que hace años que no lo tenés, si venÃs a rugby lo recuperas un ratoâ.
Otro de los chicos llegó y se sentó a su lado. Una bala le lastimó la pierna y no lograba aguantar todo el entrenamiento. Desde ahÃ, decÃa que nadie lo visita, y que cuando salga, buscará hacer otra vida. También mostraba su admiración por los profesores. âLa actitud que le meten. El tiempo que se toman de venir un domingo a la mañana. No muchos hacen eso hoy dÃa, es contado. Se aprecia el empeño para que esto salga flote, es algo de valorarâ, destacaba.
«No quieren faltar»
âOportunidad, autocontrol, inspiración, reflexión, humildad empatÃa, compromiso, unión, integración, fortaleza, resiliencia y libertadâ. Las palabras pintadas en el paredón las eligieron ellos y según Eduardo, cada una refleja una situación. Tienen muchos proyectos por delante, como el organizar un partido afuera, en el Neuquén Rugby para octubre.
Thiago también se acercó a charlar. Es hijo de uno de los entrenadores, de Carlos âel abueloâ y en la Universidad le habÃan pedido prácticas solidarias. âEstuve entrenando mucho tiempo rugby y está mi viejo en esto. Entonces unà las dos partes, hicimos la vinculación con la Fundación Espartanos y en marzo arranqué. Está muy bueno, es un shock de realidadâ, anunciaba.
Al terminar todos hicieron una ronda. Solo los profesores y los jugadores, hablaban y escuchaban. Todos tenÃan el barro pegado en la ropa y mientras estaban reunidos, una bandada de pájaros rondaba sobre sus cabezas. Y se abrazaron y gritaron âTehuelches carajoâ.
El famoso tercer tiempo fue corto y compartieron mandarinas. A los chicos de los pabellones de máxima seguridad les pusieron las esposas. âSe lograron combinar distintos pabellones que es muy raro. Esto es como un cable a tierra para nosotros, como una semi libertad, digamosâ, decÃa uno de ellos y sumó que nunca pensó que iba a estar preso y menos que iba a extrañar la tierra, pero tiene esperanza.
âUno sabe cuando está yendo por la banquina y hay que tratar de ser un poco más consciente. Este es el final del barranco y no lo recomiendo para nadie. Estás lejos de tu familia, extrañas muchas cosas acá. Hay que volver a encaminarse. Ahora hay que salir y volver otra vez al camino correctoâ, dice mientras le indicaban que se pare para salir, o mejor dicho entrar.
Los profesores cruzaron el portón y mientras les devolvÃan sus pertenencias relataban que saben que las principales vÃctimas de esto, son las vÃctimas de lo que ellos hicieron, y su solidaridad es con esa persona. Pero ante el hecho, ya fueron juzgados y tienen una pena que llevar.
âUn dÃa van a salir en libertad, entonces como sociedad, ¿Qué queremos, que salga una persona peor de la que entró? Nosotros apostamos a que salga una mejor. Ese es nuestro trabajo, el que podemos hacer, es inmenso, pero vemos que mejoran mucho la conducta, la mayorÃa está estudiando, hay respeto, nosotros logramos esoâ, concluyó Eduardo.
Objetivos del programa
Mejorar la seguridad, bajando los Ãndices de reincidencia delictiva del 65% al 5%.
Promover la cultura del trabajo y la educación.
Evitar futuras vÃctimas, logrando la reinserción social de los espartanos para que también sean ejemplos positivos para sus familias y comunidades.
Bajar los niveles de violencia, dentro y fuera de las cárceles.
No permanecer caÃdo es el libro que cuenta la historia de Los Espartanos y brinda testimonios de una realidad: âque hay personas que están condenadas desde la cuna a tener vida de perros maltratados. Sus infancias son relatos crudos, postales del infierno mismoâ.